La salvación geopolítica china

Fábrega lo duerme a Kícillof y firma un SWAP por 11 mil palos

Escribe Bernardo Maldonado-Kohen, especial para JorgeAsísDigital

Mientras Axel Kícillof, El Gótico, ensaya con ademanes la política universitaria, a través de discursos encendidos y en foros exactamente inútiles, Juan Carlos Fábrega, El Sensato Marginal, el adversario íntimo, cierra el SWAP (o “permuta financiera”) con su par del Banco Central de China.

Consigue así -El Sensato Marginal- el equivalente a 11 mil palos verdes para el Banco Central. Entre pesos (90 mil millones) y yuanes, de cotización más compleja. En caso de necesidad, trasciende que son fondos que podrían aplicarse a las reservas.

Por su parte Milton Capitanich, El Premier (Transitorio), no supo capitalizar la mejor noticia económica que podía darse. Se perdió en la monotonía gris del recitado diario. Ofrecido de manera abúlica, sin gracia ni credibilidad.

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Kicillof y los papagayos de la ortodoxia

“Es una obsesión de la derecha decir que hay que bajar el gasto público”. Lo confirma Axel Kicillof, El Gótico. Desde la heterodoxia intelectual con que encara el ministerio de Economía.

Y a los economistas ortodoxos, los “papagayos” según nuestras fuentes, les cuesta replicarle. Primero, porque ya nunca nadie quiere ser asociado a la superstición de la derecha. Pero sobre todo porque ninguno toma los principios de El Gótico con la seriedad que merecerían.
La Doctora considera que Kicillof es genial.
Entonces El Gótico le pasa a La Doctora películas de colores, documentales de Discovery, algo del Canal Encuentro, y hasta algunos dibujitos de Paka Paka. Lo gravitante es que La Doctora se encuentre siempre embelesada con las vueltas artificiales de discurso. Con tramos originales que debieran despertar, al contrario, cierta alarma.
Sin corbata, con egolatría y un vibrante desparpajo, el post keynesiano trafica los principios elementales de la MMT.
Trátase de la Modern Monetary Therory, Teoría Monetaria Moderna. La inspiran estudiosos como Galbraith “junior”, Warren Moslen y sobre todo el americano Randall Wray, que en su momento estuvo en Argentina y hasta se atrevió a componer un ensayo de celebración al Plan Jefas y Jefes de Hogar. Aparte, Randall supo indagar en la simbología del dinero, y en la sustancial crisis del capitalismo que brindará material de inspiración para los próximos cinco o seis siglos.
Para esta línea de pensamiento -que otros llaman “chartalista”- el aumento del gasto público no representa ningún problema grave. Un equívoco que cuenta, apenas, con mala fama, generada por los papagayos ortodoxos del neo liberalismo.
Tampoco es grave, para ellos, los chartalistas, la cuestión del déficit fiscal. Al contrario, lejos de ser el problema, el citado déficit emerge, en determinados casos, como la solución. Y es en apariencia lo que creen estos chicos inquietos y algo relajados que conducen la economía argentina, mientras los economistas formados en otras líneas más bartoleras, como Broda, los tabloneros Melconian y De Pablo, el efectista Cachanosky, Artana o Monteverde, se la pasan el día entero en la divulgación de sus informes estomacales, felizmente superados intelectualmente por nuestros “Tontos pero no Tanto”. Los que ya se enrolaron, según nuestras fuentes, en exclusiva, en La (Agencia de Colocaciones) Cámpora. Por lo menos el Señor Ministro, como lo dijo por televisión Andrés Larroque. Aunque el afortunado Larroque no debe tener la menor idea de la magnitud de los disparates monumentales que esgrimen estos nuevos camporistas.
Por ejemplo Emmanuel Álvarez Agis, El Culata. que es el viceministro de Economía. El Culata considera -y hasta llegó a publicarlo- que “el déficit fiscal no representa ninguna amenaza”. Al contrario, “es una herramienta con la que cuenta el Estado para cumplir el objetivo del crecimiento”.

Inflación: palabra absurda

Como a los muchachos no les asusta para nada la cuestión del “déficit público” y menos el fiscal, tampoco le atribuyen la menor identidad a la inflación. Y distan de otorgarle el componente dramático que los moviliza hasta la insistencia a los papagayos de la ortodoxia. Lo transmitió Kicillof ayer, y con seguridad los economistas estarán demasiado ocupados en sus manganetas de subsistencia. En la siniestra activación del temor hacia los empresarios, que son los únicos culpables de los aumentos, a los efectos de producir el circuito cerrado de la inflación. Dijo El Gótico: “El fenómeno del movimiento de los precios es muchísimo más complejo que esa palabra inflación que tanto usan, y que encapsula una situación que no se da”.
O sólo se da en la fantasía de los interesados papagayos que asustan a los empresarios que trasladan sus julepes hacia la aumentación de los precios, para desconsuelo de la pobre señora que va al supermercado y no tiene la menor idea del MMT.
Ocurre que para Kicillof, Álvarez Agis, El Culata, y Augusto Costa, Pañal Reforzado, la “inflación es una palabra absurda”.
Se explica entonces que La Doctora esté persuadida que ni siquiera hace falta nombrarla. ¿Para qué hablar de la inflación? Es darle entidad.
A esta altura, a La Doctora la entretienen con películas del canal Infinito.
El dinero, por otra parte, es un problema sólo cuando no se lo tiene. Por lo tanto deja de ser un problema para el Estado, que lo tiene siempre. Tienen a entera disposición una imprenta como la de Boudou y pueden generar todo el dinero que quieran.
Es, en definitiva, un cuento de hadas. Ya que el déficit fiscal es un mito y el dinero no vale nada más allá de lo que dice el Banco Central de cada país que vale. En economía esta visión se denomina chartalismo.

Para los monetarios modernos, chartalistas que inspiran la filosofía post keynesiana de El Gótico, El Culata y Pañal Reforzado, hay que emitir tanto dinero como sea necesario. Pese a la reticencia y la mala onda de los papagayos ortodoxos que suponen que el mecanismo de la maquinita inagotable conduce invariablemente a la hiperinflación.
O al otro fantasma neoliberal, que es aún peor. La estánflación, que enarbola Domingo Cavallo, que hasta lanzó para asustar un libro al respecto.
Estanflación vendría a ser la suma combinada de la recesión con la inflación. Es tal vez donde habría que situar la surrealista actualidad de la economía argentina, que se desperdicia en manos de irresponsables ligeramente habilitados para conducir un ateneo de contadores sofisticados. De ningún modo un país a la deriva, que inexplicablemente aún funciona con el tradicionalismo de los yuyitos.

Ideas de derecha

Quienes hayan llegado hasta aquí podrán comprender por qué motivo, para estas alucinadas luminarias de La Cámpora, “reducir el gasto público es una idea de la derecha”. Como es también reaccionario y contrarrevolucionario intentar “el recorte de los subsidios”.
Lo patético es que los muchachos sinceramente creen que “la soberanía del Estado les permite aumentar el gasto indefinidamente”. Generar el déficit que se les ocurra, ya que no es ningún calvario. Apenas un instrumento.
“Como el Estado es quien emite la moneda nunca podrá quedarse sin ella”.
Es la certeza que moviliza a los clásicos del MMT. Pedorreos teóricos que improbablemente comparta, según nuestras fuentes, el actual presidente del Banco Central. Que se sepa, hasta hoy Fábrega no adquirió los versos de los monetaristas modernos. Tal vez influido por los nefastos papagayos, el bancario supone que el camino que marcan los irresponsables nos conduce, en línea recta, hacia algo menos tenso y dramático que el colapso. El ridículo.

Alfonsín y el camino de Frondizi

escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial

Ironía sutil del destino. A cinco años de su muerte, Raúl Alfonsín sigue el camino histórico de Arturo Frondizi. El de la previsible idealización nacional.
En general, en la Argentina, el que se muere pierde.
Pero en los casos de Frondizi y Alfonsín la muerte, en cambio, dignifica. Agiganta. Mejora. Enaltece. Hasta consolidar la magnitud de estadistas.
Una categoría que a ambos -en vida- les costó que les reconocieran.

Difusas veleidades del oportunismo interpretativo.
Resulta que ahora se reivindica en exceso a don Arturo Frondizi
Se valoran las tesis del desarrollismo, que en su momento se descalificaron.
Lo rescata desde Eduardo Duhalde, El Piloto de Tormentas (generadas), hasta Mauricio Macri, El Niño Cincuentón. O Roberto Lavagna, La Esfinge.
A la hora de buscar un ejemplo memorable se recurre, para salir del paso, al pobre Frondizi. Pero en el podio de los rescatados ya se encuentra también don Raúl Alfonsín.
En el país donde siempre se finge hablar en serio, la unanimidad en el elogio comienza a ser sospechosa.

Transformadores

El Frondizi transformador que hoy se mitifica es aquel que, en alianza con el peronismo proscripto, y con la franja del radicalismo intransigente, gana las elecciones de 1958. Junto a Alejandro Gómez, venció a don Ricardo Balbín, un prócer venerable pero menos valorado. Destacado por la actitud de un salto. Del abrazo con Perón y del discurso sentido (el “viejo adversario” despedía “a un amigo”).
Aludir a Frondizi implica homenajear también al influyente Rogelio Frigerio, El Tapir.
Pero los desarrollistas fueron desalojados del gobierno en marzo de 1962, a los empujones. Después de haber padecido la intolerancia estúpida de 23 planteos militares. La sortija del cargo presidencial, sin el menor poder, iba a quedar para el olvidable José María Guido. Una suerte de Raúl Lastiri de los sesenta. Un anticipatorio Bordaberry local.
Siempre con el peronismo proscripto, en 1963 triunfó el radicalismo “del pueblo” con Arturo Illia. Con apenas el 22 por ciento de los votos. Guarismo que repetiría Néstor Kirchner, El Furia, otro repentino desarrollista. 40 años después.
Sin embargo el Frondizi que fervorosamente suele rescatarse como estadista visionario cierra el esplendor de su vida pública en 1962. Aunque el pobre no se murió ese año, como le hubiera convenido. Cuando tenía 54. Al contrario, don Arturo decidió sobrevivir 33 años más. A los efectos de cesar recién en 1995, a los 87.
Son 33 años de vida que los idealizadores contemporáneos, para no complicarse, prefieren no registrar.

Por más que Frondizi apoyó con Frigerio al Perón que retorna triunfalmente en 1973, el ingrato General decidió no entregarle a los desarrollistas el manejo de la economía. Optó por José Ber Gelbard, El Soviético.
Y por más que en 1976 ambos (Frondizi y Frigerio) aguardaban, con resignada complacencia, la irrupción irremediable del facto, los militares -también ingratos- tampoco tomaron en serio las recetas milagrosas del desarrollismo, para sacarnos del estancamiento. Optaron por don José Martínez de Hoz. Para facilidad conceptual de los analistas maniqueos de la izquierda, que en su indolencia aún interpretan que el golpe de marzo de 1976 se efectuó para implantar un modelo económico neoliberal.
Macanas. Los facciosos providenciales (que se entregaban a la prioridad de la carnicería) llegaban con el cuento de “achicar el estado para agrandar la Nación”. Pero no achicaron un pepino. Al contrario.
La transformación de la economía transcurrió exitosamente durante el facto de Chile. Pero no tuvo el menor lugar durante el facto argentino.
Otra prueba que acentúa las diferencias entre los procesos de Argentina y de Chile. Distancias que aquí no la certifican los demócratas. La brindan los golpistas.
En Chile se mató con énfasis, pero se ordenó la economía. En la Argentina sólo se mató, a canilla libre, pero destruyeron también la credibilidad y la economía se fue al descenso.
La transformación (que hoy se descalifica) debió encararla Carlos Menem. Desde las dificultades de la democracia, junto a Domingo Cavallo, su Frigerio personal.
(Es de esperar que en un par de décadas, y a partir de la dinámica patológica, Menem sea también otro idealizado. Para seguir el camino tardío de Frondizi y de Alfonsín).

Paradojas

Después del derrocamiento, los desarrollistas sólo quedaron vinculados al manejo del poder como consecuencia del manejo ideológico del diario Clarín. Cuando Clarín aún no era ningún Grupo (Ver, al respecto, “Diario de la Argentina”, novela maldita del director del Portal).
En los setenta, los aventureros de los otros partidos les tributaban alguna importancia a la dupla Frondizi-Frigerio sólo para aparecer entre las páginas de Clarín.
Hasta que Héctor Magnetto, el destacado “tenedor de libros”, a los 35 años, no tuvo reparos en asumir pragmáticamente la ética de la traición (a Frigerio). Para entusiasmar a la señora directora Ernestina con la perspectiva de sacarse de encima a los desarrollistas molestos. Se imponía expulsar a los fastidiosos. Por entonces todos creían que Clarín era el diario del desarrollismo cuando ocurría, en realidad, lo contrario. Si el desarrollismo mantenía alguna remota vigencia era por manejar las páginas de Clarín.
En cuanto Ernestina, de memoria, en un discurso de aniversario dijo que “Clarín no tenía más amigos privilegiados”, las ideas desarrollistas se fueron al precipicio. Quedaron depositadas en la marginalidad minoritaria de la lona.
Pero aún transcurría 1981 y aún ni Frigerio ni Frondizi proyectaban morirse. A don Arturo le quedaban 14 años que es preferible olvidarlos. Descartarlos para tranquilidad de los idealizadores de entrecasa. Y a don Rogelio le quedaban 25 años más.
Debe aceptarse que ninguno de los dos la pasó nada bien durante el gobierno del doctor Alfonsín. En el tramo de “la democracia recuperada”. Peor aún, puede asegurarse que, cuando se lo quería hacer engranar al “Gallego Alfonsín”, bastaba con compararlo con Frondizi. Quien completaba, a esa altura, la parábola que envolvió su vida como una paradoja. Y que incita a sospechar que el ejercicio de la política es letal para los intelectuales de vanguardia. Aunque tuvieran -como Frondizi- una arquitectura superior.
Porque aquel Frondizi progresista que en los sesenta pretendía modernizar se había convertido en los ochenta en un viejo reaccionario, que se recostaba sobre la derecha menos racional, manifestaba contra el divorcio y era, para los periodistas especializados (como el que escribe), la mejor fuente para tratar el latente tema militar. En voz baja, como en susurros. Sobre todo a partir de las ceremonias rupturistas de los carapintadas que generaron aquella semana santa de 1987. Con el epílogo que resultó fatal para la credibilidad del gobierno alfonsinista. Y para las ambiciones de permanencia. De implantar el Tercer Movimiento Histórico que se diseñaba desde el Grupo Esmeralda. A los efectos de superar al imposible peronismo que -en otra paradoja- se renovaba. A partir del modelo alfonsinista que culturalmente lo colonizaba.
Desprestigiado, debajo del olvido, don Arturo murió finalmente en 1995. En la plenitud del menemismo que se reelegía, justamente, gracias a la indulgencia interesada de Alfonsín. Que facilitó, como gran estadista, el Pacto de Olivos que deja algunos puntos más enigmáticos que oscuros, para tratar entre la perversidad de otro despacho (consultar al respecto a Luis Barrionuevo, Coti Nosiglia, Carlos Corach, Gabriel Romero y Hugo Anzorregui).

Alfonsín, modo de empleo

Ironías de la historia. Hoy Alfonsín se encuentra en el mismo camino de la canonización que lo estampilló a Frondizi como el gran estadista incomprendido.
No hay quien deje de rescatar al “padre de la democracia” y hasta el prolífico escritor Eduardo Duhalde lo hizo protagonista de su último libro.
El cristinismo se propone absorber lo más redituable de Alfonsín con una multiplicidad de homenajes que comenzaron en vida. Cuando don Raúl, para ser exactos, ya era un opositor inofensivo que mostraba las huellas implacables del deterioro físico. Y cuando La Doctora, delante de las cámaras de la cadena nacional, le tomaba la cabeza, con una sobreactuación de maternal ternura, mientras inauguraban un busto que ni siquiera -pobre- se le parecía.
Hasta en el campeonato de Fútbol se disputa la copa Raúl Alfonsín. Modo de Empleo, para todos y todas.