Por: Rodrigo Cañete
Cuando la princesa Firial, mi vecina londinense y tía del rey de Jordania, me dijo que la jaqueza Mozah de Nasser le había sugerido mi nombre para acompañarla a la cena del Consejo de Ministros en el marco de las coronaciones de Guillermo y Máxima, no lo dudé. Doblé mi smoking, lo puse en un bolso, y volé a Amsterdam casi contra reloj. Mi tarea era esperar en el salón de los Guardias a la jaqueza, a quien no hace mucho había conocido en una cena de arte en Qatar, mientras los nuevos reyes de Holanda navegaban por los canales del Amstel y llegaban al Muziekbouw para escuchar el himno compuesto especialmente en su honor. Este recreo le permitió cambiarse los polémicos pantalones con los que asistió a la coronación por un impresionante vestido color lavanda en uno de los salones privados del viejo Town Hall de Amsterdam, convertido hace doscientos años en Palacio Real. Con jaqueza en brazo, me dirigí hacia la cena del primer ministro.
La monarquía holandesa es atípica y su espíritu es francamente republicano. El rey no es un soberano sino un primus inter pares que jura ante el Consejo de Estado y no a la inversa. Nunca hubo monarquía absoluta en estos lares y el rey ni siquiera tiene corona. Es por esto que la posición de Máxima es más la de una trabajadora que la de una privilegiada por un derecho divino. Creo que es esta consciencia de la “fragilidad” histórica de su posición la que hace que la monarquía holandesa sea la primera en transformarse en pieza de museo a los fines de regenerarse con la ayuda… de alguien llegado del Nuevo Mundo.
Esto quedó claro cuando se eligió al recientemente renovado Rijksmuseum para la cena de recepción de los dignatarios extranjeros el pasado día lunes. La reina Beatriz había caminado una alfombra naranja furioso un par de semanas atrás para cortar el moño de lo que podríamos considerar como la joya de la corona de las instituciones culturales holandesas. En el Rijks se pueden ver las obras más importantes de Rembrandt, Vermeer y varios de sus pares en lo que fue llamado “El Siglo de Oro Holandés”. A un costo de más de 500 millones de dolares y tras una serie de retrasos que trajeron frustración y muchas renuncias durante diez largos años en los que, por dar un ejemplo, la monarca tuvo que luchar contra una feroz campaña de un grupo reducido de ciclistas barriales que no querían que se les cortara el paso por entre un par de arcos laterales al museo. A pesar de esto, Beatriz pudo inaugurarlo como reina así como también pudo reabrir otros dos museos: el museo de arte moderno Stedelijk (en donde se cuelgan las mejores pinturas de Mondrian y Malevich) y el celebre Museo Van Gogh. Shock provoca la forma de jacuzzi o bañadera del hall de entrada del Stedelijk, pero su refuncionalización fue un éxito rotundo.
De esta forma, la reinauguración de la monarquía holandesa coincidió con la reinauguración de sus más importantes y definitorias instituciones culturales. Esto no sólo se limitó a Amsterdam sino que también ocurrió en La Haya y transforma al fenómeno en el eje de la celebración. La increíble Maurithuis, en donde obras maestras como ‘La Vista de Delft’ y ‘La Joven con el Aro de Perla’ de Jan Vermeer están expuestas, reabrirá en poco tiempo. Esto coincide con una suerte de renacimiento económico holandés en medio de una depresión europea generalizada. Es obvio que Holanda tiene razones suficientes para festejar.
Un revolucionario aspecto de la reestructuración del Rijksmuseum de alguna forma refleja el espíritu que Máxima aporta a esta monarquía. La colgada de los cuadros en la Galería de Honor fue hecha por el arquitecto francés Jean Michel Wilmotte, quien colocó a las obras de arte al lado de artefactos y objetos históricos. Tal es así que al lado del Rembrandt hay objetos de vidrio, rifles, vestidos y otro tipo de objetos. Si Wilmotte baja al arte de ese lugar de santidad para transformarlo en algo más accesible, Máxima baja a la monarquía a la realidad.
En la cena del primer ministro me sentaron a aproximadamente seis metros de Máxima, y un argentino reconoce a otro argentino por sus movimientos y su forma de mirar. Me miró e hizo un gesto de bienvenida con su cabeza. Éste es el tipo de escena en donde ella es el objeto de todas las miradas y, por qué no, también las críticas, pero esta mujer encanta a todo el que se le cruce. A diferencia de la princesa Letizia de España, ella no parece padecer su rol de princesa sino disfrutarlo enormemente. Nadie puede comandar estos escenarios con tanta gracia si esta gracia no es genuina. Pero, un momento… Esta gracia no es genuina porque no hay una gota de sangre real en Máxima. Máxima ni siquiera es noble. ¡Ella es Argentina!
Cuando, con motivo de su casamiento, nos emocionó a todos al escuchar “Adiós Nonino” de Astor Piazzola en la Oude Kirke, hizo lo que un miembro de una casa real no puede ni saber hacer: llorar. Saliéndose del protocolo, lloró y lloró. Guillermo la consoló acariciando su mano. En un mundo en el que los matrimonios se arreglan y las infidelidades (como bien lo saben Carlos y Camila) son moneda corriente y aceptada, Máxima se casa por amor y no teme en demostrarlo reforzando su condición de plebeya. Lo interesante es que haciendo esto está trayendo calor afectivo a la monarquía.
En Europa muchos la critican por su forma de vestir poco austera y no muy Armani. La princesa Letizia asistió a la coronación vestida de negro con una austeridad cercana al luto. La reina Máxima es y ha sido una celebración de color, curvas y brillos. Su estilo ha sido amoldado para homenajear visualmente a su suegra por medio de sus peinados a lo Ursula Andrews y sus vestidos anaranjados con múltiples volados están a la orden del día. Es quizás la frescura de su sangre argentina la que hace que brille y conecte con gente que ya se había olvidado de conectar. Es una forma de ver la vida que hace que pueda disfrutar un trabajo que es letal para cualquier mortal. Pregúntenle a Diana o a Sarah Ferguson si no… Un rey y una reina nunca tienen vida privada y se transforman desde su coronación, en propiedad del Estado. Máxima ya no es legalmente dueña de sí misma. Sin embargo, en ese proceso de legal autoalienación, me miró y me hizo sentir persona. Mi desconfianza e inseguridad desaparecieron y sobrevino la alegría. Acaso Máxima no sólo vaya a ser la reina de los Países Bajos sino que también comande el proceso de revitalización de la obsoleta monarquía europea que fue consagrada como una pieza de museo en el momento mismo de esta inauguración. Creo que Máxima es mucho más que una princesa, ahora es Reina.