Aerolíneas Argentinas, desde su confiscación (mal llamada expropiación) a fines de 2008, dejó de ser una compañía aérea convencional para transformarse en un símbolo de la década kirchnerista. Esta compañía es una muestra concentrada de todo lo que este gobierno es capaz de hacer sin medir consecuencias. Mucho antes de ejecutar la confiscación de la compañía, el Ejecutivo pergeñó la estrategia para ese fin con Ricardo Jaime como su principal articulador.
Básicamente consistió en asfixiar económicamente a la empresa, negando aumento de tarifas a los españoles de Marsans, a pesar de los costos crecientes de la actividad, y transformándola en un coto de caza de los siete gremios que coexisten en la empresa, con paros salvajes y muchas veces inexplicables, hasta transformar en inviable la operación, y generando la sensación de que la única salida para “salvar a Aerolíneas” era expropiarla.