Por: Juan Gasalla
En el pasado reciente, el debate sobre cuestiones económicas se concentró en la realidad palpable de la inflación que se acelera y el dólar que se desdobla, pero no se profundizó sobre los motivos que en forma reiterada nos llevaron al atraso cambiario y al incremento de los precios internos por décadas. Uno de estos es la productividad, el indicador que los economistas relevan para medir la utilización óptima de los recursos en la producción de bienes y servicios. Si el trabajo de los argentinos fuera “más productivo”, probablemente la inflación y la tasa de cambio serían temas menores en la lista de preocupaciones nacionales.
Siempre en este análisis teórico, una mayor productividad permite obtener más cantidad y calidad de dichos productos o servicios, o bien reducir los costos de fabricación o prestación de servicios por unidad. Un error es circunscribir la productividad a los trabajadores, cuando las cualidades de un producto en una economía globalizada no dependen sólo del capital humano (capacitación de los operarios), sino también de la tecnología (capital físico) y los niveles adecuados de inversión que estos factores demandan.
Puede inferirse que la renta per cápita de un país, asociado a su calidad de vida, así como la robustez del PBI y de la moneda doméstica, están vinculados a esta capacidad para producir bienes y servicios. En Alemania, por buscar un ejemplo, la apreciación del euro frente al dólar u otras divisas no impide que el país sea, junto con China, el principal exportador del mundo, con un espectacular superávit comercial cimentado en el valor agregado de sus bienes.
La competitividad es otro de los conceptos para sintetiza la capacidad que tiene una empresa, región o país de obtener mayor rentabilidad en el mercado en relación a sus competidores. En la Argentina, un país con dilatada trayectoria inflacionaria, se lo asocia directamente a la ventaja del tipo de cambio o “dólar alto”, pero no es más importante que la productividad o la innovación. Daniel Artana, economista Jefe de FIEL, enfatiza que “hace tiempo que el Gobierno viene devaluando más fuerte, porque hace un año y medio atrás lo hacía a un ritmo del 8% anual y ahora lo hace al 20% y eso ha vendió creciendo todos los meses. Eso no tiene que ver con el dólar ‘blue’, sino que el Gobierno, reconociendo que hay un problema –para simplificar- de competitividad en parte del sector productivo argentino”.
La competitividad depende particularmente de la calidad del producto, el nivel de precios, la imagen de marca y la logística e infraestructura que facilitan su comercialización. El economista Bernardo Kosacoff, docente de la UBA y ex director de la CEPAL, sostiene que “la Argentina tiene un sector de la economía que es notablemente eficiente y está asociado a la producción de insumos básicos: aluminio, siderurgia, petroquímica, a los recursos naturales en casi todas sus gamas y también en algunas exportaciones de servicios”. Acota que “en términos de valor agregado del conjunto de la economía esto no representa más que el 20% del PBI de la Argentina. El resto de la economía tiene, obviamente, problemas de competitividad. En algún caso, un 40% está en la línea media y hay otro 40% que está alejado de las mejores prácticas internacionales”. El experto de la UBA recomienda por ello acelerar la inversión, calificar al personal y desarrollar proveedores especializados, para crear “condiciones sistémicas de competitividad”.
Débil crecimiento en la “década ganada”
Para el doctor en Economía Ariel Coremberg, especializado en Productividad y Fuentes del Crecimiento Económico, es posible ganar competitividad sin recaer en fuertes devaluaciones, otorgar aumentos salariales sin que resulten inflacionarios y ganar mercados en el exterior sin afectar la provisión el mercado interno. Impulsor del Proyecto Arklems, iniciativa para medir y comparar con parámetros internacionales las fuentes del crecimiento económico, la productividad y la competitividad de la Argentina, el especialista detectó que no hubo un ritmo de crecimiento diferenciado entre la década de 1990, durante la gestión de Carlos Menem, y la llamada “década ganada” de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.
“Argentina creció a una tasa muy moderada entre 2,2 y 2,5 por ciento anual en promedio en las últimas dos décadas, de acuerdo a la tendencia que registró el país en el último siglo. Como promedio, es muy bajo para una economía emergente o en vías de desarrollo. EEUU en el largo plazo creció 3,5% anual, aún siendo un país mucho más desarrollado, gracias a los procesos tecnológicos y mejoras en la productividad”, explica Coremberg.
Nuestro país también tuvo un crecimiento inferior al 3,4% que promedió Brasil y del 3% del global de América Latina. Por supuesto que en esta ponderación influye la caída de 20% que registró el PBI nacional durante la depresión 1999-2002. “Al prescindir de esos cuatro años, que constituyen la crisis económica más profunda de la historia argentina, si se compara 1990-1998 con el 2002-2012, hay un crecimiento similar, de algo menos del 6% anual”, detalla Coremberg. A partir de 2008, más allá de las distorsiones estadísticas, el PBI se desaceleró en forma muy brusca. “Entonces la tasa de crecimiento que está presentando hoy el país es muchísimo más baja que el período 2002-2007”, puntualiza el experto del Proyecto Arklems.
En coincidencia con este análisis, un informe de la UCES aporta que en 2012 el PBI creció apenas 1,9% y la inversión bruta interna fija bajó 4,9% “más por disminución de la incorporación de máquinas y equipos que por la retracción de la construcción, tras haber aumentado el año previo a tasas de 8,9 y 16,6%, respectivamente”. Según la institución esta caída de la inversión bruta interna avala el análisis por el cual se deteriora “el rendimiento del factor trabajo”.
Fausto Spotorno, director del área de Research de OJF & Asociados, divide la última década en dos secciones grandes: “Una que fue la salida de la crisis, de 2002 a 2007. Argentina estaba enfocada en salir de la crisis, que fue terrible, que llevó a la pobreza arriba del 50% de la población, al desempleo del 24%, las empresas estaban todas paradas, la capacidad ociosa estaba casi en el 50 por ciento. Eso significa que no había negocios para hacer: más que ganar una década, estábamos en emergencia”. Y a partir de 2008 “es cuando debieran haber cambiado las cosas y no cambiaron. Era necesario pensar una economía para el largo plazo, fortalecer las instituciones, fortalecer los mecanismos de crecimiento más sustentables, atraer inversiones. Y el Gobierno en vez de buscar largo plazo y crecimiento sustentable decidió mantener la misma política que había sostenido hasta ese punto y se fueron perdiendo los ‘pilares’ de la economía”, consideró el economista.
La alta volatilidad de los ciclos económicos de la Argentina es la que genera los períodos de “tasas chinas” de crecimiento, que a la vez contrastan con los lapsos de crisis, con profundos ajustes y deterioro de los indicadores sociales. Para evitar este derrotero, el país debería elevar su tasa de inversión, en torno al 20% del PBI promedio en los últimos 50 años, muy similar al resto de América Latina, pero casi 10 puntos debajo de la de emergentes como China, India y el sudeste asiático. Y a la par de generar esa capitalización de la economía, hacerlo con eficiencia y productividad.