Hace algunas semanas, la dirección de la imprenta Donnelley discontinuó su negocio en la Argentina, una decisión que afecta no sólo a 400 trabajadores, sino también a proveedores y clientes. A la fecha, la empresa se encuentra ocupada por trabajadores pertenecientes al sindicato gráfico. No resulta claro si los activos serán liquidados y reasignados a otros usos, comprados por algún inversor con el objetivo de mantener la planta en funcionamiento, o puestos bajo el control de los actuales trabajadores de la empresa, sea en el marco del sindicato que los agrupa, de una cooperativa o alguna otra forma organizativa.
El cese de actividad y el despido de empleados de cualquier empresa resultan eventos traumáticos. Sin embargo, contribuyen a reasignar recursos de sectores donde la productividad marginal de estos es menor a aquellos donde es mayor.
Esta reasignación es necesaria para el crecimiento económico del país: la diferencia de productividad que el recurso (por ejemplo mano de obra, galpones o camiones) tiene en el sector que se contrae, y la que logra en el sector al cual migra, es el “delta” de producción que el país obtiene como consecuencia del proceso de reasignación. Obsérvese que este “delta” no requiere inversión externa o doméstica, sino que ocurre sólo con sacar recursos de un lado y ponerlos en otro. El desafío no es frenar la reasignación de recursos (por ejemplo, mediante la cesión de la empresa a los trabajadores, o por medio de créditos concesionales a un grupo empresario “salvador”) sino facilitar que los recursos desplazados (en especial los trabajadores) puedan reinsertarse en otra actividad. Y aquí la política pública tiene campo para la acción.
Existen otros aspectos a resaltar. En los Estados Unidos, Donnelley es líder no sólo en procesos convencionales de impresión gráfica sobre papel, sino en actividades de los electrónicos impresos, tecnología que tiene enorme potencial en aplicaciones tan diversas como rótulos de embalaje, calcomanías y etiquetas “inteligentes”. También produce antenas impresas que pueden transmitir datos de temperatura, humedad, o -por ejemplo- la presencia de nicotina en un ambiente. Donnelley, en efecto, migra sus actividades desde aquellas destinadas a contraerse (impresión sobre papel legible) a otras más sofisticadas -dentro de una década mucho de lo que la empresa hacía hoy será visto como un anacronismo.
¿Qué implicancias tiene lo anterior para nuestro país? La respuesta es la siguiente: como ha sido demostrado en muchas investigaciones, es el cambio tecnológico -y no la mera inversión en capital físico- lo que permitió los importantes aumentos de PBI per cápita que experimentaron muchos países en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Cuando una empresa como Donnelley se va, esta posibilidad de cambio tecnológico y de formación de capital humano se reduce. La partida de Donnelley de ninguna manera se ve compensada con “un empresario amigo”, y mucho menos una “cooperativa de trabajadores” que permitan que la planta siga en producción. Lo valioso no son los galpones o las impresoras, sino el acceso al conocimiento y a capacitación de avanzada para los que allí trabajan.