Cuando la princesa Firial, mi vecina londinense y tía del rey de Jordania, me dijo que la jaqueza Mozah de Nasser le había sugerido mi nombre para acompañarla a la cena del Consejo de Ministros en el marco de las coronaciones de Guillermo y Máxima, no lo dudé. Doblé mi smoking, lo puse en un bolso, y volé a Amsterdam casi contra reloj. Mi tarea era esperar en el salón de los Guardias a la jaqueza, a quien no hace mucho había conocido en una cena de arte en Qatar, mientras los nuevos reyes de Holanda navegaban por los canales del Amstel y llegaban al Muziekbouw para escuchar el himno compuesto especialmente en su honor. Este recreo le permitió cambiarse los polémicos pantalones con los que asistió a la coronación por un impresionante vestido color lavanda en uno de los salones privados del viejo Town Hall de Amsterdam, convertido hace doscientos años en Palacio Real. Con jaqueza en brazo, me dirigí hacia la cena del primer ministro.