Por: Walter Schmidt
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner encontró una rara y peligrosa fórmula para mantener el poder en los 14 meses que le quedan de mandato. El complot interno con la ayuda de los Estados Unidos, mas la incertidumbre, parecen haber tranquilizado el temor de la mandataria de permanecer como una simple testigo la transición hacia el próximo gobierno, el de su sucesor.
El recurso del complot no es nuevo. Fue utilizado en forma recurrente por Néstor Kirchner y Cristina Fernández durante los 11 años de gobierno. Ocurrió en el conflicto con el campo, en el debate por la ley de Medios con el Grupo Clarín, con la figura de Eduardo Duhalde, con la Policía bonaerense por el aumento de hechos de inseguridad, pero de manera reiterada, cuando se presentaba algún escollo económico que el kirchnerismo no sabía enfrentar y terminaba culpando a los empresarios.
La teoría del complot con el apoyo de los Estados Unidos tampoco es de ahora. En junio de 2004, con poco mas de un año en el gobierno, cuando el entonces presidente Kirchner viajó a China para concretar –lo que obviamente nunca ocurrió- un préstamo multimillonario que permitiría a la Argentina terminar con su deuda externa, el santacruceño promovió desde Pekin un fuerte cruce con la Casa Blanca con el objetivo de desviar la atención de los medios. Así, el entonces canciller Rafael Bielsa tomó unos artículos de dos diarios que citaban a una “fuente” del gobierno norteamericano que se refería a la Argentina como “el patio trasero”, para armar un escándalo diplomático.
El concepto de “complot” responde a la necesidad permanente del kirchnerismo de buscar enemigos, si son más fuertes, mejor, para alimentar la batalla dialéctica “ellos” o “nosotros”. Fue una constante. Nunca se comprobó ni hubo resultado alguno de una investigación judicial que comprobara que algún sector planeó derribar o voltear al gobierno kirchnerista.
Nadie niega la impronta imperial de los Estados Unidos, pero hablar de Osama Bin Laden en la reciente Asamblea General de la ONU y 14 años después del atentado a las Torres Gemelas, o utilizar una supuesta amenaza a la Presidenta al 911 vinculada con el Grupo ISIS para denunciar que si llega a pasarle “algo”, los argentinos “miren hacia el norte” para hallar a los responsables, resulta cuando menos irresponsable o paralelo a la realidad.
Al complot la Presidenta le sumó la incertidumbre.
Cada día causa más sorpresa que miembros del gabinete nacional, renombrados empresarios, poderosos sindicalistas, experimentados legisladores y operadores políticas utilicen la misma respuesta cuando un periodista les consulta, en privado, qué hará el gobierno nacional con los bonistas, la inflación y la inseguridad de aquí a diciembre de 2015: “No sé”.
Como una regla no escrita, los gobiernos que atraviesan una delicada situación en el tramo final de su gestión, se cierran sobre sí mismos. Los interlocutores son menos, la mesa de decisiones mucho más chica y la desconfianza mayor. Así, Cristina Fernández se recluye con su hijo Máximo Kirchner, Carlos Zannini, Axel Kicillof y los pibes de La Cámpora. Nadie más.
Pero lo más grave para la confianza, credibilidad, previsión, certeza de un país, no sólo dirigida a sus habitantes sino a la comunidad internacional, los inversores, las PYMES y cualquier actor económico, es la incertidumbre. Para todos ellos, Cristina Fernández puede devaluar, hacer una reforma impositiva, echar al embajador interino de los EE.UU en el país, recomponer la relación con el mundo, acordar en paz con los bonistas, realizar un default general y una nueva reestructuración de la deuda, aplicar la Ley de Abastecimiento cerrando empresas, detener la inflación, llevar al país a un proceso hiperinflacionario, reformar la Constitución, generar una transición ordenada. Todo es capaz de hacer. Cualquier cosa puede hacer.
De manera voraz, el Poder Ejecutivo se ha convertido en un culto al personalismo y el fanatismo de ciertos funcionarios, como el ministro de Economía, Axel Kicillof que recientemente, durante su viaje a China, terminó hablándole de Mao Tse Tung al presidente del Banco Central chino.
La Argentina es caracterizada por los analistas como un país comprendido por un ciclo que alterna, cada determinado tiempo, bonanza con crisis. Es hora de que alguien rompa esa lógica y el país deje de pasar de un extremo a otro, y simplemente tenga una estabilidad perdurable.