Un repaso de lo que significó Chávez para la integración regional, incluyendo sus relaciones con Estados Unidos. Un pueblo que, aún llorándolo, encarna la continuidad de su proyecto como si fuera el primer día.
Las multitudes que formaron mareas rojas a lo largo de calles y carreteras de Caracas, Venezuela, para rendir homenaje póstumo al ex presidente Hugo Chávez Frías, no sólo marcaron una nueva derrota de la derecha venezolana y sus medios masivos de comunicación, mayoritarios en ese país, sino que también derrotaron una vez más a la confabulación internacional mediática contra esa nación y contra los mejores gobiernos de América Latina.
Sorprende que esos millones de venezolanos, que además demostraron una conciencia política sólida en cada respuesta que dieron a los medios, no influyeran para modificar aunque sólo sea de palabras, el discurso del presidente de Estados Unidos, Barack Obama.
En el marco de la sorpresa que significó no sólo la presencia del pueblo, sino de los 55 delegaciones de alto nivel de todo el mundo, 33 jefes de Estado, una mayoría de América Latina y el Caribe, incluyendo al presidente de Irán y en las antípodas, el heredero del trono español -en tiempos en que se discuten las monarquías europeas-, el presidente Obama ofreció “su ayuda” al pueblo venezolano para una “transición hacia la democracia, por el respeto a los derechos humanos (mirá quién habla diría cualquier vecino del continente) y la plena libertad de prensa”, entre otras de sus ofertas.
¿El presidente de Estados Unidos necesita una operación Milagro para ver lo que está sucediendo en Venezuela o la ceguera irracional del poder que intenta controlar el mundo entero los enceguece a esos límites de los que no se regresa más?
De hecho, como algunas expresiones de sus funcionarios en los últimos tiempos, opinando y “aconsejando” sobre lo que debe hacer Venezuela o “donando” millonarias sumas a sus opositores, que a pesar de esto no han podido doblegar la voluntad del pueblo venezolano, es una abierta y descarnada intervención en los asuntos internos de un país soberano.
Pero aún más, significa una absoluta irracionalidad ofrecerle a un pueblo que está demostrando con su activa y abrumadora presencia, y a pesar del dolor, la convicción de que democracia es lo que se está viviendo con logros sociales y culturales nunca vistos en el país, salud, educación, participación permanente en las decisiones estatales.
Le habla a un pueblo que salió a las calles produciendo el primer levantamiento antineoliberal, el “caracazo” en febrero de 1989 y que pagó, con la vida de más de un millar de personas, su derecho a la protesta.
Ese mismo pueblo que derrocó el golpe de abril de 2002, bajando de los cerros, desarmado con un librito de la constitución en la mano, lo que llevó a los soldados de la Guardia Presidencial, que custodiaban al presidente de facto, Pedro Carmona, a salir a las calles y unirse a los manifestantes, como lo hicieron los militares patrióticos, ¿les va a enseñar democracia el gobierno estadounidense? Solo 48 horas duró el golpe financiado y apoyado por Estados Unidos. Algo nunca visto en el mundo.
¿Qué democracia informativa le puede enseñar Washington al pueblo venezolano, víctima del terrorismo mediático amparado por el poder hegemónico de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) partícipe de todos los golpes de Estado e intervenciones en América Latina y el Caribe? Además participante clave en el golpe de Estado de abril de 2002, precisamente.
¿Qué derechos humanos puede enseñar Washington en estos tiempos, cuando mantiene Guantánamo, un campo de concentración y experimentos de torturas, cuyo cierre definitivo ha solicitado democráticamente lo mejor del pueblo estadounidense, sin que nadie lo escuche?
¿Y qué de los primeros genocidios del siglo XXI en Afganistán, Irak, Libia, Sudán y Siria, ahora cometidos por fuerzas invasoras en guerras coloniales, que Chávez condenó?
Un país que mantiene cárceles secretas, operaciones ilegales de traslados de prisioneros “sospechados“ por todo el mundo, que reivindica la tortura en nombre de su seguridad nacional, ¿puede dar cátedra de derechos humanos a Venezuela o América Latina o a Argentina, donde se escenifica uno de los momentos históricos en justicia y lucha contra la impunidad?
Debemos reflexionar, ante la muerte del hombre que encabezó la lucha por la unidad de América Latina, que fue acompañado en sus primeros pasos “con firmeza, audacia revolucionaria, en cada momento y desafiándolo todo” por el también fallecido presidente Néstor Kirchner, como me lo relató Chávez en una entrevista en 2006, de las 11 que me concedió para el diario “la Jornada” de México.
También debemos reflexionar sobre la oposición, que sin decirlo, reconoció los cambios en Venezuela, cuando el candidato de 2012 de todos los sectores opositores de derecha, incluyendo a una izquierda que curiosamente se autodefine como “radical”, debió prometer en su programa que iba a mejorar todo lo que Chávez había hecho en su país.
El pueblo venezolano eligió a Chávez en 2012 y en su figura estaba eligiendo nada menos que una histórica revolución democrática, que es uno de los legados más importantes del mandatario recientemente fallecido.
Ninguno de los cambios reconocidos a esta altura por los organismos internacionales, sucedidos en Venezuela y que modificaron radicalmente las anquilosadas estructuras de un país, que aparecía lejano en el mapa de América Latina, hubiera sido posible sin un cambio radical del sistema político, que protagonizó Chávez, con una enorme audacia revolucionaria para ir a fondo en todas sus acciones.
Nadie puede negar en estos momentos (no solo sus seguidores, sino sus críticos y enemigos), los cambios profundos que produjo Chávez en una sociedad dividida en un 80 % de pobres, y un 20 % de ultra ricos, cuando llegó al gobierno en 1998.
Y esto se podía aplicar inversamente a la renta petrolera, ya que 80 % de esas ganancias se destinaban supuestamente al mantenimiento de la petrolera estatal de PDVSA y del otro 20 %, muy poco o nada llegaba al pueblo. De ahí salió el dinero para construir la Caracas saudita de los grandes rascacielos, mientras el pueblo subía cada vez más alto en los cerros y era excluido de toda participación democrática.
Son innegables los avances en estos 14 años de gobierno que transfirió la renta petrolera de la que se apoderaban antes los grupos privados. Ese dinero, desde la recuperación de PDVSA durante el golpe petrolero, con sabotajes y todo lo que se realizó a fines de 2002 y principios de 2003, también derrotado por el gobierno de Chávez, fue a engrosar las arcas para pagar un enorme paquete de servicio públicos y otras que transformaron a la sociedad venezolana en la que mejor repartición de renta tiene en América Latina, según el índice Gini con iniciativas distributivas que cambiaron la fisonomía venezolana.
El pueblo recuperó su verdadera memoria histórica, los principios de soberanía, independencia real, lealtad, solidaridad y dignidad como lo explican, en su lenguaje fuerte y florido, con una dialéctica impecable, las voces del pueblo que estamos escuchando. De cómo burló a las burocracias estatales, que hubieran sido un obstáculo por ejemplo para la alfabetización, continuada luego con la educación terciaria en el mismo esquema, dan cuenta las misiones como “Barrio Adentro” (salud para quienes nunca la tuvieron), “Robinson”, programa educativo reconocido por organismos internacionales o Vuelvan Caras (entre muchas otras).
¿Y qué decir del hombre que sacó a la integración del papel en nombre de la solidaridad, como lo demostró en Argentina en 2005, cuando propuso cambiar petróleo por insumos rurales, por vacas, ayudando al país con una generosidad que han reconocido los presidentes? En 2003 dijo que no descansaría hasta hacer realidad la integración emancipatoria. Y se hizo.
Cuando entregó combustible gratis a los pobres de Estados Unidos o los créditos bajos y casi nulos de interés de largo plazo a los países más pequeños y empobrecidos, incluyendo a los no amigos, logrando que los gobiernos de la región no hayan tenido que ir de rodillas ante el FMI o el Banco Mundial a pedir créditos y aumentar sus deudas externas, de por sí asfixiantes.
Mucho más hay que decir, pero el espacio es breve.
Por todo esto, el pueblo venezolano ha tomado la posta y esto revela la pobreza y ambigüedad de análisis que olvidan las gestas populares, que nunca vieron cómo Chávez colectivizaba su mandato o que dicen que montó un sistema político personalizado, sin entender que fue y es un líder natural de los que los pueblos eligen para identificarse. Un líder que supo construir horizontalidad, con todas las dificultades que significan los cambios que nunca se habían dado en el continente, creando una base popular de una conciencia latinoamericanista y antimperialista tan necesaria en estos tiempos. En cada momento histórico, el pueblo fue partícipe activo y no expectador pasivo. No es necesario distraerse ideológicamente o ser apologético para decir esto. Basta asumir el compromiso de la verdad sin escapes individualistas ni ambigüedades que siempre arropan al enemigo. Por eso, Chávez ha podido sembrarse en su pueblo y en América, como dijo la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Y eso es, cada hora que pasa, más evidente.