Cuando la inquisición acusaba a una mujer de brujería y la mujer se defendía diciendo que nunca habían hecho nada malo, los inquisidores tenían la prueba que buscaban: sólo una bruja puede contradecir a los representantes de la verdad con mayúscula.
Algo parecido pasó en el debate presidencial. “¿Cómo vas a hacer con las brutales consecuencias antipopulares del feroz ajuste que vas a realizar?”, inquirió Scioli. Es imposible responder a una pregunta tan cargada de adjetivos y de preconceptos sin ser condenado a la hoguera.
En tanto, la bruja Macri respondía con argumentos racionales y esto convierte en más dogmático a los dogmáticos. Por eso, cuanto más pretendió Scioli diferenciarse del kirchnerismo, más kirchnerista se lo vio.
El debate entre Scioli y Macri reflejó los últimos 12 años de la Argentina: preguntas sin respuesta y datos oficiales inexistentes en los que pasamos de debatir si el vaso está medio vacío o medio lleno a ponernos de acuerdo respecto de si es un vaso.
Cuando no hay evidencia, cualquier explicación puede llegar a ser verdadera: es el crimen perfecto contra la cultura política argentina y es una de las herencias más pesadas que nos deja la década.
El problema de Scioli es la imposibilidad de salir del dogma: nadie puede mejorar aquello que durante años se dijo que era perfecto, pluscuamperfecto. La única chance que le quedaba a Scioli era la de denunciar a las brujas y a la brujería a partir del poder que le confiere el canon.
El miedo, otra vez, como operador social, como tantas veces en la Argentina aunque ahora contra otras brujas.
Y la propia racionalidad de Scioli, y la de algunos de sus muy buenos funcionarios provinciales, se revuelca impotente frente al peso de la herencia de un corpus ideológico y político autoritario y jerárquico que ya no se está en condiciones de superar.
En la obra teatral Galileo Galilei de Bertol Brrecht, un Galileo acosado por el poder intenta convencer a los inquisidores de que la Tierra se mueve y para eso invita a dos clérigos a que vean por sí mismos en el telescopio el movimiento de los planetas. Pero los clérigos se niegan a usarlo: antes de ver esos astros y rendirse frente a la evidencia se resisten: esos movimientos de los astros no son posibles ni son necesarios. No existen.
Ese fue el destino del candidato oficialista: cuando el relato se resquebraja, la única verdad es negar la realidad.
El destino de la Argentina puede ser otro.