Hay dos formas de consagrar leyes electorales. Una de ellas implica la búsqueda de amplios consensos legislativos, dado que se trata de las normas que regulan la competencia por la cual se distribuyen los cargos en juego. En una democracia sana esto es de vital importancia. En cambio, la otra es la imposición de una ley. En este caso, una mayoría circunstancial sanciona una norma con la intención de limitar el marco de competencia y así sacar ventaja en una determinada elección.
La ingeniería electoral es como la energía atómica: puede servir para iluminar una ciudad o para terminar con ella. Los alquimistas de la política saben esto y lo aplican como parte de su expertise.
El Parlamento del Mercosur derrama buenas intenciones. El Protocolo Constitutivo reconoce la “representación de los ciudadanos de los Estados parte” para dar lugar “a la creación de un espacio en el que se refleje el pluralismo y las divisiones de la región”. Habla una y otra vez de democracia, participación y representatividad. Entre sus propósitos se destaca la “representación de los pueblos respetando la pluralidad ideológica y política”. Continuar leyendo