Semillas de modernidad

La oposición también es populista, dijo Sebreli, y tiene bastante razón. No sé si todos pero sí muchos lo son. La cultura del consumo, de la (in)satisfacción rápida, lleva a un ritmo vertiginoso en el que es difícil plantear visiones que superen la coyuntura. A esto se agregan necesidades mezquinas, escaso nacionalismo -porque parece que decir nacionalismo ahora no da- y una cultura política basada en la desconfianza que dilapida cualquier intento que se haga por construir relaciones institucionales entre distintas fuerzas políticas.

Hay una serie de dilemas no resueltos por la vida democrática de nuestro país entre los que se incluyen la antinomia entre individuo y sociedad, en donde nos quieren convencer que el progreso individual va en detrimento del conjunto, o que el progreso de una parte importante del conjunto debe necesariamente atentar contra el status del individuo; también entre libertad e igualdad, decir igualdad te hace de izquierda y decir libertad te hace de derecha como si fueran valores que debieran ser discutidos como en una tribuna de fútbol y no como elementos genéticos e inescindibles de la democracia; y por último, transformación e instituciones, si hace puede robar y si respeta las instituciones puede no hacer nada… No se puede pensar que es posible transformar y tener una visión que considere instituciones sólidas que controlen esa transformación.

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Ser peronista ya no es tan rebelde

En “Hablemos de langostas”, programa radial de culto que conduce Lisandro Varela, estuvo Silvia Mercado, periodista, quien recientemente publicó el libro Apold, el Goebbels de Perón.

Silvia Mercado, de histórica militancia y pertenencia peronista dijo que se hizo peronista en la dictadura, porque el peronismo era entre muchas cosas un movimiento de rebeldía, que ser peronista era ser rebelde. Durante unos segundos me acordé de Néstor Kirchner, quien antes de ser Presidente pensaba “el pejotismo es la antítesis del verdadero peronismo, el pejotismo es la claudicación, el aparato corrupto, la traición y la transformación de un movimiento revolucionario en una estructura conservadora”.

Por algún fenómeno extraño, posiblemente explicable, estar asociado a intendentes de municipalidades populosas o gobernadores de provincias de escasa calidad democrática se convirtió en una garantía de que se tiene cierta capacidad para gobernar el país. Municipalidades donde el progreso es una cosa que sucede en los cortes de Fútbol para todos y las propagandas de la Anses, donde te muestran almacenes con nombres lindos con una canción de Pappo de fondo.

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Peronismo artesanal

Sobre Carlos Menem todos tenemos anécdotas de algún amigo, familiar cercano, o de mínima conocido de un conocido que nos habla de su aura de líder, insuperable carisma o memoria de elefante.

Carlos Menem, sobre quien se pueden decir muchas cosas malas, encaró en 1985 un “trip peronista”, que consistió en recorrer cada pueblito de nuestra Patria para hablar cara a cara con cada militante y cada argentino con el que pudiera para decirle que quería ser Presidente y que lo acompañaran con su voto. Así, el tigre riojano -en cuya provincia solo estaba el 2% del padrón nacional de afiliados al PJ- venció de manera contundente en 1988 al entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires –donde se encontraba el 40% del padrón de afiliados-, Antonio Cafiero -el peronista “blanco” y renovador-, en las últimas internas que el Partido Justicialista celebrara hasta la fecha.

Para acceder a la Presidencia Menem volvió a recorrer el país entero, pueblo por pueblo. Disfrutando de la campaña, fortaleciéndose con la energía de la gente, manteniéndose cerca de las expectativas y las necesidades que tenían los argentinos. Toda una gesta de peronismo artesanal.

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