Por: Martín Yeza
Sobre Carlos Menem todos tenemos anécdotas de algún amigo, familiar cercano, o de mínima conocido de un conocido que nos habla de su aura de líder, insuperable carisma o memoria de elefante.
Carlos Menem, sobre quien se pueden decir muchas cosas malas, encaró en 1985 un “trip peronista”, que consistió en recorrer cada pueblito de nuestra Patria para hablar cara a cara con cada militante y cada argentino con el que pudiera para decirle que quería ser Presidente y que lo acompañaran con su voto. Así, el tigre riojano -en cuya provincia solo estaba el 2% del padrón nacional de afiliados al PJ- venció de manera contundente en 1988 al entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires –donde se encontraba el 40% del padrón de afiliados-, Antonio Cafiero -el peronista “blanco” y renovador-, en las últimas internas que el Partido Justicialista celebrara hasta la fecha.
Para acceder a la Presidencia Menem volvió a recorrer el país entero, pueblo por pueblo. Disfrutando de la campaña, fortaleciéndose con la energía de la gente, manteniéndose cerca de las expectativas y las necesidades que tenían los argentinos. Toda una gesta de peronismo artesanal.
Las nuevas tecnologías, la innovación comunicacional e incluso la profesionalización de las campañas electorales hay cosas que no pueden suplir. Ser una persona de bien, sentir lo que se dice y decir lo que se siente, tener capacidad de liderazgo o el don de la persuasión antes que el de la confrontación.
Los grandes líderes de los últimos 30 años como Raúl Alfonsín, Carlos Menem y Néstor Kirchner representaron de manera exacta un sentir popular, tuvieron la virtud de ser hombres de su tiempo. Se pueden hacer focus groups, encuestas, lindos afiches, buenos slogans pero nada se puede hacer para que un sujeto político encaje en un contexto histórico si no hay cierta cuota de naturalidad en esa relación con el pueblo.
El kirchnerismo -si podemos seguir llamándolo de esta manera- perdió esta brújula y la Presidente no está a la altura de los tiempos que se viven. Hay una relación forzada entre el kirchnerismo y el pueblo, que cierto facilismo intelectual destaca que es el conflicto contradictorio entre “relato” y “hechos”, en lugar de pensar que es más terrible que ello: es el conflicto de la improvisación permanente que los vuelve contra sí mismos. Basta con ver las recientes declaraciones de Diana Conti en CN23 donde dijo que “la gente elige candidatos como si fueran un pancho”. Parecía recordarnos esa frase que alguno dijo con ironía “Cuando el Pueblo ya no acompaña al Gobierno es porque ha llegado el momento de cambiar de Pueblo”.
La sucesión empieza en diciembre de este año, cuando se reconstituya el Congreso de la Nación y se revitalice el equilibrio de poderes. También empieza en la calle, con los políticos que decidan dar la cara para dejarse peinar por el viento de algunos reclamos que son cada vez más potentes. Sigue en cada pueblo y cada ciudad del interior donde el kirchnerismo es casi una mala palabra y se profundiza en los conurbanos donde la esperanza de los humildes no puede seguir esperando a que sucedan las cosas hermosas que supuestamente somos para los medios oficialistas. Termina con una idea en el corazón de un político que siente lo que debe hacerse y dibujar el camino hacia el futuro.
Le dije peronismo artesanal, pero puede que a los que no son peronistas los enoje, llamémoslo “caravana”, “patear la calle”, o “recorrer el país”, pero el próximo Presidente es un hombre o una mujer con los zapatos un poco embarrados y una sonrisa sin pose, imborrable de su cara, o como dijo el Papa Francisco, políticos con “olor a oveja”.