Las relaciones internacionales distan mucho de asemejarse a las relaciones políticas internas, partidarias, al menos las que se desarrollaron en la Argentina en las últimas décadas.
El lenguaje diplomático es sutil, moderado, cuidadoso de no ofender a otra nación o entrometerse en los asuntos domésticos de otro país. Debajo de toda esa puesta en escena, obviamente subyacen las negociaciones crudas, duras, de la política internacional. Pero no se exhiben ni ostentan, salvo excepciones.
Hay una condición que convierte a un país en serio: la previsibilidad. Una nación puede ser de izquierda o de derecha, pro-norteamericana o pro-china; con un Estado omnipresente o un Estado vacío. Pero debe ser previsible. Los actores internacionales deben saber hacia dónde apunta su política exterior, cuáles son sus socios, sus aliados, qué se está dispuesto a negociar y qué es innegociable.
Establecidas esas reglas, las de la Realpolitik, la Argentina es un país poco serio. Prueba de ello es que a menos de cuatro meses del cambio de Gobierno, el país dio un giro de 180 grados en su política exterior, que bien lo pueden reflejar tan sólo dos frases respecto del Gobierno del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama. La primera pertenece a quien fuera presidente hace apenas 108 días atrás, Cristina Fernández y la segunda, al actual jefe de Estado, Mauricio Macri. Continuar leyendo