Según me fue señalado, el señor Julio Bárbaro, a quien no tengo el placer de conocer, pero me dicen que es persona muy famosa e influyente, me obsequió con una serie de contumelias. Y lo hizo en forma pública, a través de las páginas de Infobae. Cuando lo leí, me quedé perplejo: ¿Qué le habré hecho a ese señor? Por un lado, me ningunea: dice que lo aburro. ¡Cómo lo entiendo! Sería suficiente con no hacerme caso, con hacer zapping. Sin embargo, al rato me basurea: me acusa de querer enseñarles “a los pueblos” cómo comportarse. Nada menos. ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Qué pueblos? No lo sé, ni lo dice. Reconozco que la tarea me quedaría muy grande. Igual le agradezco: podía escribir que soy un imbécil antipueblo, como seguramente piensa, pero se autolimitó, se contentó con decirme que soy un “supuesto pensador”. Admito: llegué a la conclusión de que, más que aburrirlo, lo molesto, y que no pudo resistir la tentación de gritarme y de gritarlo, atacándome a mí, personalmente, y a ninguno de mis escritos en especial.
Aunque sospecho —se deduce de su escrito— que lo que no pudo tragarse fue mi artículo sobre el Papa populista, que en Argentina publicó Criterio y que salió publicado en otros idiomas también. Artículo sin duda muy crítico hacia el pontificado, pero también muy respetuoso en el tono y en el contenido; respeto al que yo no tuve derecho: ¿por no ser papa? El fin, el señor Bárbaro no perdió tiempo en discutir mi mensaje: fue directo al mensajero. Continuar leyendo