Dejando atrás la adolescencia

Y se dio nomás. El sueño tan deseado por Cristina Kirchner: la foto con Obama y para colmo en Buenos Aires.  La negativa estadounidense durante los dos mandatos de la santacruceña para autorizar un encuentro cumbre bilateral, prueba en forma evidente que en estos temas nada es gratuito y que ofender a un halcón republicano en su propia cara, más aún cuando se cumple el rol de anfitrión como sucediera en Mar del Plata en el 2005, no es algo que se pasa por alto muy rápidamente, ni siquiera aunque el sucesor del agredido sea una paloma demócrata. Aunque parezca increíble estos incidentes y la ira consecuente de la Señora ante la indiferencia de Obama  en su trato en comparación a sus otros colegas de la región, fueron provocando desencuentros crecientes y situaciones increíbles, como la del canciller argentino tratando de forzar con una tenaza el candado de la caja de herramientas de un avión militar norteamericano, por él mismo solicitado para maniobras y actividades conjuntas. Una vergüenza que solo permite reforzar la idea de la habitual improvisación y superficialidad con que muchas veces se manejan las relaciones exteriores de nuestro querido país.

Pelearse a fondo con Washington no es nada fácil. Hay que ser muy fuerte y poderoso para poder hacerlo y afrontar los costos consecuentes. Especialmente en casos como este en que la diferencia de volumen entre  ambos países es descomunal. La Argentina representa entre el 2% y 3% de los EEUU, o lo que es lo mismo la Casa Blanca gobierna un pedazo de la torta de la riqueza mundial que es entre 30 y 50 veces más grande que la que maneja su equivalente de color rosado. Ellos pueden vivir sin nosotros sin sufrir demasiado, pero lamentablemente nosotros no. Una pelea entre ambos, genera lo que se conoce en relaciones internacionales como conflicto con costos desiguales. Una situación que merecería ser afrontada sólo si los beneficios adicionales que este enfrentamiento conlleva fueran superiores a los perjuicios que origina. De lo contrario esta circunstancia sólo puede servir para llenar páginas retóricas de discursos inflamados de nacionalismo sin sentido, justificar posicionamientos ideológicos, pero del interés y la conveniencia nacional ni hablemos.

Nos guste o no, los EEUU seguirán siendo la potencia dominante del planeta por varios años mas, probablemente décadas, aunque tal vez no la hegemónica, como lo fuera por un buen tiempo después de la implosión del Imperio Soviético que siguiera al derrumbe del Muro de Berlín. Y ni que hablar en la región. Los vanos y muy costosos enfrentamientos entre la legión bolivariana de naciones, inspirada en la revolución cubana y la primera potencia mundial, están terminando en situaciones casi surrealistas con los hermanos Castro rogando por que se instalen cadenas de hamburgueserías en la isla y los venezolanos teniendo que importar nafta del gigante del Norte, porque su propia ineficiencia y errores han paralizado toda su economía. Una vez más, sirvió solo para perpetuar modelos cerrados y regímenes la mayoría de las veces de tintes autocráticos y personalistas, pero no para lograr la tan ansiada “liberación” de los pueblos.

Por el contrario, el desarrollo de largo plazo, único camino seguro para dejar atrás la pobreza y lograr el bienestar y progreso, se consigue en general con políticas internacionales realistas, muchas veces de Estado, que contemplan y coordinan los verdaderos intereses nacionales, que generan confianza y respeto en el resto del mundo, que implican el cumplimiento de la ley y permiten un clima de negocios adecuado, que siguen las prácticas y normas de convivencia entre las naciones, en definitiva un set de decisiones y procedimientos, muchas veces más aburridos y menos estruendosos, pero casi siempre mucho más eficientes para alcanzar esos altos objetivos.

Los argentinos deberíamos madurar en nuestra relación con los EEUU. Como lo han hecho prácticamente todos los países importantes de la Tierra, aún aquellos que pretenden sustituirlos en la hegemonía planetaria. Toda Europa, el Extremo Oriente y hasta China, Rusia y otros actores de esa envergadura, han decidido relacionarse en forma pragmática con el gigante norteamericano, tratando de sacarle el máximo provecho a esos vínculos, en un marco de respeto y cierta continuidad, tanto de fines como de medios.

Si bien es cierto que uno no puede permanecer neutral frente a los desafíos que enfrenta nuestra civilización y que para muchos de nosotros la Argentina es un miembro inseparable del llamado “Mundo Occidental”, por valores, principios, por las luchas, amenazas y enemigos comunes y los EEUU encarnan desde hace algunas décadas el liderazgo de esta forma de ver el mundo, podríamos aunque más no sea avanzar en este camino por conveniencia.

Deberíamos aprovechar este cambio rotundo de clima bilateral, para relanzar nuestras relaciones y lograr dar un paso adelante en este sentido. No nos ha servido pasar de un extremo a otro, del amor al odio sin escalas. Ni cuando fuimos los amantes casi promiscuos en las épocas de las “relaciones carnales”, ni tampoco cuando representamos el rol del alumno más rebelde y revoltoso de la clase. Tendríamos que encontrar en nuestro vínculo una agenda de largo plazo, que contemple en la mejor forma posible los intereses de ambas partes y que pueda ser transformada en verdaderas Políticas de Estado, que perduren cualquiera sea el ocupante del Sillón de Rivadavia. En España o en Chile o hasta en el propio Brasil, nadie concibe la posibilidad de estos vaivenes emocionales y adolescentes para con los EEUU, gobiernen socialistas o populares, socialistas o conservadores, con Cardoso o con Lula.

Para ello deberíamos lograr que esta primavera, se convierta en verano. El nuevo gobierno argentino, seguir por este camino y tratar de no caer en la tentación de partidizar estos logros y avances concretos en la relación con Washington, de manera de abrir una sana y profunda discusión que permita encontrar los grises en todo el arco político,  en definitiva, buscar una relación “de Estado”. La oposición, hacer el esfuerzo por no trabar porque sí. Entender que el relacionamiento con la principal potencia mundial no es poca cosa y que a todos nos conviene cierta previsibilidad y largo plazo. En definitiva, que de una vez y para siempre, en este tema todos maduremos.

 

Una gira para entrar en la historia

Una imagen casi surrealista: el Presidente de los EEUU recorriendo como un turista La Habana vieja, en una Cuba aún gobernada por los Castro. Dos sistemas muy distintos que convergen y se reencuentran, después de muchas décadas. Tan distintos que desde el triunfo de la revolución cubana en 1959 han gobernado en Washington 11 presidentes democráticos, mientras que en el otro lado del estrecho de la Florida, se han alternado solo los dos hermanos. Cuando en 1961 nacía Barack Obama, ya Fidel llevaba dos años en el poder.

La relación entre los EEUU y Cuba siempre fue compleja. La proximidad casi promiscua de la isla a las costas continentales del gigante, signó en forma irreversible su destino. Junto con Puerto Rico, fueron las dos últimas colonias americanas del decadente Imperio Español. Todos sus hermanos latinoamericanos logramos cortar vínculos con Madrid mucho antes, desde 1810 en adelante. Mientras que las dos alas del mismo pájaro, como canta la canción, recién lo lograron con un destino desigual a finales del siglo XIX. Para poder romper definitivamente con su condición colonial, fue imprescindible la derrota española por parte de los EEUU en la guerra que en 1898, marcó el debut de Washington como actor internacional de primer nivel, venciendo a un viejo imperio europeo, algo que casi al mismo tiempo lograba en otra parte del mundo el poder emergente imperial de Tokio sobre la ya vieja Moscú zarista. Puerto Rico, Guam y las Filipinas pasaron a ser dependencias coloniales de los EEUU, mientras que Cuba, alcanzaba su independencia de España, aunque fuertemente tutelada por los EEUU. Décadas más tarde, La Habana tuvo que buscar un nuevo tutelaje, esta vez de la Unión Soviética, para poder separarse de la casi asfixiante relación con su poderoso vecino. Por eso ahora el desafío es que este reencuentro sea el definitivo. Que los cubanos se animen a ser libres en serio, sin necesidad de tener siempre un reaseguro o una fuente de poder y financiamiento externo: primero Madrid, después Washington, más tarde el Moscú soviético y hasta muy poco la Caracas chavista; y que los estadounidenses entiendan que no se trata de un estado rebelde de la Unión, sino de un vecino independiente que merece todo el respeto y la consideración.

Soplan fuertes vientos de cambio en el Caribe, casi un huracán, impulsado por una serie de factores que ha permitido que se vayan alineando planetas y circunstancias que antes parecían incoordinables.

Obama da así un paso trascendental para que su presidencia finalmente entre en la historia. Paradojas de la política norteamericana, que los mandatarios que llegan al final de sus segundos términos, sin posibilidad ya de una nueva re-elección, o terminan devorados por la indiferencia o proyectados a las páginas de gloria. Son los famosos “patos rengos” que con mucho esfuerzo alcanzan los ocho años en la Casa Blanca, pero que al mismo tiempo, si saben aprovecharlo pueden tomar decisiones de la dimensión de esta reconciliación cubana, sin preocuparse demasiado por los votos y sin prestarle tanta atención a los lobbies internos, que casi siempre terminan condicionando la política exterior del país más poderoso de la Tierra en función de la defensa de sus intereses particulares. Por eso Obama finalmente ahora desmantela Guantánamo, sin preocuparse demasiado de los agoreros de adentro, se reconcilia con Irán, desatendiendo los planteos del lobby pro Israel y ahora avanza en la construcción de puentes con La Habana, sin importarle el voto de los Cuban-Americans de la Florida, cuyo castigo por la entrega por parte de Clinton del pequeño balserito Elían González, le costara a Al Gore la presidencia en el año 2000.

A este particular momento de la Administración Obama, se le suma la malaria económica y financiera del eje Caracas-La Habana, que funcionara muy exitosamente en los primeros años del chavismo y que se desmoronara como consecuencia de la caída de los precios del petróleo y de las enormes deficiencias del “socialismo del siglo XXI”, que se hunde en su propia corrupción e ineficiencia. Venezuela con problemas de sobrevivencia interna, sin poder casi atender y hasta alimentar a sus propios habitantes,  dejó de sostener a sus mentores ideológicos caribeños, por lo que los Castro, sobrevivientes eternos y hábiles camaleones de la política internacional,  maniobraron el portaaviones insular con rumbo hacia el Norte. En una especie de contrapunto del bueno y del malo, al hermano Raúl, no le quedó otra que aceptar el arreglo y la apertura hacia los EEUU, hasta contradiciendo los mandatos y enseñanzas del propio Fidel.

Pero todo esto no hubiera sido posible sin la participación casi milagrosa del argentino más famoso de todos los tiempos: el Papa Francisco. Como buen jesuita, estratega de poder y jugador del largo plazo de la política internacional, el sucesor de Pedro tuvo un rol más que trascendente en esta acercamiento. Para el Jefe de la Iglesia Católica, la organización espiritual más importante del mundo occidental, no le es indiferente el desafío que vive toda nuestra civilización. Quien hasta hace tres años fuera Mario Bergoglio, se ha propuesto claramente ejercer el liderazgo espiritual de esta parte del mundo. Tiene una hoja de ruta que va poniendo en práctica casi sin desvíos. Para el Papa, más allá de acercar dos pueblos enemistados y alejar las nubes de la tormenta de la guerra y el enfrentamiento, muy poco probable en estos tiempos, la superación de los roces y desentendimientos entre los EEUU y Cuba, adquiere un carácter netamente civilizatorio. Como un anacronismo propio de otras épocas, esa mala relación servía de pretexto y constituía un escollo para la normalización de las relaciones entre el sur y el norte de nuestro continente americano, dos de los tres componentes básicos de lo que se conoce como Civilización Occidental, a la que hay que sumarle la Unión Europea. Si esta parte del mundo, quiere seguir dirigiendo al planeta tiene que ampliar sus fronteras y oxigenar su set de valores y principios, ya algo decadentes. Con los EEUU y Europa no alcanza, hace falta la impronta de la América Latina, con sus particularidades,  con su sangre joven y pasional. Por eso esta reconciliación era imprescindible.

Obama luego de Cuba sigue hacia el fin del mundo. Casualmente a esta tierra de la que proviene su amigo y admirado Francisco. Los argentinos deberíamos estar muy orgullosos y atentos para saber aprovechar al máximo esta oportunidad y más allá de marcar un punto de inflexión en la relación bilateral, de significar un fuerte respaldo al nuevo gobierno de Macri, de revertir años de estériles desacuerdos entres ambos países y de utilizarla para crear las condiciones necesarias para la llegada de las tan necesarias inversiones norteamericanas, deberíamos también ubicar este viaje en aquella otra dimensión. El Presidente de los EEUU uniendo, en el Air Force One, Washington con La Habana y Buenos Aires, manda una señal inequívoca. Tal vez coincidiendo con la hoja de ruta papal, se ha propuesto expandir las fronteras del bloque civilizatorio que dirige desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Marcar que, en los nuevos tiempos, América Latina surge imprescindible. Los argentinos de repente tenemos la posibilidad de hacernos cargo de ese enorme desafío. Ojalá estemos a la altura.

Latinoamérica se perdió la nueva Revolución Francesa

Un millón o más de personas en las calles de toda Francia. Liderados por más de 50 jefes de Estado del mundo entero. El presidente Hollande como anfitrión acompañado de Merkel, Cameron, Renzi, Rajoy, los presidentes de Hungría, Suiza, el Primer Ministro Turco, el rey de Jordania, hasta el Premier israelí Netanyahu y el Presidente palestino Abbas, y sigue la lista casi interminable. Todos unidos contra el terrorismo y la barbarie.

Latinoamérica estuvo muy poco representada, así como nuestro país.  Tal vez haya sido por la urgencia de la convocatoria y las largas distancias por recorrer hasta la golpeada París, donde por una tarde “todos fueron Charlie Hebdo”. Un faltazo extraño porque normalmente no nos perdemos ninguna de las muy frecuentes y repetitivas cumbres y reuniones de los innumerables organismos y siglas de integración regional. No hay mes en los que no tengamos una nueva versión de la tradicional foto sonriente de nuestros jefes de Estado.

Uno quiere pensar que la falta de presencia, especialmente en el caso argentino, no haya sido por ningún tipo de subestimación a la carnicería ocurrida  hace pocos días en aquella redacción parisina, por cuestiones de “contexto” como piensan algunos,  ni mucho menos por la instalación de  alocadas teorías conspirativas que tratan de relacionar todo con la ya hace años perimida ecuación y confrontación entre la izquierda y la derecha. Algo preocupante que se agrava teniendo en cuenta que oficialmente desde Buenos Aires la condena de estos hechos aberrantes fue muy tímida y a muy baja voz.

Los que pedían respaldo y ayuda mundial para salvar su República y sus valores de libertad, fraternidad e igualdad eran los socialistas franceses, no los “halcones norteamericanos”. Lo que está en riesgo es la columna vertebral de nuestra civilización  y un logro valiosísimo de toda la humanidad. En su defensa no caben las medias tintas. Se está por la libertad de expresión, o se está por el silencio de los cementerios; se está a favor de un gobierno con estado de derecho y cumplimiento de la ley o se está por alternativas autoritarias; se está por el respeto de los derechos individuales y la vida o se está por  la tiranía y la muerte.

La invitación gala debería haber superado cualquier bronca o especulación pequeña. Se ha puesto en riesgo algo mucho más importante que la pelea con los fondos buitre, que la persecución judicial en búsqueda de supuestos escondites millonarios, o que las tácticas enemistades con el “Imperio” y el sistema que ellos representan. Mucho nos ha costado alcanzar el nivel que hemos logrado. En los últimos siglos miles y miles dieron la vida para que los tiranos y monarcas absolutos de toda laya y pelaje fueran historia en una gran parte del mundo.

Los que hace unos días muy cerca del Sena atacaron a sangre y fuego a dibujantes y periodistas no piensan ni creen lo mismo. Quieren imponer a la fuerza un estado medieval, donde las mujeres no cuenten, donde las minorías sean sometidas, donde todos tengan que cumplir a rajatabla la interpretación literal de un libro escrito hace casi quince siglos y el castigo por incumplirlo sea la muerte, donde gobierne un déspota disfrazado de religioso. Pero además quieren extenderlo en todas partes, como una verdad revelada porque les molesta que existamos y ejerzamos nuestros derechos, odian que podamos confrontar civilizadamente, detestan que los toleremos y respetemos aunque pensemos diferente.

Por eso deberíamos haber dicho presente en la Place de la Republique, en la nueva Revolución Francesa. Como región, como país y en el caso de Cristina, como pretende ser, como una de las abanderadas de la lucha por las injusticias y desigualdades internacionales.

Un mandato de continuidad con cambio

En una increíble coincidencia temporal, los dos socios más importantes de la Argentina dentro del Mercosur, Brasil y Uruguay, decidieron este domingo su futuro político.

En ambos casos, los oficialismos de centro-izquierda que gobiernan desde hace años enfrentaron duros desafíos electorales por parte de las fuerzas opositoras tradicionales. Pero no todo fue color de rosa para Dilma y Tabaré. La brasileña fue reelecta con el resultado más parejo de los últimos años, dejando un país profundamente dividido y con denuncias de corrupción que la salpicaron en forma personal. El uruguayo si bien quedó cerca de su consagración, deberá competir nuevamente en un ballotage con el joven blanco Lacalle Pou y perdió la mayoría parlamentaria de los últimos diez años.

Pero como goles son amores y finalmente se gana o se pierde por un voto, tanto en el gigante sudamericano como en el pequeño santuario rioplatense no puede negarse que se impuso la continuidad. De la misma manera, los desafíos potentes de las fuerzas tradicionales de derecha provocaron también que ambos modelos de gobierno tuvieran que exhibir y encarnar claras promesas de cambio y renovación, principalmente de estilos. Esta es tal vez la primera enseñanza que estas elecciones le pueden dejar a la ansiosa opinión pública argentina, que en una especie de espejo geográfico y temporal intenta verse reflejada para saber que podría pasar con nuestro destino dentro de un año, allá por octubre del 2015. Tras una fuerte pelea, nuestros socios se definieron por muy poco por la continuidad con cambio.

El otro aspecto común y a tener en cuenta es que finalmente en ambos países se consolidó una seria e institucional oposición de centro-derecha, que ha logrado representar a casi la mitad de los electorados pero que claramente fueron liderados por las fuerzas tradicionales. Los experimentos nuevos, que como Marina Silva, parecían poner en jaque a todo el sistema político, fueron barridos a la hora de buscar una verdadera opción a los que gobiernan desde hace más de una década desde Montevideo y Brasilia. En un bando y en el otro se impusieron las instituciones por sobre los personalismos. Brasil y Uruguay pueden finalmente exhibir un sistema político que les asegura un equilibrio de poder y la posibilidad de una alternancia futura. No hizo falta que oficialistas y opositores se disfrazaran de lo que no eran por consejos de los gurúes del marketing electoral. Las cosas quedaron claras y las fuerzas contradictorias del cambio y la continuidad, de modelos, valores y estilos confrontaron y finalmente se combinaron.

La clave para poder decodificar estas elecciones pasa por comprender el mandato que ambos pueblos fueron gestando para el tiempo que viene. Las subas y bajas en las encuestas, principalmente las brasileñas, marcaron que los partidos y sus candidatos tardaron un tiempo en entender esta premisa y ajustar a ella sus propuestas. El mandato era claro. Los dos electorados eligieron a quienes mejor les garantizaban la posibilidad de mantener los logros de los modelos de gobierno pero que a la vez les aseguraran varios ajustes y cambios necesarios. En Uruguay, la sola presencia y recuerdo de un más moderado Tabaré Vazquez bastó para que se impusiera sin mayores contratiempos. En Brasil, los sustos y subibajas de todo el proceso obligaron al PT y a su candidata Dilma a ir sintonizando más finamente con esta premisa. Algo nada fácil por la sutileza y el equilibrio necesario entre esas dos tendencias aparentemente contradictorias.

Tal cual lo que muchas veces ha sucedido en el marketing comercial, brasileños y uruguayos eligieron gobierno como los consumidores eligen un jabón en polvo de marca conocida, que se relanza anteponiendo la palabra nuevo a su nombre tradicional y que les asegura que sigue siendo el mismo, pero ahora con verdes ensolves que atacan directamente a las manchas más rebeldes. El tiempo dirá si los argentinos decidimos seguir el mismo camino y nuestro próximo presidente termina siendo aquel que mejor sintonice con ese mandato de continuidad con cambio.