Alta costura y vergüenza baja

Mao, Lenin, Trotsky, Ulan Bator, Ho Chi Minh, Tito, incluso Stalin tuvieron el decoro de morir criminales de masa como eran, pero al menos con sus principios, coherentes con su locura mesiánica barnizada de lucha por los proletarios.

A estos sátrapas de Raúl y Fidel Castro les da igual todo, con la condición de que el mundo les deje seguir disfrutando de las ventajas de su monarquía absolutista.

Al desfile del tres de mayo de Chanel en el Paseo del Prado de La Habana acudió una hija del monarca cubano, un hijo y un nieto del emperador y semidios devorador Guarapo.

Al pueblo de a pie, que en la vida podría soñar con hacerse con el más barato de los perfumes de la marca francesa, lo mantuvieron a raya, a trescientos metros, con un fuerte cordón policial.

Aun para mí, que siempre los he percibido como unos descarados simuladores, que no fueron jamás comunistas ni nada que tuviese que ver con ideas altruistas o utopías, incluso yo, que sé muy bien que lo que a ellos los ha movilizado toda la vida ha sido algo tan prosaico como el poder absoluto, no imaginaba que fuesen tan sinvergüenzas, tan descarados, que llegasen a mostrarse así sin rubor. Continuar leyendo

Amnesia selectiva

Ayer estuve conversando durante horas con un amigo íntimo de La Habana que pasó por casa y al que no veía hacía más de diez años. Mi amigo había sido un irredento antisistema, tenía un problema con las autoridades casi cada día. Así como yo sentía una gran antipatía por el Gobierno y el poder, pero no por el sistema comunista, sino por el poder en sí mismo. Ello nos llevaba a profesar la misma simpatía por Fidel y sus genízaros que la que ellos sentían por nosotros, a quienes llamaban: “lumpen”, “rockeros”, “borrachos”, “inútiles”, “poco revolucionarios”, “antisociales”.

En síntesis, mi amigo se estaba volviendo loco en la isla, porque tenía deseos de viajar, de leer lo que le daba la gana, de manifestarse, de disfrutar de la vida y, a medida que iba creciendo, iba tomándole una mayor animadversión al sistema, a la Policía, al partido, a las infinitas organizaciones de masas, y ya al final a todo aquel que tuviese una guayabera y dos plumas en el bolsillo. Como yo.

Hizo lo que pudo por irse de Cuba, teniendo en cuenta que en aquellos años intentarlo ya era un delito penado con cárcel. Sin embargo él ni disimulaba, le decía a todo el que quisiese oír que ya no aguantaba aquel país y aquella represión. Los amigos empezaron a dejarlo solo, porque se despachaba en contra del Gobierno, sin tomar recaudos en cualquier sitio y a cualquier hora. En esos años sólo por manchar el nombre del comandante se podía ir preso muchos años. Continuar leyendo

American flag

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Esta foto me la hice en el monumento de las víctimas de Maine en el malecón de La Habana, un día de sol bueno y mar de espuma cuando Pilar quería estrenar sus zapatitos de pluma.

Unos minutos después una patrulla de policía se detuvo para pedirme identificación, porque según ellos yo estaba faltándole el respeto a un símbolo histórico; por suerte mis amigos cubanos no estaban encaramados y no tuve mayor problema para convencer al oficial de que al ser extranjero no lo sabía, y continuar nuestro paseo por el malecón silbándole a las caderas musicales habaneras y bajando uno de aquellos pomos de ron casero.

El monumento fue construido en 1926, originalmente tenía un águila imperial encima de las dos columnas y tres bustos de presidentes norteamericanos que tenían una relación histórica muy estrecha con Cuba. Continuar leyendo

Pasta de oca

Cuba ha entrado en un nuevo y alentador período de construcción del “nuevo socialismo”, con algunas sensibles diferencias con aquel socialismo real que intentó a toda costa introducir en el carácter sedado y festivo del caribeño.

¿Cómo hará el Comité Central del Partido para modificar ese conjunto de gustos tan arraigado en el espíritu revolucionario, austero, casi asceta, que según ellos se apoderó del deseo colectivo cubano de la pos-Revolución?

Durante más de medio siglo el cubano vivió depreciando las costumbres y los modos viciosos del mundo capitalista. Por tal razón, más que soportar, eran felices si tenían un solo par de zapatos, una estoica jarra de agua en el refrigerador, una cama que se caía a pedazos hacia abajo y a resortes hacia arriba, y una capacidad de convivencia y comunicación insólita con mosquitos y cucarachas en lugar del poco ecológico repelente.

Por ello es importante advertir al visitante, al incauto turista, al desconocedor de los parámetros estéticos y los límites del sacrificio del pueblo cubano, en pos de que no vaya a confundir el paisaje de ruinas en colores pasteles, los borrachos, la estética minimalista en el vestir, en el calzar, en el vivir, con drama alguno. Entienda que eso es una decisión soberana y meditada de los habaneros, que prefieren su ciudad desmoronándose, no obstante intensa y originalmente fotogénica, mil veces antes que verla desarrollada y confortable. Continuar leyendo