El mundo profundiza la devaluación frente al dólar

Postales de la última semana: colas en Venezuela para comprar alimentos; colas en Suiza para cambiar euros por francos. Las coyunturas de estos países se oponen, pero estas imágenes están unidas por una razón: el movimiento convulso de las variables financieras que marcan con el sello de la volatilidad al 2015 y enfrentan a las sociedades a escenarios inéditos desde la crisis financiera de 2008.

La recuperación económica de los EEUU en 2014, con un alza del PBI sobre 3,5% y una sólida caída en el desempleo a 5,6% -el menor desde 2008-, solapó la frágil evolución de la actividad económica en otros países. La inesperada decisión de Suiza de salirse de la “convertibilidad” de su codiciada moneda con el euro, que fijaba un piso de paridad de 1,20 francos suizos por moneda comunitaria, provocó una apreciación del 20% al despertarse la demanda de la divisa helvética como refugio de valor por excelencia. La contracara es la debilidad del euro, indicio de que varios miembros de la Unión Europea transitan el estancamiento económico con alta desocupación, y que suman en los últimos meses la deflación, característica agravante de procesos recesivos. La moneda única bajó de u$s1,15 por primera vez desde 2003 y en los recintos bursátiles ya se anticipa un inminente “uno a uno” entre el dólar y el euro.

La Argentina continúa ensimismada en su contexto interno, pero en los próximos meses serán esas condiciones externas las que van a incidir de una u otra forma la política económica nacional.

En la agenda de próximas novedades, el 22 de enero se espera que el Banco Central Europeo decida un programa de compras de bonos, una iniciativa que profundizará la depreciación del euro e intentará dinamizar la economía de la zona euro y mejorar su competitividad exportadora. EEUU y otros países centrales utilizaron en el pasado reciente esta “laxitud” monetaria en busca de reactivación.

En nuestra región, Venezuela muestra la faceta más dramática del cambio de ciclo emergente. La caída del petróleo aceleró el deterioro de los indicadores económicos y financieros, potenciados por los errores de gestión del gobierno bolivariano. El precio promedio del crudo venezolano quebró el piso de u$s40 por barril, menos de la mitad que los u$s88,42 que promedió en 2014 y los u$s98,08 de 2013. El petróleo aporta nueve de cada diez dólares que ingresan a un país muy dependiente de las importaciones, como refleja su escasez de alimentos y productos básicos.

La caída de las cotizaciones de las materias primas se correlaciona más allá de los fundamentos propios de cada mercado. La soja se opera a precios de julio de 2010, el crudo y el cobre se sitúan en valores de abril de 2009 y el oro, de septiembre de 2010. Es la reacción a una apreciación generalizada del dólar contra otras divisas: frente al real brasileño fue de 12% en los últimos doce meses; 12,5% contra el yen japonés; 17,8% contra el euro; 92,2% frente al rublo ruso; 16,3% frente al peso chileno y 20,6% comparado al peso colombiano. China parece una excepción: el dólar sólo subió 2,6% en un año frente al yuan.

En esta etapa de la “guerra de monedas”, las devaluaciones se suceden y encadenan como una barrera contra las importaciones antes que una estrategia para mejorar las ventas al exterior, pues los gobiernos apelan a este mecanismo de defensa del empleo local como respuesta urgida a las devaluaciones ajenas. Sin embargo, es una salida de corto plazo que al replicarse de un país a otro genera un círculo vicioso, pues no hay crecimiento económico sostenido sin apertura comercial. La fortaleza de una moneda depende de la solidez y productividad de la economía del país que la emite, más que de las reservas de sus bancos centrales. En el mismo sentido, el consenso inversor busca activos financieros de economías que demuestren consistencia y generen expectativas favorables de expansión.

La directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) descartó que el crecimiento de los EEUU –que representan el 22% del PBI mundial- y la caída del crudo, por sí solos puedan motorizar a la economía global en 2015. Christine Lagarde trazó un panorama de baja inflación y bajo crecimiento en la Eurozona y Japón, efectos negativos de los bajos precios de la energía sobre países productores como Nigeria, Rusia y Venezuela, con “enormes presiones sobre sus divisas”. Para otras economías emergentes, grupo al que pertenece la Argentina, la directiva del FMI anticipó este año “un triple golpe por la combinación de un dólar más fuerte, tasas de interés globales más elevadas y una mayor volatilidad de los flujos de capital“.

El Gobierno, decidido a dominar la agenda

Aunque el pasado 11 de agosto la Presidente afirmó que el Frente para la Victoria realizó una “elección excelente” en las primarias abiertas y obligatorias, es claro que el resultado de la votación impactó en un oficialismo que parecía inconmovible e impermeable a las críticas desde aquel histórico 54% obtenido en octubre de 2011.

A dos meses de las elecciones legislativas que sellarán su futuro político, Cristina Kirchner demostró otra vez su rápida capacidad de reacción para tomar la iniciativa e imponer los temas de debate para toda la dirigencia.

La incremento del mínimo no imponible del impuesto a las Ganancias tiene un importante alcance para los sectores asalariados formales del escalafón medio, hasta los $15 mil de salario bruto, que integran una parte de la base de votantes del kirchnerismo, con un costo fiscal de sólo $2.581 millones, inferior al 1% del total anual de la recaudación, gracias a la compensación que aporta el gravamen sobre acciones y dividendos de las empresas.

Con esta mejora se inyectarán casi 4.500 millones de pesos anuales al consumo. La suba del piso de Ganancias fue una de las demandas más reiteradas por los sindicatos y también por los pequeños contribuyentes que observaban cómo sus ingresos se reducían en términos reales por el doble efecto de la inflación y la creciente percepción de impuestos, que licuaban los aumentos obtenidos en las negociaciones paritarias.

De todos modos, la inflación sigue y afecta a toda la población, sin distinción alguna, en especial a los pobres, que no reciben un beneficio directo por la rebaja del impuesto a las Ganancias. Si el aporte fiscal de su reducción se va a financiar con emisión sin respaldo, la consecuente inflación lo va a transformar en regresivo -recursos de los sectores de menos ingresos e informales que se destinan a sectores medios- en lugar de progresivo, tal como fue concebido -que aporten más los que más ganan-. A la vez, este gravamen, sin una actualización automática en base a datos estadísticos creíbles sobre inflación, continúa sometido al humor del Poder Ejecutivo, e incluso a la arbitrariedad de sus necesidades electorales, cuando debería ser el Congreso el que lo actualice como una facultad indelegable.

A favor del Gobierno suma el hecho de que el cambio en Ganancias y la ley que grava activos financieros para solventarlo surgieron del diálogo político y social, en el que participaron funcionarios, empresarios y sindicalistas.

Con los mismos reflejos, la jefa de Estado anunció el lunes la reapertura del canje de deuda luego de conocerse el fallo adverso en segunda instancia en la Justicia norteamericana en la causa iniciada contra el país por los bonistas que no ingresaron a las anteriores reestructuraciones de deuda. El objetivo es evitar el pago a los llamados “fondos buitre”, ganar tiempo hasta el 2015 -cuando vence la cláusula que impide mejorar la oferta- y eludir tanto un embargo como un eventual default con los acreedores que ya aceptaron  los dos canjes anteriores.

Esta iniciativa, que tiene todavía un resultado muy incierto, también recibió el apoyo de muchos referentes políticos y económicos, aunque desnudó la improvisación que asoma detrás de decisiones trascendentes y que tendrán largo efecto en el tiempo.

En ambos casos –Ganancias y holdouts-, Cristina dejó sentado que va a apostar todo su capital político para mejorar la performance del oficialismo en las elecciones legislativas. Queda sin definir si semejante reacción llega a tiempo o si ya es demasiado tarde para torcer la tendencia del voto en octubre.

El Gobierno devalúa, pero no le alcanza

Durante julio, el Banco Central subió un 2,24% el dólar mayorista, referencia del mercado de cambios oficial, desde los $5,395 del 28 de julio, hasta los 5,515 pesos. De esta forma, el tipo de cambio aumentó un 12,2% en los primeros siete meses del año. Al anualizar esta apreciación entre enero y julio, refleja una tasa de casi 21%, que resulta un dólar oficial de $5,95 a fin de año.

Este dólar está de acuerdo con la “estimación” de un dólar oficial a seis pesos atribuida al secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, a comienzos del año, pero aún muestra que es imparcial o falaz interpretar que la devaluación oficial acompaña el ritmo de la inflación. En realidad “corrió desde atrás” al subir menos que la inflación real algunos meses, mientras que lo hizo más en otros. En enero, la inflación difundida por legisladores de la oposición en el Congreso fue de 2,58%, contra un incremento del dólar oficial 1,20%; 1,23% contra 1,33% en febrero; 1,54% contra 1,51% en marzo, y 1,52% contra 1,31% en abril.

El atraso cambiario presionó para que el dólar recuperara la tendencia ganadora en mayo y junio. En el quinto mes del año, la inflación detectada fue de 1,57% contra 1,84% que ganó el dólar, y en junio fue 1,93% contra 2,08 por ciento. En julio, la divisa mayorista ganó 2,2%, cuando algunas consultoras privadas ya calculan una aceleración de los precios en un rango de 2,4 a 3 por ciento. Así, una aproximación más realista muestra en el primer semestre un incremento de precios minoristas de 10,82% contra una suba del dólar de 9,65%: el billete siguió rezagado contra el promedio de los precios.

Por eso, el Banco Central decidió acelerar el ritmo de apreciación de la divisa. Si se tomara en cuenta la progresión alcista del bimestre junio-julio (subió 23 centavos, desde los 5,285 a 5,515 pesos) el incremento sería 4,35% bimestral, un 26,1% anual. Si se anualizara el 2,24% que avanzó el billete verde en julio, esta suba del dólar aceleraría un 26,9 por ciento. Es decir, la autoridad monetaria está apretando el acelerador.

En estrictos términos de devaluación, hay que decir que el peso argentino se devaluó 10,84% en el transcurso del año (frente a 12,2% que ganó el dólar), desde los u$s0,203 por peso ($4,925 por dólar en enero) a u$s0,181 por peso el 31 de julio. Anualizada, esta devaluación asciende a 18,58%, un porcentaje significativo que contraría la expresión de Cristina Kirchner, quien dijo en mayo que “para devaluar tendrán que esperar a otro Gobierno”.

Brasil y Venezuela

Probablemente haya sido el ajuste del dólar en Brasil el factor que más empujo al BCRA a apurar la escalada local de la divisa. En el trimestre mayo-julio el país vecino apreció el dólar un 14 por ciento. Respecto de enero, la divisa norteamericana en Brasil avanzó 12,2%, lo mismo que ganó el dólar oficial en Argentina. Esta relación es crucial en materia de exportaciones, debido a que Brasil es el principal socio comercial de la Argentina. Sin embargo, la diferencia de inflación entre ambos (3,15% contra 10,82% en el primer semestre) es otro dolor de cabeza para los funcionarios argentinos y factor de pérdida de competitividad para los productos nacionales.

El combate de la inflación que el Gobierno decidió hacer manifiesto en este 2013 es un fracaso concreto y subyace a las medidas para ajustar la tasa de cambio. Cuanto más ajustes, controles y acuerdos de precios se intentaron aplicar, menos efecto se consiguió en las góndolas. Por el contrario, la inflación parece estabilizarse en un 2% mensual.

Argentina está muy lejos de la realidad de Venezuela, pero simula seguir sus pasos. La administración chavista intentó a su modo fijar precios en época preelectoral y luego de los comicios la inflación se le fue de control: acumuló 25% durante el primer semestre del año, por encima del 7,5% del mismo período de 2012.

El país caribeño mantiene un férreo control de cambios con una cotización oficial de 6,30 bolívares por dólar, aunque la moneda de los EEUU es prácticamente inaccesible de no ser por el mercado paralelo, en el que su valor se quintuplica. Por ejemplo, el codiciado dólar “turista” al que acceden pocos venezolanos, con montos de u$s1.000 en promedio y un límite de u$s2.500, vale cerca de 11,7 bolívares, casi el doble que el oficial. En la Argentina, la tasa de recargo es apenas 20 por ciento.

Asimismo, en febrero, el gobierno de Nicolás Maduro decidió devaluar casi el 32% el bolívar respecto del dólar, que pasó de costar 4,3 bolívares a los actuales 6,3. Argentina todavía está lejos de un ajuste tan brutal, con su devaluación estimada en 18,8% anual. Más que un espejo Venezuela es en este sentido una caricatura que exagera el presente argentino, pero obliga a pensar sobre las consecuencias de las políticas económicas erráticas, descoordinadas y tolerantes de una inflación que carcome los ingresos.

Menos fuga de capitales, más caída de reservas

Las medidas restrictivas encaradas por el Gobierno para detener la fuga de capitales, mediante los controles sobre las importaciones, la compra de divisas extranjeras y el giro de utilidades al exterior, tuvieron repercusión en diversos sectores de la economía y generaron el efecto no deseado de una notable caída en las reservas del Banco Central. El stock quebró la barrera de los u$s42 mil millones en el transcurso del año y si bien se sostiene en un rango importante, está en su menor monto en casi seis años.

En 2012 se frenó la dolarización de carteras con el “cepo” cambiario, creció el superávit comercial y se mantuvo estable el desembolso de dólares para el pago de deuda pública. No obstante, la pérdida para los activos de la entidad que preside Mercedes Marcó del Pont fue de u$s3.100 millones en el año, a los que hay que sumar otros u$s1.753 millones en sólo dos meses transcurridos de 2013, a los actuales 41.537 millones.

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La soja y el doble filo del tipo de cambio atrasado

En enero los productores de soja liquidaron por exportaciones la mitad que en el mismo mes de 2012. Esta reducción significó unos u$s1.400 millones, en un mes tradicionalmente positivo para sumar reservas a las arcas del Banco Central. Los activos de la entidad ganaron en enero de 2012 unos u$s218 millones, mientras que en el mismo período de 2013 cedieron 640 millones de dólares. Esta pérdida se explica en parte porque los productores agropecuarios vendieron un 55% menos oleaginosa en el arranque del año, a la espera de mejores precios internacionales para su producto y de un tipo de cambio oficial más ventajoso, pero, sobre todo, porque la última cosecha -39,9 millones de toneladas- fue 19% menor a la de la campaña anterior.

Cuando en marzo de 2008 se desató la disputa entre el Gobierno y los productores sojeros por la aplicación de retenciones móviles para el principal producto de exportación argentino, sorprendió la iniciativa del Banco Central de colocar importantes posiciones vendedoras de dólares en el mercado mayorista para bajar la cotización. Así fue que la divisa retrocedió cerca de 6%, a $3,04, precio en el que osciló entre junio y agosto de aquel año, como una forma de escarmentar a quienes habían comprado dólares con la especulación de una suba importante, así como instar a un recorte de la rentabilidad de la soja, aun cuando por entonces se hacía efectivo el cese de comercialización por el paro agrario. Como los exportadores deben liquidar los dólares que ingresan al tipo de cambio oficial, una baja de la paridad reduce la cantidad de pesos que reciben a cambio de su producto.

A diferencia del 2007, el actual escenario macroeconómico acota el margen del Gobierno para depreciar el peso y mejorar la competitividad a través del tipo de cambio, debido a que el propio Estado es el mayor importador, en particular en materia energética, rubro que demandó compras al exterior por u$s9.266 millones el año pasado. Un dólar más alto obligaría al Gobierno a desembolsar más pesos para adquirir las divisas necesarias para esas operaciones, cuando las cuentas fiscales están muy ajustadas.

En el 2001, último año de la convertibilidad, la tonelada de soja promedió un precio de u$s172, con una retención del 3,5% que no se destinaba al Estado, sino a fondear un subsidio para la industria aceitera. El productor recibió entonces una media de u$s166 por tonelada, mientras que en la actualidad percibe unos u$s347 por tonelada (u$s534 en el mercado de Chicago menos el 35% de retenciones), que se liquidan al tipo de cambio de 5 pesos. Con esos $1.735 por tonelada, se pueden comprar sólo u$s226 en el mercado paralelo.

Mientras que la alícuota de las retenciones aumentó por diez y el precio internacional de la soja creció tres veces, el ingreso del productor aumentó 36% en dólares, una proporción significativamente menor, cuando muchos costos en moneda norteamericana en el mercado interno lo hicieron por encima de ese rango. Con el correr de los años y la creciente inflación, lo que no se logró por retenciones móviles se consiguió por atraso cambiario: los ingresos por la soja crecieron más para el fisco que para el productor.

Es por eso que al recibir en su bolsillo un 58% menos que el valor en el mercado exterior, y con la actual brecha entre el dólar “blue” y el oficial, hay reticencia de los chacareros a liquidar la cosecha, a la espera de que la divisa oficial se acerque más a los seis pesos, como sugirió el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno. Por el mismo motivo, no es de extrañar la inquietud oficial que se evidencia en las inspecciones de la AFIP a los campos en las últimas semanas.

En tanto, esta tasa de cambio afecta la rentabilidad en las áreas marginales de siembra, impulsa el acopio de granos en las silo-bolsas, posterga el ingreso de dólares al fisco y a las reservas del Banco Central, desincentiva la inversión en un sector muy competitivo y empobrece a la economía en general.

De qué dólar hablamos cuando hablamos de dólar

El incremento del dólar informal volvió a colocar al billete verde en el centro del debate económico del verano, pero el abanico de cotizaciones de la divisa excede ampliamente este mercado marginal y tiene variedad de lecturas según desde dónde se lo observe o negocie.

Existe un dólar oficial o minorista, que es el de la cotización de las casas de cambio y bancos autorizados a operar la divisa en la plaza regulada por el Banco Central y la AFIP. Este dólar, a $4,98, tiene escasas transacciones por las restricciones oficiales aplicadas a partir del 31 de octubre de 2011 e incide, por ejemplo, en el llamado “dólar turista” de referencia para viajar al exterior y para los pagos con tarjeta fuera del país, con un recargo del 15% sobre el dólar oficial (hoy a $5,73).

La cotización “turista” sigue resultando barata para los consumidores y esta sensación se evidencia en el incremento del stock de crédito en dólares con tarjeta, que volvió a crecer en enero, después de cuatro meses en baja.

Hay otro dólar, el más significativo por su volumen, que es el mayorista o interbancario. Este precio es la referencia real del mercado, aunque sólo se utiliza para operaciones entre bancos, empresas y el comercio exterior. El mercado mayorista opera entre 300 y 400 millones de dólares diarios y es donde interviene el Banco Central para fijar el precio en lo que se denomina la “flotación administrada” y abastecerse de divisas para incrementar las reservas. Por lo general, éste se sitúa en un plano intermedio entre los precios de compra y venta en el circuito minorista, que, a su vez, replican casi de inmediato las variaciones del mayorista. Este dólar es ahora de 4,9725 pesos.

Otra referencia para el dólar es el financiero o “contado con liquidación”. Su valor se establece por la cotización de las acciones o los bonos argentinos, dividida por la cotización en dólares de estos mismos activos en el exterior. Es decir, el “contado con liqui” refleja el precio del dólar que convalidan los operadores financieros en transacciones legales de fuga de capitales, llamadas así porque producen la salida de dólares del mercado financiero local para ser colocados en el exterior.

Este dólar financiero promedia hoy $7,63 y reproduce, entre muchos factores analizados por los actores del mercado, la relación entre reservas y masa monetaria, el riesgo país argentino o los indicadores de actividad económica locales. Por ejemplo, si tomamos la cotización de la acción de YPF, ésta es de $119,45 en la Bolsa de Buenos Aires. Si se divide esa cifra por los u$s15,70 que cotiza YPF en Wall Street, resulta un dólar implícito de 7,61 pesos.

Al “contado con liqui” se lo denomina “blue chip” en la jerga de la City financiera. Fue así que se acuñó el término “blue” para llamar al billete que manejan las “cuevas” en el circuito informal. El dólar “blue” opera, según fuentes del sector, entre 30 y 40 millones de dólares diarios, aunque según fuentes oficiales esta cifra podría ser inferior, en torno a u$s10 millones diarios. Como fuere, es menos del 10% de lo operado en el mercado mayorista, aunque no es un número para desdeñar: supera ampliamente el monto diario negociado en acciones en la Bolsa porteña.

Como en otras etapas de la historia argentina, cuando algo se prohíbe surgen múltiples denominaciones o eufemismos para referirse a la misma cosa. Así, el “blue” es también el “dólar libre” (el único al que el ahorrista accede sin controles oficiales), paralelo (se comercializa en un circuito a la sombra del oficial), informal o negro (no queda registro de las transacciones), ilegal (lo realizan individuos sin autorización oficial para operar divisas extranjeras), marginal (sus negocios son minúsculos aunque, lamentablemente, crecientes), entre otras definiciones. Su precio, hoy de $7,66, es muy volátil pues pocas operaciones pueden hacerlo subir o bajar de forma abrupta.

Aunque es improbable anticipar un precio de equilibrio para la divisa norteamericana, es útil mirar la brecha: es habitual que coincida el rango entre los dólares mayorista y financiero (ahora en 53,4%) con el de los dólares oficial y libre (53,8%).

Por lo general, el dólar libre es ligeramente más barato que el “contado con liqui”, por la simple razón de que en el segundo, al ser formal, se cobra una suerte de comisión por la intermediación financiera en las operaciones, registradas y declaradas. Esta relación se revierte estos días cuando la plaza informal está muy demandada y escasean los billetes físicos.

Final abierto para el dólar “blue”

El salto cambiario de 12,5% en las últimas cuatro semanas es el emergente de políticas económicas que alimentaron la inflación y minaron la confianza en el peso. El dólar blue se metió en el debate de las familias y aun con el escaso volumen que moviliza este mercado (una décima parte de lo que representa el mayorista) se convirtió en una referencia para establecer el precio de la moneda, hoy en torno al “siete a uno”, como una suerte de nueva convertibilidad que influye en las expectativas de inflación.

El exceso de liquidez, por la fuerte emisión sin respaldo del Banco Central, se volcó en una porción al mercado paralelo, que sobrerreaccionó la suba en el arranque del año. La demanda estacional por vacaciones, agudizada por impedimento de hacer efectivas las operaciones previamente autorizadas por la AFIP, se sumó a las compras informales para atesoramiento en el período de cobro del medio aguinaldo.

En 2012 la emisión de pesos creció 40%, por encima de la inflación real, y se reflejó en el aumento del 44% del “blue”, aunque éste no es una réplica directa de la primera: el billete verde arrastraba además un significativo retraso en su cotización, que desde 2009 evolucionó más lentamente que los precios minoristas.

Todos estos factores se combinaron para la suba y nada indica que en 2013 las condiciones vayan a revertirse.

Para este año se prevé un fuerte ingreso extra de dólares por la cosecha, unos 110 millones de toneladas, la mitad de soja, que aporta un 35% de retenciones. Se calcula que por la oleaginosa ingresarán unos u$s5 mil millones para reforzar la oferta neta de divisas en el mercado local, que se complementan con los menores vencimientos de deuda en moneda extranjera, que significaron una caída del 7% (unos u$s3 mil millones) en las reservas durante 2012.

Esa liquidación de divisas, más notoria en el segundo trimestre del año, servirá para recomponer las reservas del Banco Central e indirectamente quitará presión alcista al dólar. Pero a la vez, este efecto puede neutralizarse: los exportadores reciben pesos a cambio de sus ventas externas y la aversión a la moneda doméstica en un marco inflacionario es un incentivo para comprar divisas en el mercado informal.

De persistir una inflación cercana a 25% y una emisión próxima al 40% anual, el dólar blue está condicionado a aumentar en ese rango, para situarse por encima de los $8,50 hacia diciembre, sólo al considerar la progresión inflacionaria, en un pronóstico conservador. En un mercado tan chico y especulativo, ajeno a la “flotación administrada” del dólar oficial, los operadores informales apuraron los tiempos en enero, para descontarse hasta un exagerado 10% de esa expectativa de incremento anual, cuando el billete llegó a pagarse a 7,50 pesos.

La experiencia histórica de la Argentina indica que los controles llevan a más controles para enderezar las distorsiones que la propia prohibición genera. E impulsan una ampliación de la brecha cambiaria, hoy en el 50%, que sesga la tendencia alcista para el resto del año: el dólar paralelo también acompañará la tasa de devaluación que el Banco Central defina para la cotización oficial.