El salario es la única “ancla” que modera la inflación

Hace casi 40 años, el 14 de enero de 1974, Juan Domingo Perón pronunció una frase que quedó en la memoria colectiva: “Los precios suben por el ascensor y los salarios por la escalera”. Esa sentencia tenía un contexto: el entonces Presidente de la Nación habló al país por cadena de radio y televisión para relanzar el Pacto Social de 1973, iniciativa política rubricada por el Gobierno, la industria y los sindicatos para impulsar el crecimiento y mitigar la inflación.

Textualmente, Perón expresó: “Se ha tratado de un convenio colectivo de alto nivel en el que se han comprometido las fuerzas del trabajo, los empresarios y el Estado. Su estabilidad representa el equilibrio indispensable para dominar el flagelo moderno, la inflación, provocada por un desacuerdo permanente que ocasiona una carrera desenfrenada entre precios y salarios, en el que los primeros suben por el ascensor y los salarios por la escalera, según una aserción popularizada por la experiencia largamente vivida”. Entre diversos puntos, aquel Pacto Social estableció un congelamiento de precios, dispuso un alza general de salarios y acordó la suspensión de la negociación colectiva por dos años, con el compromiso de cesar los conflictos laborales.

Cuatro décadas después queda la impresión que pocas cosas se modificaron en la Argentina en materia económica: otra vez debatimos sobre la distribución del ingreso, la carestía de precios, el déficit fiscal, la necesidad de cambios estructurales en la industria para hacerla competitiva y la captación de una parte de la renta agrícola para financiar el desarrollo de otros rubros productivos. Como en 1974, la inflación, la suba del dólar y el peso del déficit energético representan un lastre para la actividad económica.

Desde hace ocho años que el alza de precios está cómoda en dos dígitos y se acelera a un ritmo que atenta contra la mecánica de las paritarias. Aunque la Argentina está lejos de una hiperinflación, las negociaciones salariales anuales quedaron perimidas y varios gremios plantearon realizarlas dos veces al año, con periodicidad trimestral o con una “cláusula gatillo” para que se apliquen aumentos estipulados después de determinado incremento de precios.

Una recomposición salarial por debajo de la inflación real es un ajuste –por más que en los despachos oficiales rehúyan del término- y una señal disuasiva frente al recalentamiento de los precios minoristas pues, con el costo social que implica y el efecto nocivo para la actividad, la pérdida de poder de compra se convierte en uno de los pocos factores que moderan las expectativas inflacionarias. Las estimaciones privadas registran una inflación acumulada en 2013 en torno al 27%, superior al Índice de Salarios del INDEC que suma desde diciembre de 2012 a noviembre de 2013 un incremento promedio de 26% para empleados públicos, privados e informales. El año pasado, las negociaciones paritarias concluyeron con una suba promedio de sólo 24 por ciento.

Un informe del Banco Ciudad señala que “la de noviembre (de 2013) resultó la quinta caída mensual consecutiva de los salarios reales del sector privado registrado y, considerando la aceleración inflacionaria de diciembre, el año pasado habría finalizado con una contracción del poder de compra de este segmento cercana al 2 por ciento”. El informe de la entidad concluye que sería el segundo año con caída real del salario, tras haber disminuido casi un 1% en 2012.

Los economistas se refieren al “anclaje de expectativas inflacionarias” como el manejo de distintas variables que tienden a atenuar la escalada de precios. Es curioso que después de un período en el que se profundizaron los controles, congelamientos y acuerdos con cadenas comerciales y proveedores, la inflación no se redujo: avanzó más fuerte. En este caso, el “ancla” para acotar la inflación no funcionó. El déficit del Gobierno lo obliga en 2014 a ser promotor de inflación, a través de un encarecimiento del transporte público y los combustibles. Uno de los objetivos del congelamiento de tarifas había sido el de la contención de precios.

El Gobierno renunció en los últimos meses a otro precio que actuaba como “ancla”: el del dólar oficial, que trepó 32,5% en 2013, su máximo aumento desde 2002. Muchos precios internos se fijan con el dólar como referencia, pero una tasa de cambio artificialmente baja incentiva la fuga de capitales. La salida de divisas de 2011 no sólo inspiró el “cepo” cambiario, también tentó a restringir importaciones, otro recurso útil para poner límite a las remarcaciones. Si la falta de una política integral contra inflación no se puede reemplazar con atraso cambiario, menos aún con devaluación.

Con un Tesoro que contabiliza déficit primario por segundo año consecutivo y no accede al mercado de deuda, en el Ministerio de Economía se enfrentan al dilema de recortar el gasto público o generar más inflación, es decir transferir el costo del ajuste a toda la ciudadanía, porque al cubrirse el rojo fiscal con la emisión de pesos sin respaldo se traslada a precios esa sobreoferta de moneda, como se observa tanto en la proliferación de billetes de cien pesos como en su menguado poder adquisitivo.

Cepo cambiario: se perdieron reservas por u$s14 mil millones

Pasaron las elecciones y asoman otra vez las dificultades y la ausencia de anuncios concretos que permitan avizorar el rumbo de la política económica futura. Disipada la euforia electoral persisten el modesto crecimiento de la actividad, la inflación sostenida en torno al 25% anual, el ritmo de emisión monetaria sin respaldo para financiar el gasto público, la tensión con el dólar y la pérdida de reservas en el Banco Central. No son datos novedosos, pero no dejan de ser los tópicos económicos ineludibles en el sinuoso camino hacia 2015.

El Gobierno se garantizó antes de las elecciones la aprobación del Presupuesto 2014 y la ley de emergencia económica. El resultado de los comicios pudo ser analizado desde los despachos oficiales con la perspectiva del “vaso medio lleno”: el Frente para la Victoria conserva la mayoría en ambas cámaras del Congreso y todavía mantiene un núcleo duro de un tercio de los votantes. En el mismo aspecto puede interpretarse que continuará la aversión al cambio y el estilo heterodoxo y desarticulado para abordar los conflictos de la economía.

Sin embargo, ya no es ajena para el Gobierno la urgencia de conseguir dólares. El intrascendente blanqueo de capitales a través de los CEDIN y BAADE ideado por Guillermo Moreno cedió el paso a otras alternativas, más amigables con el mercado financiero que con el discurso kirchnerista. Por ejemplo, el acuerdo con cinco empresas con demandas ante el CIADI, el tribunal arbitral del Banco Mundial, que liberará créditos por unos u$s3.000 millones, o el cuestionado acuerdo con Chevron para desarrollar el megacampo de Vaca Muerta.

Este auxilio financiero tiene sabor a poco y apenas estira los tiempos para alentar la teoría según la cual el Poder Ejecutivo puede mantener el esquema económico sin variantes hasta la entrega del mando presidencial a otra administración.

El deterioro de variables acota el espacio para insistir con las improvisaciones. Las reservas internacionales del Banco Central se contrajeron casi u$s10.000 millones sólo en 2013. Es un monto es similar a los u$s9.534 millones que el presidente Kirchner le pagó al FMI en enero de 2006 para cancelar la totalidad de la deuda con ese organismo y es muy superior a los cerca de u$s7 mil millones que todavía se le deben al Club de París, entidad que reúne a un grupo de bancos centrales que entregaron al país créditos comerciales que quedaron incumplidos desde 2001.

Esta dinámica sirve para advertir que muchas cosas pueden suceder en dos años. Basta recordar que dos años atrás llegaba la restricción cambiaria. En ese período, el dólar subió de $4,24 a los $9,92 que se pagaron en el mercado libre este martes, un 133% más. En el mismo lapso, los activos líquidos del BCRA disminuyeron u$s13.989 millones (de 47.523 millones a 33.534 millones) o 29,4%, a un ritmo cercano a u$s600 millones por mes.

Durante los 24 meses de vigencia del “cepo” cambiario, las reservas líquidas del BCRA -compuestas por divisas, oro, colocaciones realizables en divisas y convenios multilaterales de crédito, entre otros- pasaron de constituir el 48,5% del activo de la entidad al 29,9%, mientras que se incrementaron en la hoja de balance los adelantos transitorios al Tesoro y los títulos públicos.

¿Por qué se van los dólares?

El arrastre del agro y derivados, y en menor proporción de la minería, permiten todavía que se sostenga el superávit comercial de bienes y servicios -y el ingreso genuino de dólares-, contra la salida de divisas por turismo, energía y rubros industriales, que manifiestan la dimensión de los desequilibrios por un tipo de cambio cada vez menos competitivo. Luego, la cuenta corriente se tiñe de rojo cuando se contabilizan el pago de deuda pública y privada y la remisión de utilidades y dividendos.

La importación de energía este año ascenderá a unos u$s13.000 millones, con un crecimiento del 30% anual, y el déficit sectorial se acercará a los 6.000 millones de dólares. Según datos aportados por el Instituto Argentino de Petróleo y Gas, la producción de crudo cae ininterrumpidamente año tras año desde 1998. Entre 2002 y 2012 retrocedió 24,8% (de 44,1 a 33,2 millones de metros cúbicos) en contraste con el notable crecimiento del PBI argentino en esa década. La producción de gas decreció desde un máximo histórico de 52.385 millones de metros cúbicos en 2004 a 44.124 millones en 2012 (-15,8%).

El déficit de la balanza turística, incentivado por el pago de paquetes en el exterior y pasajes a una tasa de cambio actual de $7,07 ($5,89 más 20% de recargo a cuenta de anticipo de impuestos), superará al de la energía este año, debido a esta distorsión cambiaria que hace más barato a los argentinos viajar fuera del país y dificulta el arribo de turismo internacional.

En cuanto a la industria, su rojo comercial puede contemplarse como una variable más en un sector que contribuye generosamente a la actividad económica, además de crear empleo y valor agregado, sin que por ello deban ignorarse datos preocupantes en materia cambiaria. El rubro autopartista se encamina a un déficit comercial de u$s9.000 millones este año, de la mano de las ventas récord de unidades 0 kilómetro en el mercado interno.

Avisan los mercados

En la jerga de los mercados financieros se dice que los índices bursátiles “anticipan” los movimientos de la economía real. Por eso, la intensa volatilidad que mostraron las bolsas en la última semana disparó una serie de especulaciones sobre un eventual cambio de ciclo en la economía global, con particular efecto sobre los países emergentes como la Argentina, beneficiados por las bajas tasas de interés internacionales y el alto precio de las commodities.

En principio, el detonante de la caída de precios en Wall Street que se contagió al resto del mundo surgió de la conferencia de prensa que brindó el presidente de la Reserva Federal de los EEUU en la que reconoció que una “moderación” de los programas de estímulo podría comenzar a final de 2013. Esta reducción gradual no debería cambiar las condiciones generales del mercado, en un año en el que el Dow Jones de Industriales quebró 22 récords históricos entre el 5 de marzo y el 28 de mayo, hasta los 15.409 puntos. Además de superar las marcas de octubre de 2007, previas a la última crisis financiera, lo hizo en un muy corto lapso de menos de seis años, cuando después de la Gran Depresión de 1929 precisó 25 años para retornar a sus máximos valores anteriores.

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