Por: Luis Rosales
Un millón o más de personas en las calles de toda Francia. Liderados por más de 50 jefes de Estado del mundo entero. El presidente Hollande como anfitrión acompañado de Merkel, Cameron, Renzi, Rajoy, los presidentes de Hungría, Suiza, el Primer Ministro Turco, el rey de Jordania, hasta el Premier israelí Netanyahu y el Presidente palestino Abbas, y sigue la lista casi interminable. Todos unidos contra el terrorismo y la barbarie.
Latinoamérica estuvo muy poco representada, así como nuestro país. Tal vez haya sido por la urgencia de la convocatoria y las largas distancias por recorrer hasta la golpeada París, donde por una tarde “todos fueron Charlie Hebdo”. Un faltazo extraño porque normalmente no nos perdemos ninguna de las muy frecuentes y repetitivas cumbres y reuniones de los innumerables organismos y siglas de integración regional. No hay mes en los que no tengamos una nueva versión de la tradicional foto sonriente de nuestros jefes de Estado.
Uno quiere pensar que la falta de presencia, especialmente en el caso argentino, no haya sido por ningún tipo de subestimación a la carnicería ocurrida hace pocos días en aquella redacción parisina, por cuestiones de “contexto” como piensan algunos, ni mucho menos por la instalación de alocadas teorías conspirativas que tratan de relacionar todo con la ya hace años perimida ecuación y confrontación entre la izquierda y la derecha. Algo preocupante que se agrava teniendo en cuenta que oficialmente desde Buenos Aires la condena de estos hechos aberrantes fue muy tímida y a muy baja voz.
Los que pedían respaldo y ayuda mundial para salvar su República y sus valores de libertad, fraternidad e igualdad eran los socialistas franceses, no los “halcones norteamericanos”. Lo que está en riesgo es la columna vertebral de nuestra civilización y un logro valiosísimo de toda la humanidad. En su defensa no caben las medias tintas. Se está por la libertad de expresión, o se está por el silencio de los cementerios; se está a favor de un gobierno con estado de derecho y cumplimiento de la ley o se está por alternativas autoritarias; se está por el respeto de los derechos individuales y la vida o se está por la tiranía y la muerte.
La invitación gala debería haber superado cualquier bronca o especulación pequeña. Se ha puesto en riesgo algo mucho más importante que la pelea con los fondos buitre, que la persecución judicial en búsqueda de supuestos escondites millonarios, o que las tácticas enemistades con el “Imperio” y el sistema que ellos representan. Mucho nos ha costado alcanzar el nivel que hemos logrado. En los últimos siglos miles y miles dieron la vida para que los tiranos y monarcas absolutos de toda laya y pelaje fueran historia en una gran parte del mundo.
Los que hace unos días muy cerca del Sena atacaron a sangre y fuego a dibujantes y periodistas no piensan ni creen lo mismo. Quieren imponer a la fuerza un estado medieval, donde las mujeres no cuenten, donde las minorías sean sometidas, donde todos tengan que cumplir a rajatabla la interpretación literal de un libro escrito hace casi quince siglos y el castigo por incumplirlo sea la muerte, donde gobierne un déspota disfrazado de religioso. Pero además quieren extenderlo en todas partes, como una verdad revelada porque les molesta que existamos y ejerzamos nuestros derechos, odian que podamos confrontar civilizadamente, detestan que los toleremos y respetemos aunque pensemos diferente.
Por eso deberíamos haber dicho presente en la Place de la Republique, en la nueva Revolución Francesa. Como región, como país y en el caso de Cristina, como pretende ser, como una de las abanderadas de la lucha por las injusticias y desigualdades internacionales.