La oposición también es populista, dijo Sebreli, y tiene bastante razón. No sé si todos pero sí muchos lo son. La cultura del consumo, de la (in)satisfacción rápida, lleva a un ritmo vertiginoso en el que es difícil plantear visiones que superen la coyuntura. A esto se agregan necesidades mezquinas, escaso nacionalismo -porque parece que decir nacionalismo ahora no da- y una cultura política basada en la desconfianza que dilapida cualquier intento que se haga por construir relaciones institucionales entre distintas fuerzas políticas.
Hay una serie de dilemas no resueltos por la vida democrática de nuestro país entre los que se incluyen la antinomia entre individuo y sociedad, en donde nos quieren convencer que el progreso individual va en detrimento del conjunto, o que el progreso de una parte importante del conjunto debe necesariamente atentar contra el status del individuo; también entre libertad e igualdad, decir igualdad te hace de izquierda y decir libertad te hace de derecha como si fueran valores que debieran ser discutidos como en una tribuna de fútbol y no como elementos genéticos e inescindibles de la democracia; y por último, transformación e instituciones, si hace puede robar y si respeta las instituciones puede no hacer nada… No se puede pensar que es posible transformar y tener una visión que considere instituciones sólidas que controlen esa transformación.