Entre el PJ y un “partidito” de centroizquierda

El Frente para la Victoria (FPV) que supo usar Néstor Kirchner para someter al Partido Justicialista (PJ) bajo su ala durante 13 años, logrando desarticular a esa fuerza, vaciarla de dinámica propia y sumirla en una crisis de identidad que hoy queda expuesta ante la sociedad, se juega en las próximas semanas su futuro.

O seguirá siendo un espacio que integre al peronismo y a la centroizquierda, como el que acompañó al matrimonio Kirchner en su década en el poder; o quedará relegado a un frente de centroizquierda con sectores peronistas. Dos opciones, en materia de poder, claramente distintas.

Kirchner utilizó aquel FPV que armó junto a Eduardo Duhalde para ganarle a Carlos Menem. Pero después lo utilizó contra el propio Duhalde, para romper su sociedad con el cacique de Lomas de Zamora y quedarse con el liderazgo del PJ. El santacruceño intentó, por todas las formas, “renovar” los viejos liderazgos dentro del partido, sobre todo el núcleo compuesto por los barones del conurbano, apelando a la “transversalidad”. Continuar leyendo

Cristina lo hizo

Al parecer, el plan falló. A la luz de lo ocurrido en las elecciones presidenciales, la estrategia de Cristina Fernández era que su candidato, Daniel Scioli, no llegara a la Casa Rosada. Pero sí conservar cierto poder y albergar a la masa de jóvenes kirchneristas leales en la provincia de Buenos Aires bajo una gobernación de Aníbal Fernández.

De seguro no era la idea original pero, posiblemente, la propia Cristina, líder del kirchnerismo, le haya puesto fecha de vencimiento a esa corriente que gobernó durante 12 años la Argentina.

¿Por qué puede afirmarse que nunca quiso que ganara Scioli? En términos políticos es muy fácil argumentarlo. Un líder político da forma a una estrategia por lo menos un año antes de los comicios. Si el objetivo era “Scioli Presidente”, hubiera encolumnado “a todos y a todas” detrás de su candidato, respetando el manual del peronismo hubiera puesto como candidato a gobernador bonaerense al dirigente que más midiera, y hubiera diseñado con su “heredero” una estrategia de campaña –juntos, peleados, distanciados, etc- para asegurar el triunfo. Nada de eso hizo Cristina Fernández. Continuar leyendo

Semejanzas del menemismo y el kirchnerismo

El gobierno ya no tiene posibilidad alguna de conseguir un nuevo mandato para su líder por imposibilidad de la Constitución Nacional que no le permite una tercera presidencia. Pero el verdadero problema es que en el oficialismo no confían en el mejor candidato presidencial para la sucesión, quien fuera vicepresidente en el inicio de la actual gestión. Es más, lo consideran un rival mas que un dirigente propio. La oposición, en tanto, armó un frente electoral competitivo y sube en las encuestas de opinión a través e promesas y denuncias de corrupción. El modelo parece desvanecerse junto con su líder y, al parecer, esa corriente peronista va a ser un “ismo” mas en la historia contemporánea del PJ.

El relato corresponde a fines de 1999. El presidente Carlos Menem, pese a reiterados intentos, no había logrado forzar un tercer mandato, vía reforma constitucional. El por entonces mejor candidato del peronismo era Eduardo Duhalde, que no tenía el apoyo de Menem y, mas aún, se había convertido en enemigo del Presidente. De la vereda de enfrente, el radicalismo de Raúl Alfonsin y Fernando de la Rúa se unía en un frente electora con el Frepaso de Carlos “Chacho” Alvarez para dar nacimiento a la Alianza. ¿Puede traspolarse aquél escenario al actual?

Muchos podrán decir que hay paralelismos. Cristina Fernández es quien no tiene tercer mandato, el mejor candidato del oficialismo y ex vicepresidente de Néstor Kirchner, es Daniel Scioli, en quien el kirchnerismo y la Presidenta no confía. Así lo ha dejado en claro recientemente el diputado Carlos Kunkel, un hombre del círculo íntimo presidencial, quien ubicó a Scioli entre los peronistas con algunos “matices de liberalismo moderado”. En tanto en la oposición, se lanzó el flamante frente electoral compuesto por el radicalismo y Mauricio Macri (PRO).

Sin poner el acento en la diferencia de coyunturas y el peso específico de aquellos y estos protagonistas políticos, las similitudes son inevitables.

Pero hay mas. El menemismo al igual que el kirchnerismo, fueron procesos políticos de mas de una década que tomaron el país inmerso en profundas crisis económicas y que debieron afrontar, sobre el final, duras sospechas por parte de la sociedad tras un crimen con connotaciones políticas y mafiosas. En enero de 1997, Menem fue apuntado por el dedo acusador de la opinión pública por el crimen del reportero gráfico José Luis Cabezas; en enero pero de 2015, Cristina Fernández padeció el mismo dedo acusador con la muerte del fiscal Alberto Nisman.

Los índices también golpearon el final de ciclo de ambas gestiones. En el último tramo del menemismo, en las encuestas que evaluaban al gobierno de Menem, el 44 por ciento calificaba al gobierno de malo y muy malo; pero el 31 por ciento consideraba que era regular y algo mas del 12 por ciento que era bueno o muy bueno.

Los números, en un hipotético ensayo comparativo benefician un poco más al kirchnerismo. La última encuesta de Poliarquía arroja que el 35 por ciento considera mala la gestión de Cristina Fernández y el 21 mala con algunos logros; pero el 30 cree que es buena con errores y el 13 muy buena.

Quizás, en lo que respecta a la situación económica de los dos gobiernos peronistas –o al menos en nombre del Peronismo- que administraron  la Argentina desde el retorno de la democracia, el kirchnerismo aventaje al menemismo: el mismo sondeo da cuenta que el 42 por ciento de los encuestados manifiesta que su situación económica es positiva, el mismo porcentaje que es regular y el 15 por ciento que es mala.

Mas allá de los aspectos largamente negativos que pueda desarrollarse acerca de la década de los 90, esa aceptación que aún tenía la administración menemista en 1998 se reflejó años después cuando, pese a todo, Menem ganó las elecciones presidenciales del 2003 por 24,45 por ciento frente al 22,24 de Kirchner. Aunque al riojano no le alcanzó para volver a la Casa Rosada, habida cuenta de que en el balotaje iba a ser arrasado por el santacruceño.

¿Podría pasar lo mismo con Cristina Fernández si el próximo presidente realiza una pésima gestión, volver en el 2019? Es muy aventurero. Lo único cierto es que, según Poliarquía, el 45 por ciento de los argentinos pretende que el próximo gobierno cambie algunas cosas y continúe otras; el 24 quiere que se prosiga con todas las políticas. Ambos sectores, podrían encerrar un 69 por ciento. Sólo el 30 manifiesta la necesidad de un cambio radical de las políticas.

De ser así, ¿El votante está pidiendo cambios de fondo o solamente está reclamando un cambio de estilo, menos confrontativo y verticalista y con una mayor búsqueda de consenso?

Mantener el poder a cualquier precio

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner encontró una rara y peligrosa fórmula para mantener el poder en los 14 meses que le quedan de mandato. El complot interno con la ayuda de los Estados Unidos, mas la incertidumbre, parecen haber tranquilizado el temor de la mandataria de permanecer como una simple testigo la transición hacia el próximo gobierno, el de su sucesor.

El recurso del complot no es nuevo. Fue utilizado en forma recurrente por Néstor Kirchner y Cristina Fernández durante los 11 años de gobierno. Ocurrió en el conflicto con el campo, en el debate por la ley de Medios con el Grupo Clarín, con la figura de Eduardo Duhalde, con la Policía bonaerense por el aumento de hechos de inseguridad, pero de manera reiterada, cuando se presentaba algún escollo económico que el kirchnerismo no sabía enfrentar y terminaba culpando a los empresarios. Continuar leyendo

La inseguridad de Capitanich

Todas las mañana, el Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, da respuesta a los temas diarios planteados por la prensa acreditada en la Casa Rosada. No es casual que una de las consultas que se repite esté relacionada con los hechos de inseguridad.

A modo de mensaje de un contestador o de locutor publicitario que lea la letra chica de una propuesta comercial, ante la consulta sobre las protestas realizadas en los últimos días en esta Capital, la ciudad de Rosario y el Gran Buenos Aires en reclamo de seguridad, Capitanich repite cosas como “los reclamos por la inseguridad deben estar dirigidos a los gobernadores, que tienen responsabilidad primaria en la materia”.

Por orden de Cristina Fernández, porque cualquiera comprende que un Jefe de Gabinete dice lo que dice por convicción pero también porque se lo ordena su superior, el Presidente, Capitanich argumenta, con una pobreza intelectual llamativa, que “de acuerdo con la Constitución Nacional argentina, el país adopta un sistema representativo, republicano y federal, es decir que existen autonomías de la provincias para el desenvolvimiento de determinado tipo de cuestiones básicas, esenciales e indelegables, y la seguridad pública es una de ellas”.

Según Capitanich y, por ende, la Presidenta, el gobierno nacional tiene las manos atadas para actuar en materia de Seguridad porque es una facultad de las Provincias. Falso. Tanto, que merecería figurar en el Manual de Zonceras Argentinas de Arturo Jauretche, tan recitado por Cristina Fernández como por varios de sus ministros.

De acuerdo con “sensaciones”, “interpretaciones” pero también innumerables estudios de opinión, una de las dos principales preocupaciones que padecen los argentinos es la inseguridad. Pero esto no es un fenómeno actual.

En agosto de 2004 (Néstor Kirchner era el Presidente), una encuesta de Mora y Araujo reflejaba que el primer tema que más preocupaba a la población era la “falta de empleo” y, en segundo lugar, la “inseguridad”. En la actualidad, la “falta de empleo” fue reemplazada por la “inflación”, pero la “inseguridad” persiste.

Evidentemente cuando Capitanich recita la excusa de que la seguridad es responsabilidad de las Provincias, no sólo ignora la legislación vigente y la función que cumple el Ministerio de Seguridad de la Nación sino también la propia historia del gobierno kirchnerista.

Corría el 2004 y la sociedad recibió un duro golpe: el asesinato de un joven llamado Axel Blumberg que osó escapar de sus secuestradores. Como reacción imponente su padre, Juan Carlos Blumberg, encabezó una multitudinaria marcha de unas 150 mil personas al Congreso.

Ante ese cuadro y a poco de asumir, Néstor Kirchner intentó dar respuesta. Ordenó elaborar un programa y junto a su ministro de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos, Gustavo Beliz, lanzó el “Plan Estratégico de Justicia y Seguridad 2004-2007).

¿Quién decía esto al referirse a la inseguridad y el combate contra el delito?

“Tenemos que proceder, caiga quien caiga, limpiar la fuerza, premiar la honestidad y devolverle la confianza en las instituciones a la gente, esto hay que hacerlo sin ningún tipo de concesión. No hay salidas intermedias”.  Néstor Kirchner, el 1 de abril del 2004

El plan comprendía, entre sus puntos, la creación de una Agencia Federal de Investigaciones y Seguridad Interior. Un área de investigaciones criminales y un Cuerpo Nacional de Paz compuesto por 6 mil hombres de la Policía Federal, Gendarmería Nacional y Prefectura Naval Argentina.

¿Cuál era su rol? Agrupar y “coordinar todas las áreas de investigaciones de las fuerzas federales sobre el crimen organizado”. Con una “acción con sentido federal con todas las fuerzas provinciales del país”. En ese momento, la acción de la nueva fuerza estaba dirigida a combatir los desarmaderos, los secuestros extorsivos, así como los delitos relacionados con el lavado de dinero

El Plan, como el que aún esperan en vano cada día los ciudadanos, pero solo escuchan del gobierno nacional excusas, planteaba seis Capítulos. El primero sobre la nueva fuerza de seguridad y los siguientes sobre la Justicia, un reordenamiento general para hacerla mas eficiente contra el delito; participación y control ciudadano; un nuevo sistema Penitenciario; el financiamiento de los sistemas de seguridad y Justicia; equipamiento y nuevas tecnologías.

Asimismo, el objetivo era que los miembros de esta Agencia actuaran “como asistencia federal y policía de seguridad en las zonas más críticas, cuando su presencia sea requerida en el marco de la ley de seguridad interior”. La Ley de Seguridad interior, lo que Capitanich oculta.

Una marcha con incidentes contra la Legislatura porteña y polémicas declaraciones de Beliz sosteniendo que había “mafias enquistadas en la Side, la federal y la Justicia” –¿no era o es verdad?- provocaron que Kirchner le pidiera su renuncia y la de sus colaboradores. El Plan de seguridad terminó en un cesto de basura. Los efectos de la marcha de Blumberg se habían apaciguado. Ya no hacía falta continuar con el show de combatir al delito.

Lo cierto es que la legislación vigente, por mal que le pese a Capitanich, permite al gobierno de Cristina Fernández hacer algo por la inseguridad. Pero como no es una “obligación”, todo está supeditado a la “voluntad política”. Que evidentemente no la hay.

La Ley 24.059 de Seguridad Interior, modificada y actualizada varias veces desde el retorno de la Democracia, echa por tierra la argumentación diaria del Jefe de Gabinete.

En su artículo 1 es inobjetable. “La presente ley establece las bases jurídicas, orgánicas y funcionales del sistema de planificación, coordinación, control y apoyo del esfuerzo nacional de policía tendiente a garantizar la seguridad interior”.

En ese sentido, define seguridad interior “a la situación de hecho basada en el derecho en la cual se encuentran resguardadas la libertad, la vida y el patrimonio de los habitantes, sus derechos y garantías y la plena vigencia de las instituciones del sistema representativo, republicano y federal que establece la Constitución Nacional”. Totalmente ajustable a la situación de inseguridad actual.

Pero la norma avanza, en la responsabilidad del gobierno nacional de Cristina Fernández en el ejercicio de la seguridad de los habitantes. En su artículo 7, se declara que forman parte del sistema de seguridad interior: a) El Presidente de la Nación; b) Los gobernadores de las provincias que adhieran a la presente ley; c) El Congreso Nacional; d) Los ministros del Interior, de Defensa y de Justicia; e) La Policía Federal y las policías provinciales de aquellas provincias que adhieran a la presente: f) Gendarmería Nacional y Prefectura Naval Argentina.

En más de una oportunidad, el mismo día en que Capitanich decía que la seguridad es responsabilidad de las provincias, desde el Ministerio de Seguridad de la Nación, el Secretario Sergio Berni se pronunciaba sobre algun hecho de inseguridad o un episodio delictivo. Mas aún, al parecer, el Jefe de Gabinete desconoce la función del Ministerio de Seguridad, que figura a simple vista en su página en Internet.

“Entender en el ejercicio del poder de policía de seguridad interna y la dirección y coordinación de funciones y jurisdicciones de las fuerzas policiales y de seguridad nacionales (Policía Federal Argentina, Gendarmería Nacional, Prefectura Naval Argentina, Policía de Seguridad Aeroportuaria) y provinciales“.

¿Queda claro? Las policías provinciales forman parte del sistema de seguridad interior, a cargo de la Presidenta, que delega su responsabilidad en el ministro de Seguridad, Cecilia Rodríguez y su segundo, Sergio Berni.

Pero el peor de los interrogantes es ¿por qué ni Néstor Kirchner ni Cristina Fernández hicieron algo por la inseguridad en la última década, mas allá de paliativos? ¿Impericia, ignorancia, indiferencia?

Boudou: el caballo de Troya de la oposición

El apotegma asegura que “mientras mas tiempo permanezca Boudou en el gobierno, mas chances tiene la oposición de ganar las elecciones en 2015”.

La oposición al gobierno de Cristina Fernández compuesta por macristas, radicales, massistas, socialistas y la izquierda ha dado con el talón de Aquiles de la Casa Rosada: su vicepresidente.

Los dos procesamientos de Boudou –el primero por la causa Ciccone y el segundo, por documentación falsa de un vehículo de su propiedad, causa cuya raíz es un acto despecho de su ex esposa- lo convierten en el blanco fácil del antikirchnerismo en el comienzo de una larga campaña electoral hacia los comicios del próximo año.

Para colmo de males, todavía resta la mediatización de otra causa que es mucho mas palpable, pero también escandalosa para el público masivo como es la que pesa sobre Boudou por supuesto enriquecimiento ilícito. ¿Por qué es una causa masiva? Porque a medida que trascienda, se irán conociendo la cantidad de bienes que el vicepresidente tiene a su nombre o a nombre de terceros “asociados” a él, tanto en la Ciudad de Buenos Aires como en otros puntos del país y del exterior, pero en particular en su ciudad natal, Mar del Plata.

Dos mitos contribuyen a comprender conductas, actitudes del protagonista de esta trama, que deriva en una compleja situación política e institucional para el país.

En el primer mito hay testigos que dan cuenta de un personaje -nadie asegura que sea Boudou- que a poco de asumir en un importante organismo del Estado –tampoco podrían afirmar ciento por ciento que es el Anses- salió corriendo a una importante concesionaria de autos y motos – no hay documentación que avale que sea BMW- y allí adquirió en efectivo, portando un bolso repleto de dinero como el que utilizan los narcotraficantes en las películas norteamericanas, dos motos de alta cilindrada.

El segundo mito habla de un ex Presidente, con un marcado liderazgo peronista e impronta personalista. El dirigente sureño le escapaba a cualquier “inconveniente” con su esposa, también política, como le escapa a las peleas matrimoniales cualquier hombre casado durante mas de 20 años. El Presidente prefería mirar para otro lado antes que tener que lidiar con su cónyuge, también de carácter fuerte.
Lo cierto es que un hombre, miembro de la corte presidencial de aquél entonces, relata que en una oportunidad le hicieron llegar al Presidente una carpeta. Dentro, había papeles que confirmaban la existencia de cuentas bancarias, con abultados montos de dinero, a nombre del mismo hombrecillo sonriente que compró dos grandes motos. Entonces el Presidente, para no tener que discutir con su consorte, se limitó a decir: “Por ahora solo observémoslo, no tiene poder”.

Volviendo al caso del vicepresidente de la nación, es inminente que ocurra algo: o bien Boudou da un paso al costado a través de una licencia o directamente de su renuncia, o el peronismo y en particular los aspirantes presidenciales como Daniel Scioli y Florencio Randazzo, comenzarán a agitar las aguas del PJ.

Al margen de la poca “simpatía” que los dirigentes peronistas –no lo chicos de La Cámpora ni los ultrakirchneristas- le tienen a Boudou por sus orígenes pero también por considerarlo un “paracaidista”, ellos saben que con Amado en la foto de campaña, el único resultado posible para el 2015 es la derrota.

La semana pasada llamó la atención que Boudou presidiera la sesión en el Senado, convirtiéndose en carne de cañón de los legisladores opositores. Está claro que la decisión fue de Cristina Fernández. Pero la duda fluye: la Presidenta dio esa orden, ¿cómo un gesto de respaldo a Boudou o para ir preparando el camino y que el vicepresidente vea lo que le espera si no decide dar un paso al costado?

La Presidenta ha ido hasta las últimas consecuencias en muchas situaciones de gestión o de respaldo a funcionarios suyos y del ex mandatario Néstor Kirchner pero siempre, antes de estrellarse contra el muro, clavó los frenos y dio media vuelta. Por citar algunos casos, no dudó en devaluar el verano pasado; de retirar el pliego de César Milani; de avanzar en el acuerdo con Irán por el atentado contra la AMIA; o de soltarle la mano a Felisa Miceli, ex ministra de Economía de Kirchner.

Nadie podría dudar que Cristina Fernández sabe que Amado Boudou, el hombre que eligió ella para la vicepresidencia porque Néstor Kirchner lo hubiera resistido, tiene los días contados. No sólo porque su permanencia en el cargo beneficiará la campaña electoral de la oposición y perjudicará a los candidatos a presidente, gobernadores, diputados y senadores nacionales del peronismo. Sino porque su propio gobierno cerraría un ciclo manchado por la corrupción en lo mas alto del Poder Ejecutivo. Y nadie cree que Cristina quiera tirar todo –lo poco o lo mucho que hizo en 11 años- por la borda.