Tras tres décadas desde la vuelta a la democracia, el kirchnerismo se asoma al fin de su período con una situación económica con serias complicaciones e incluso con la posibilidad de terminar con otro default internacional. De hecho, las tres décadas democráticas estuvieron signadas por serios problemas económicos como la hiperinflación de fines del 80, la crisis del 2001 y los actuales desequilibrios monetarios. Sin embargo no hay nada nuevo bajo el sol en lo que concierne al origen de los problemas económicos de las últimas tres décadas, que estuvieron marcadas por el mismo problema: déficit fiscal, déficit fiscal y déficit fiscal…
Analizar el caso argentino con énfasis en políticas públicas sin poner la lupa en el problema del déficit fiscal es pasar por alto el problema de fondo. Es como sostener que el problema del adicto al alcohol son los síntomas, o la marca que consume, pero no la adicción al gasto público. El problema de errar en el diagnóstico es que fácilmente puede llevar a proponer solución aquello mismo que produce el problema en primer lugar. Una nueva ronda de tragos para combatir la resaca no es una solución de largo plazo. Ciertamente, tener déficit fiscal algún que otro año no es un problema serio, como no lo es tomarse una copa de vino durante la cena, el problema es la acumulación de déficits fiscales a niveles insostenibles. El problema no es la copa de vino, es la sumatoria. Expandir el gasto público para combatir las secuelas de una crisis de origen fiscal difícilmente lleven a buen puerto.