Muchas intenciones, pocos resultados

Habían quedado atrás semanas de “rosca política” con un gobierno nacional jugando a convencer de la necesidad de aprobar la ley, con reuniones en simultáneo, a los gobernadores peronistas, los intendentes, el peronismo disidente y los diputados opositores.

Cuando a las 8:35 del miércoles pasado finalmente la Cámara de Diputados votó la “Ley de la normalización de la deuda pública y recuperación del crédito”, después de 19 horas de intenso debate, con unos arrasadores 165 votos a favor y 86 en contra, algo llamó la atención de los presentes y de los periodistas testigos del evento político: No hubo festejo alguno.

En la memoria reciente aparecían festejos de votos considerados claves por los distintos gobiernos, donde por lo general la bancada oficialista se abrazaba, gritaba y saludaba efusivamente al jefe de bloque de turno. Nada de eso ocurrió la semana pasada y, de inmediato, el recinto siguió con el voto en particular de la norma que ahora espera ser tratada en el Senado y convertida en ley, a fin de mes.

“Se acordó que no habría festejos en caso de obtener la aprobación del proyecto, porque no hay nada que festejar”, explicó luego un diputado del oficialista bloque Cambiemos.

Nada que festejar

Mas allá del logro conseguido por el gobierno de Mauricio Macri en Diputados, no hay nada que festejar en sus primeros 100 días de gestión –y en la Casa Rosada así lo pregonan-, porque hay muchas intenciones pero los que gobiernan son los hechos, los resultados.

Unos dirán que: 1) el gobierno de Macri comenzó a desandar “la grieta” entre los argentinos, con “diálogo” y contacto normal con la prensa; 2) que empezó a sincerar la economía y a solucionar los problemas que el kirchnerismo dejó producto de la inoperancia de un ministro de Economía como Axel Kicillof que ahora en la Cámara de Diputados parece tener solución para todo; 3) que desnudó e intenta corregir el alto nivel de gasto público focalizado en el aumento de la planta de empleados públicos así como en los subsidios energéticos abismales; 4) que el macrismo empezó el camino para terminar el aislamiento con el mundo con las visitas de empresarios y mandatarios de Francia, Italia y en los próximos días de Estados Unidos, lo que provocaba que la Argentina no tuviera crédito y si accedía a alguno era a tasas exorbitantes; 5) que la inflación dejó de ser un tema tabú, al igual que el Indec, y el Ejecutivo ahora trabaja para hacerlo creíble; 6) que debió incrementar las tarifas de servicios públicos porque el gobierno anterior directamente las congeló y generó la desinversión que derivó, por ejemplo, en los cortes de luz; 7) que Macri llegó decidido a combatir la corrupción y por eso se están ventilando casos de evasión como el del Cristóbal López o de lavado de dinero que involucra a Lázaro Báez y a la ex presidenta Cristina Fernández; 8) que el gobierno tuvo que salir a acordar rápidamente con los fondos buitre para “volver al mundo y al crédito” porque el kirchnerismo no quiso, no pudo o no supo, y terminó provocándole al país una importante pérdida de cientos millones de dólares.

Los detractores sostendrán que: 1) en apenas 100 días el gobierno de Macri provocó una importante devaluación que había negado en la campaña y que disparó el dólar a 15 pesos; 2) que benefició con la baja de impuestos a los sectores mas pudientes como el campo o las mineras; 3) que gobernó por decreto y amagó con designar a dos miembros de la Corte Suprema y a una docena de embajadores políticos en “comisión”, de espaldas al Congreso; 4) que provocó la suba descomunal de la carne y de productos de primera necesidad, incrementando aún mas la inflación, a la cual no combate sino que opta por enfriar el consumo; 5) que no tuvo empacho en incrementar sin anestesia las tarifas de luz y ahora irá por el gas y otros servicios; 6) que Macri inició el camino de las “relaciones carnales” que supo tener el menemismo con los Estados Unidos, lo que generó la sorpresiva visita de Barack Obama al país y las versiones sobre la elaboración de un acuerdo de comercio de la región con Washington, como el ALCA, que los gobiernos sudamericanos se ocuparon de enterrar en el 2005 en Mar del Plata porque el único beneficiario era el gobierno norteamericano; 7) que el gobierno está blindado mediáticamente y por eso sólo replican las denuncias contra Cristóbal López o Lázaro Báez pero no así el aumento de los precios o los casos de inseguridad en el aérea metropolitana; 8) que se están multiplicando los despidos no sólo en el Estado sino también en sectores privados como la construcción, las automotrices y los metalúrgicos.

Pero mas allá de las verdades compartidas o en el enfrentamiento político constante, producto de la puja por el poder, lo cierto es que los argentinos tenemos sobrados argumentos para estar inmersos en un estado de “hartazgo” de la política y de los políticos, que no necesariamente se manifiesta detrás de la bronca o de marchas multitudinarias sino, en oportunidades, de la indiferencia.

Tal vez ese haya sido el disparador para que la mayoría votara a Mauricio Macri, no por sus propuestas ni sus promesas, sino porque necesitaba un cambio de estilo.

Sin embargo, lo que reclama la Argentina, después de 33 años de retorno a la democracia intensos y con altibajos que se reflejaron en varias crisis políticas y económicas, es consenso y previsibilidad.

¿Cómo es posible que los 100 principales referentes políticos, económicos, académicos y sociales, oficialistas, opositores, de derecha, de izquierda, independientes, de ong’s no se reúnan para diseñar un programa integral en materia de la Justicia, la Educación, el modelo Económico, la Salud, la infraestructura, la Vivienda y el Medio Ambiente, que comience a ser aplicado en el 2020?

Esos cien referentes tendrían la foto grupal que los presentaría como “los patriotas” que un día forjaron una nueva Argentina y que quedarán en la historia.

En el plano interno, como todo comenzaría en el 2020, no dificultaría sus ambiciones políticas inmediatas. Tendrían mucho lugar para peleas internas, para parecer diferentes, formular promesas que nunca cumplirán, alimentar sus egos, elaborar jugadas de ajedrez político, financiarse con campañas electorales intensas, etc, etc. Pero ese plan integral sería intocable y quedaría plasmado en la Constitución Nacional.

De esa manera, el país dejaría de sufrir lo que sufre, cada vez que hay un cambio de gobierno -y el de Macri, es el sexto-, es decir, borrar lo que se hizo antes, estigmatizándolo y sin importar lo que estaba bien y lo que estaba mal, y que cada Presidente se sienta el refundador de la patria, haciendo lo que mejor le parezca. ¿O el peronismo no tuvo suficiente con dos presidentes que levantaron las banderas de Perón y Evita y llevaron adelante dos gestiones de gobierno totalmente antagónicas, como Carlos Menem y Néstor Kirchner?¿O si se quiere, los diferentes gobiernos de Raúl Alfonsin y Fernando de la Rúa?

Que lindo suena la definición de “políticas de Estado” y que sencillo sería llevarlas adelante si hubiera una clase política a la altura de las circunstancias: “normas generales avaladas por el más alto nivel de conducción política del Estado y respaldadas por un amplio consenso social o político, para que un determinado sector o actividad pueda alcanzar sus objetivos con un horizonte de cierta estabilidad y permanencia en el tiempo. Se fundamenta en los intereses superiores de la Nación y no en la coyuntura ni en metas de corto plazo”.

La decisión

El electorado argentino está bajo la lupa. Mucho se dice de la ciudadanía a la hora de votar por un nuevo presidente de la nación, lo que sucederá el domingo que viene.

Para algunos, el promedio de los argentinos no son exigentes ni mucho menos. Votan a un candidato por su imagen, discurso, entorno familiar, trayectoria y apenas manejan una o dos variables a la hora de elegir a un candidato por sus propuestas o por la expectativa que le genera: la promesa de resolución de sus problemas económicos (empleo, precios, crédito) o bien la realización o promesa de realización de alguna obra que beneficie al votante directamente (una ruta, un puente, un asfalto, el acceso a servicios públicos). No mucho más.

Nada de instituciones, división de poderes, una educación de calidad, mejora de hospitales y centros asistenciales, lucha contra la corrupción. Algunos consultores sostienen, incluso, que ni siquiera la inseguridad y la lucha contra el narcotráfico pesan por sí mismo a la hora del sufragio. Es la visión del “argentino” promedio, acostumbrado al empeoramiento de su calidad de vida y la calidad del Estado que debe cobijarlo.

Los defensores de la mirada del electorado consideran que los ciudadanos de este país son pragmáticos, inteligentes y que ya no compran falsas promesas sino que privilegian los hechos. Que privilegian la estructura (fortaleza del partido que lo sostiene, relaciones con el movimiento sindical y contactos internacionales) y capacidad de un candidato. Que comprenden, por la historia desde el retorno de la democracia hasta hoy que el peronismo es clave para gobernar. Y que está fresca en su memoria la experiencia de Fernando De la Rúa y “Chacho “Alvarez.

Quienes revalidan el voto argentino, admiten que el electorado, por lo general, no creen en los políticos.

Hay sobrados motivos. Primero creían en la plataforma política de un partido, donde accedían al programa de gobierno del candidato. Pero como los políticos no cumplieron (Raúl Alfonsin) con lo que decía la plataforma, dejaron de creer en ella. Después creyeron en los discursos y en la promesa del candidato. Pero como después no la cumplieron, e incluso se jactaron de no haber dicho lo que iban a hacer, sino nadie los votaba (Carlos Menem), dejaron de creerle. Mas tarde creyeron en el mensaje de los políticos a través de los medios y la sociedad decidió depositar en ellos sus esperanzas (la alianza UCR-Frepaso). Pero al ver que sólo era una construcción mediática que en la realidad era totalmente heterogénea y terminó rompiéndose, dejaron de creer en esas campañas en los medios.

Al final, ya no creen ni en las promesas escritas ni en las orales ni en los antecedentes de los políticos ni en las campañas o slogans. Se basan en los hechos y en un pragmatismo extremo: “¿Estoy mejor o peor con este gobierno?¿Puedo estar mejor o peor con este candidato opositor?

El argentino es por sobre todo conservador. ¿Por qué habría de cambiar el color político del gobierno? Ese es el dilema entre los principales candidatos a suceder a Cristina Fernández de Kirchner en la Casa Rosada. Mientras Daniel Scioli (FPV) dice “para qué cambiar, mejor retoquemos lo que está”, Mauricio Macri (Cambiemos) propone “cambio”, manteniendo algunas conquistas, pero cambio al fin.

Podríamos estar meses debatiendo acerca de lo que es y lo que debería ser la Argentina. Pero la propuesta tiene que ver más con qué parámetros tienen los argentinos hoy a la hora de votar.

En enero de 2015, cuando apareció muerto el fiscal Alberto Nisman, parecía la antesala del fin del kirchnerismo y de todo lo que fuera etiquetado con esa corriente política. Nada de eso ocurrió.

Los argentinos en nombre de los cuales se cuestiona el estado de la República, la instituciones, la falta de ética y transparencia en el Estado, el enriquecimiento ilícito, la falta de división de poderes, el contubernio entre la corporación política y la judicial, la escribanía del Estado en que muchas veces se convierte el Congreso de la Nación, la ausencia adrede de organismos de control fuertes que respiren en la nuca de los funcionarios corruptos, un plan de lucha integral contra el narcotráfico, y un largo etcétera, son los mismos que votaron con un 54% a Cristina Fernández en 2011.

Yendo mas atrás en el tiempo, esos argentinos son los mismos que votaron la reelección de Carlos Menem en 1995 y gozaron de las mieles de la Convertibillidad (1 peso = 1 dólar) viajando por el mundo hasta que el carruaje volvió a convertirse en calabaza

A menos de dos meses del fin del gobierno kirchnerista, no existe un clamor popular contra Cristina Fernández ni mucho menos. Un 30 por ciento del electorado aprueba su gestión.

De la década K, otro tercio totalmente en contra y un tercer tercio que observa cosas buenas y malas.

La oposición, en tanto, encarna no un modelo político-económico y social diferente, sino que a grandes rasgos, propone cambiar el estilo de gobierno y el modo de administrar el tesoro. Scioli y Macri tienen en su mente planes ambiciosos de infraestructura y la idea de atraer inversiones a partir de un nuevo reracionamiento con el mundo y con los organismos financieros de crédito. No hay grandes diferencias.

En ese esquema, el próximo domingo quedará reflejado si el argentino vota con el bolsillo únicamente. Esto es, oficialismo si cree que no hay crisis económica y oposición si percibe que hay en ciernes una crisis. O si por primera vez en mucho tiempo, el argentino decide darle la oportunidad a otra opción política, arriesgar.

Una lectura opositora muy riesgosa

El escenario electoral ingresa esta semana en su último mes antes del “25-O”, el día de los comicios generales que podrían decidir al Presidente que suceda a Cristina Fernández o a los dos competidores que se disputarán el ballottage por la Casa Rosada el 24 de Noviembre.

En el último tramo de la larguísima campaña electoral, lo acontecido hasta aquí, con un ojo puesto en las elecciones, podría resumirse en tres actos.

Primer acto: Daniel Scioli gana las PASO y queda a solo 1 punto y media del 40 por ciento.

Segundo acto: Mauricio Macri no crece lo esperado porque Sergio Massa no se desintegró.

Tercer acto: Scioli y Massa critican a Macri. Scioli porque lo considera su rival y Massa porque quiere desalojarlo del “segundo lugar”.

¿Cómo se llama la obra?

El “nombre de la obra” puede ser cualquiera, sin embargo una rara sensación invade el clima opositor. El antikirchnerismo está apostando todo, absolutamente todo, a un ballottage que ni siquiera está asegurado, habida cuenta de algunos indicadores que se dieron en la última semana.

En principio, distintas encuestas ratificaron el 1, 2 y 3 de Scioli, Macri y Massa, en ese orden. Difieren los porcentajes, pero algunas de ellas reflejaron lo que por estas horas comienza a asemejarse a una posibilidad: si Scioli llega a los 40 puntos, será Presidente.

Ocurre que desde las PASO y, ayudado por el caso Niembro, Macri se amesetó al igual que Scioli, pero la diferencia es que el candidato del Frente para la Victoria le sacó una ventaja de 14 puntos en las primarias (38 frente a 24), mientras que el postulante del PRO, cuyo objetivo era profundizar la polarización con el gobierno y hacerse de los votos que habían ido a la canasta de Massa, no logró esa meta hasta ahora.

¿El crecimiento de Massa a quién beneficia? Si Massa crece, sin superar a Macri que es lo que en apariencia estaría ocurriendo, el beneficiario de esa disputa opositora es Scioli, siempre que alcance los 40.

Ahora bien, si Massa superara a Macri ubicándose en segundo lugar y forzara un ballottage con Scioli, otro podría ser el escenario. “Sergio es nuestro peor competidor en una segunda vuelta porque nos disputa el voto peronista”, admitió un operador oficialista.

Contra todos los pronósticos políticos y periodísticos, Scioli viene despegándose del kirchnerismo día a día. Filtrando los eventuales nombres de su gabinete sin ningún kirchnerista, dejando a La Cámpora de lado de las decisiones importantes, formulando propuestas económicas –como las de mañana en el Teatro Opera- con claras diferencias con las aplicadas por Cristina Fernández, y dejando de lado a su otrora “comisario político” y compañero de fórmula, Carlos Zannini.

Scioli ha establecido una mesa chica en la que no está Zannini. Allí pueden verse a los gobernadores Juan Manuel Urtubey (Salta), Maurice Closs (Misiones) y Sergio Urribarri (Entre Ríos), además del santafesino Omar Perotti, así como el titular de Anses, Diego Bossio o al Secretario de Seguridad, Sergio Berni. Ningún kirchnerista de paladar negro.

Tanto Urribarri como Bossio y Berni, en algun momento fervientes kirchneristas, han puesto al “peronismo” y al “pragmatismo” por encima de todo, y hace tiempo se alinearon absolutamente a Scioli.

Ni Zannini, Axel Kicillof, Andrés “Cuervo” Larroque, Eduardo “Wado” de Pedro, José Ottavis, Carlos Kunkel, Diana Conti, Edgardo Depetri o Agustín Rossi, por citar dirigentes ultra K, forman parte de la mesa chica y muchos de ellos ni siquiera de la mesa ampliada sciolista.

Así como Scioli parece deshacerse de kirchneristas y camporistas, Macri hizo lo propio con sus socios. El escándalo que obligó a Macri a aceptar la renuncia a su candidatura a Fernando Niembro, marcó la soledad en la que queda el PRO en algunos decisiones trascendentales. Prácticamente ni la UCR ni el núcleo de la Coalición Cívica que lidera Elisa Carrió salió a respaldar al periodista deportivo.

¿No será necesario que Macri muestre como tal a Cambiemos, con una mayor participación de dirigentes que no sean del PRO para este último mes de campaña? Semanas atrás hubo un intento en recorrer el interior con el mendocino Julio Cobos, lo cual pareció efectivo. Habrá que ver si el papel de Macri junto al radical y candidato a gobernador de Tucumán, José Cano, sumó o restó. Tal vez sería productivo que Cambiemos intensifique actividades con Ernesto Sanz y Elisa Carrió, para ofrecer una imagen de un frente que, por ahora, parece ser sólo PRO.

Si la oposición quiere ir al ballottage, debe mostrar cohesión, un bloque homogéneo capaz de gobernar sin ser desbordado por internas o diferencias.

Pero la no formulación de propuestas ni de posibles integrantes de un gabinete nacional marcan una carencia en la estrategia de Cambiemos. Sería un error para la oposición creer que el “antikichnerismo” es un estadio consolidado, estable, fijo.

La cantidad de votantes que se mantendría fiel a su voto en las PASO se habría reducido de manera alarmante en los últimos días. Esa fidelidad habría pasado del 80 por ciento al 65. Es decir, que un 35 por ciento del electorado podría cambiar su voto. No obstante, nadie asegura si eso indicaría un giro oficialista u opositor.

La memoria debe tener presente que el kirchnerismo-peronismo parecía destinado a desaparecer en el 2009 cuando la oposición venció en las legislativas con el tridente Macri-Francisco de Narváez-Felipe Sola en la provincia de Buenos Aires. Dos años mas tarde, Cristina Fernández arrasó con el 54% de los votos, compuesto por votos de fieles y ajenos.

En el 2013 venció las legislativas Sergio Massa y hoy se ubica tercero. La oposición debería aprender de los tropiezos.

La disputa entre dos formas de hacer campaña

Daniel Scioli y Mauricio Macri no solo representan a dos espacios políticos que, al menos en teoría, están en las antípodas, y pujan por habitar la Casa Rosada a partir del 11 de diciembre próximo. También representan dos estilos de hacer política, dos estrategias de campaña claramente distintas.

En las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) del próximo domingo se sabrá si la campaña sciolista fue mas efectiva que la macrista, o viceversa.

Si esa disputa se ejemplificara como una pelea de boxeo por el Título Mundial, los analistas podrían recurrir a la siguiente descripción: el campeón –el gobierno, Scioli-, a sabiendas de sus cualidades, debe administrar el desarrollo de la pelea sin cometer errores, tratando de evitar que el rival conecte alguno de sus golpes. En tanto el retador –Macri- es quien debe demostrarle al jurado que ha hecho mérito suficiente para convencerlos de que el nuevo monarca debe ser él. Nada de eso parece ocurrir.

Scioli no necesitaría proponer nada, salvo que quisiera diferenciarse del gobierno kirchnerista de los últimos doce años. Pero si no se explaya sobre algún tema en especial, el electorado debería inferir que las cosas marcharán igual, y serán resuelta con las mismas herramientas que en la última década.

En cambio Macri, que ha hecho del “cambio” su slogan, aún no ha explicado en qué consiste y, por el contrario, se ha comprometido a conservar varias de las políticas del kirchnerismo como la estatización de YPF, de Aerolíneas Argentinas o la Asignación Universal por Hijo (AUH), al margen de marcar diferencias en la administración de esas empresas y recursos. Los votantes poco saben aún, qué es lo que cambiaría en la Argentina si el frente Cambiemos llega al poder.

La estrategia del PRO, diseñada por el gurú ecuatoriano Jaime Durán Barba, tiene que ver, precisamente, con no explicar nada, ni ensayar propuestas, ni dar detalles de eventuales medidas de gobierno. El objetivo es trabajar con las “expectativas” de la gente y alentar un “cambio”, un país “mejor” para los argentinos, con “mejor” salud, educación, seguridad, sin pobreza ni inflación.

Del otro lado, Scioli apela a una campaña tradicional, basada en el aparato peronista, esto es, gobernadores, intendentes, dirigentes y el “movimiento obrero” como columna vertebral. Un esquema demasiado tradicional para albergar los cambios que ha sufrido el electorado en el último cuarto de siglo, con generaciones que poco saben de Perón, Evita y del rol sindical.

No obstante, Scioli también apela a las “expectativas” cuando repite una y otra vez la frase de cabecera de Carlos Menem que acuñó por siempre, “lo mejor está por venir”, atada a términos dinámicos en los orígenes del peronismo como “trabajo”, “producción”, “desarrollo”.

Los spots de campaña son claros para marcar diferencias entre Scioli y Macri. El gobernador bonaerense juega con la palabra “victoria” y la utiliza como premio para hombres y mujeres que se esfuerzan en sus trabajos, en sus tareas cotidianas. La cultura del trabajo, del esfuerzo, “para una Argentina mejor”.

El jefe de Gobierno porteño, en tanto, se muestra cerca de la gente a quien llama por su nombre, reflejando cercanía con ellos. Están los que como Macri, quieren un “cambio”, los que “descubren” una faceta llana poco conocida del candidato o quienes simplemente lo abrazan, en la puerta de sus casas o en el interior de sus propias casas,  como el salvador de la Argentina que viene.

Ambas formas de hacer campaña no hablan demasiado bien de la ciudadanía. De los unos que adhieren a un discurso demasiado transitado por las campañas peronistas, con lugares comunes y dirigida a quienes quieren construir su camino en la vida trabajando, como si ningún político lo haya prometido antes, y ninguno tampoco haya incumplido. Además, muchos han crecido precisamente desconociendo al trabajo como una herramienta leal.

Los otros, no preguntan cómo el candidato opositor cumplirá sus compromisos para que todo esté mágicamente mejor, de un día para el otro. Y parecen conformarse con que alguien los abrace, les sonría y toque el timbre de sus casas para darle su apoyo, sin recibir nada a cambio, salvo esperanzas.

¿Los motivos de una campaña de estas características? Muchos. La sociedad argentina primero creía en las plataformas políticas, esas decenas de hojas donde un partido explicaba qué iba a ser su candidato presidencial y cómo lo haría, si ganaba las elecciones. Pero los políticos no respetaron la plataforma. Luego creyeron en los discursos con promesas acerca de las medidas que tomarían si llegaban a la Casa Rosada. Pero los políticos no cumplieron sus dichos y alguno incluso llegó a confesar que si hubiera dicho lo que haría, nadie lo hubiera votado.

Finalmente, los argentinos hoy solo creen en una mirada, un gesto, una palabra, una actitud, un traspié, un tuit o una foto. Suponen que es un buen o mal candidato. Y votan casi intuitivamente, sin certezas. En todo caso, se preguntan, ¿alguien está convencido de lo que está votando?