Al entrevistar a mamás y papás de clase media sobre la situación de la educación, la mayoría responde que es “mala” o “muy mala”. Sin embargo, cuando les preguntamos sobre los hijos propios, los que los mandan a escuelas privadas están más que conformes. La síntesis podría expresarse así: “toda la educación es un desastre, excepto en la escuela a la que van mis hijos”.
Este autoengaño al que nos sometemos es la máscara que justifica el desinterés por la educación. Las familias de clase media -que en todos los países son el motor del reclamo por educación- han decidido, ingenua y torpemente, que ellas pueden salvarse mientras el resto se hunde. Y si bien esto es imposible, el relato sobre lo “maravillosa que es la escuela privada del nene” y el esfuerzo económico para pagar educación tranquilizan a una población que tiene motivos de sobra para intranquilizarse. Continuar leyendo