Después de 25 años, nos reencontramos.
Al atravesar el umbral del Instituto, cada uno de nosotros sabe que aquí, hay un sentido de pertenencia.
Hoy volvimos a nuestra segunda casa, nuestro segundo hogar.
1984, nos envolvía la atmósfera de un marzo diferente, la extraña sensación de dejar la niñez y comenzar a transitar un camino nuevo, el de la explosión natural de la adolescencia.
El IECA (Instituto de Enseñanza Comercial de Arias) nos contuvo en sus mañanas, ayudándonos a modelar nuestra personalidad.
La educación que recibimos, se tradujo en la vocación que desarrolló cada uno de nosotros.
Recordamos a cada uno de los profesores, con un afecto que nos acompañó en estos 25 años.
La promoción 1989 tenía una sinergia especial, nos lo decían todos, había un sentimiento de unidad como pocas veces se vio en la historia de la comunidad educativa.
Fuimos solidarios, amigos, compañeros, juntos pintábamos las aulas, jugamos a ser actores en las obras de teatro, cantábamos, y practicábamos todos los deportes (¡bueno, al menos lo intentábamos!) La música, la ciencia, las matemáticas, la rica literatura, fuimos testigos sin querer, de la extinción de la máquina de escribir y del mimeógrafo, pero además teníamos la capacidad de resolver nuestros problemas juntos. Porque muchos de nosotros fuimos amigos y compañeros antes del secundario, había en nosotros un indeleble código de crianza.
No había celular, ni redes sociales, ni Twitter ni Facebook, nuestra amistad se “clickeaba” entre tardes de pastaflora en la casa de nuestras compañeras, el mate y el aroma a bizcochuelo.
¿Y se acuerdan de los pasteles? Era nuestro “pasaje seguro” rumbo a Bariloche. Casa por casa, fuimos vendedores ambulantes de nuestro sueño en la nieve.
Estoy seguro que como yo, muchos de ustedes durante años no comió pasteles.
Las tertulias, nuestra música, hemos crecido juntos, somos de una generación que se educó en democracia, en libertad, despojados de cualquier ánimo de restricción por nuestras ideas.
En el secundario aprendimos a Ser, y fue la vida las que nos puso a prueba, un derrotero ingobernable que tiene sus dulces y sus amargos pero que merece ser disfrutado de manera intensa.
Y aquí estamos 25 años después.
Están los que se quedaron en el interior, los que se cruzan en cada esquina del pueblo, los que volvieron, para sentar sus raíces y los que estamos lejos.
Los que tuvimos que reconstruirnos un entorno, amigos… En fin, soy de los que siempre cuenta que los más fieles, se quedaron acá. Obviamente que habrá excepciones.
Hace 25 años cada uno eligió su destino, pero lo hizo llevando en cada rincón de estas dos décadas, bases de contención sólidas, valores humanos y buenas costumbres, emanadas de la familia y reafirmadas en el instituto.
Este lugar que respira historia, que habla del sacrificio de un Ppueblo por superarse, hoy nos recibe con los brazos abiertos.
Y aquí estamos para mostrarles a nuestros hijos, que corretean por allí, que alguna vez sus padres fueron jóvenes, que a su tiempo sintieron y vivieron lo que ellos seguramente percibirán con la edad.
Después de 25 años, me gustaría recordar aquellas palabras de los 17 años cuando cada uno tomo caminos diferentes.
“En estas paredes queda nuestra alegría, nuestras tristezas, nuestra memoria y seguramente en el pupitre garabateado el nombre de nuestro primer amor…”
El IECA es la bitácora, el cofre sagrado de nuestra adolescencia.
Testimonio vivo de ese tiempo dorado.
Nuestro recuerdo a aquellos compañeros que se fueron pronto, también ellos hoy están entre nosotros, en nuestro corazón, en nuestras anécdotas, forman parte de esa identidad.
Gracias IECA, Gracias profesores, preceptores, amigos por permitirnos reencontrarnos 25 años después.
Para sentir… que hay un lugar más allá de la casa de nuestros padres donde siempre nos esperan.