Luis D’Elía y los difamadores seriales

Hace algunos días vi circulando en distintas páginas kirchneristas una foto que pretendía vincular a la diputada Patricia Bullrich con el ex asesor informático de Alberto Nisman, Diego Lagomarsino. Si bien la imagen era apócrifa, se viralizó rápidamente y recibí varios avisos de amigos y conocidos advirtiendo que se me estaba confundiendo con el colaborador del difunto fiscal. Lamentablemente mis advertencias a quienes posteaban el contenido mentiroso no fueron suficientes para que bajaran las publicaciones y las acusaciones se propagaron por la red más allá de su falsedad.

Algunos días después del inicio de la confusión un periodista amigo me llama avisándome que el piquetero Luis D´elía había utilizado la foto en cuestión para impulsar un ataque contra Patricia Bullrich. Para que la foto sea menos nítida el operador subió una versión fuera de foco para que no se note la mentira. Siendo que no es la primera vez que el operador kirchnerista sospechado de dirigir la embajada paralela con Irán difunde información errónea o falsa que me afecta de alguna manera. Esta vez decidí responderle y el intercambio tomó relevancia muy por encima de mis expectativas. Continuar leyendo

Los límites del multiculturalismo

El atentado a la revista Charlie Hebdo ha puesto en relieve algunos de los límites del multiculturalismo que hoy es, en general, el paradigma que gobierna la política interior de la mayoría de los países de Occidente. Esta visión enfocada en la diversidad busca reconocer la complejidad de las sociedad modernas donde no todos los ciudadanos pertenecen a una misma etnia o cultura, llegando en algunos casos a tener una población inferior al 50% perteneciente a la etnia “oficial”.

El multiculturalismo se ha visto en jaque por partida doble. En el frente interno el miedo producto de los atentados fortalece las posiciones xenófobas radicalizadas que buscan encontrar en el “diferente” un mal en sí mismo. Lamentablemente, en estos momentos de dolor la opinión pública es susceptible de ser manipulada en contra de los musulmanes, del Islam o de los árabes. Resulta triste pero necesario aclarar que los atentados son producto de un grupo de extremistas y no imputables a toda una religión.

Poder expresar ideas que ofendan a otros libremente es una conquista social, jurídica y cultural. Occidente ha librado una larga lucha contra la censura. Las bases del constitucionalismo republicano receptan la necesidad de poder expresar opiniones diferentes a fin de garantizar la libertad y el pleno ejercicio de la democracia. Eso incluye al derecho a ofender que, sin estar exento del deber de compensar al dañado, admite la posibilidad de que se realicen declaraciones sin tener que pedir permiso. Nuestra Constitución Nacional recepta esta idea en el artículo 14 que garantiza la libertad “de publicar sus ideas (…) sin censura previa”.

La historia está llena de casos de censura contra ideas que podían ofender. La obra “Lisístrata” de Aristófanes fue silenciada por promover un modelo de mujer “inapropiado” para su época y para la visión de varias personas en pleno Siglo XX. Poniendo un caso relacionado, es obligatorio recordar lo que le sucedió al escritor Salman Rushdie, quien fue perseguido y amenazado tras publicar su libro “Los versos satánicos”, produciendo que el ayatolá Jomeiní publicara una fatwa declarando que Rushdie debía ser asesinado por ofender a sus creencias sagradas.

Occidente es un complejo entramado de instituciones que permite contener una gran cantidad de contradicciones e ideas divergentes. El agravio, el exceso, el choque, son resueltos por nuestros sistemas normativos asignando “justicia” y evitando que la violencia escale a dimensiones privadas o al menos esa es su pretensión. A diario vemos que la pretensión de regular todo el conflicto resulta presuntuosa, la gente se mata por todo tipo de cuestiones pasionales y muchas discusiones terminan resolviéndose por “mano propia”. Cada uno de esos casos es una muestra de los límites de nuestra pretensión occidental de que las consecuencias de nuestros actos son conocidas o estimables. Y entonces llega ISIS a decir “no nos importa nada todo eso”, poniéndose por encima del entramado de confianza que nos da la paz cotidiana.

Hace poco el partido alemán liberal FDP postulaba en una publicación que su tarea era “reforzar la confianza del ser humano en sí mismo”. Y creo que es una de las definiciones más acertadas acerca de lo que entraña ser liberal: creer en el ser humano, en su capacidad y en sus elecciones. Eso nos lleva a comprometernos con la posibilidad de que cada individuo se desarrolle de la manera más plena posible en la búsqueda de su felicidad. Y creo que ante situaciones como esta es nuestro deber salir a reivindicar el derecho a expresar las ideas sin miedo y a dar la batalla contra todos aquellos que pretendan convertir el disenso en violencia. Las libertades que garantiza Occidente requiere, paradójicamente, su expansión o su blindaje. Hasta que logremos exitosamente alguna de las dos estamos expuestos a recibir golpes inesperados por nuestras ideas y declaraciones de parte de quienes operen por fuera de nuestras reglas de juego. Podemos elegir mirar para otro lado, pero tarde o temprano tendremos que atender al problema de los límites de Occidente.

¿Cuál será el saldo de estos atentados?

Para responder esta pregunta quisiera traer a colación algunas reflexiones vertidas en torno al caso Rushdie que podrían aplicarse con muy leves modificaciones al caso presente, esto decía un amigo del artista perseguido: “La fatwa creó un clima de terror y miedo. Los escritores tenían que pensarse dos veces lo que estaban haciendo. La libertad de expresión se convirtió de nuevo en un tema de debate cuando parecía algo ya totalmente superado. Los liberales tuvieron que dar un paso adelante para defender algo que por obvio y por supuesto ni se habían planteado con anterioridad. ¿Cómo les ha ido? Los ataques a Rushdie demostraron que las palabras pueden ser peligrosas. También demostraron que el pensamiento crítico es más importante que nunca, y que necesita ser protegido ante la blasfemia, la inmoralidad y el insulto. Pero la mayoría de la gente y de los escritores agachan la cabeza, prefieren tener una vida sin sobresaltos. No quieren una bomba en la puerta de su casa. Han sucumbido al terror”.

Más allá de las expresiones populares de repudio este tipo de hechos genera una consecuencia triste: la autocensura. El miedo sembrado en los corazones de quienes tienen una visión crítica genera nuevos costos psicológicos a la hora de expresar una idea. El terrorismo por este medio logra disciplinar a miles de personas matando a unos pocos. Nuestros mártires de la libertad deben ser honrados con el mayor homenaje de todos: no debemos tener miedo.

Otro caso de censura en la TV pública

A todo gobierno le molesta en mayor o menor medida la libertad de expresión. No es sólo un problema del kirchnerismo. La pretensión de ocultar los errores y minimizar los costos de las decisiones políticas afecta a todos por igual. Por suerte internet desde hace años viene dándonos la oportunidad de cuidarnos entre nosotros de la censura.

Recuerdo hace unos años haber escuchado la historia de Martha Payne, una nena de 9 años que sacaba fotos de la comida horrible que le daban en el colegio y las subía a su blog con algún comentario. Luego de que el blog adquiriera trascendencia mediática, las autoridades del colegio le avisaron a Martha que no podía seguir con dichos posteos. Tras un escándalo en las redes, del que participó hasta el renombrado chef Jamie Oliver, las autoridades se vieron forzadas a quitarle el castigo.

Es común escuchar a los kirchneristas afirmar que “nunca hubo más libertad de expresión” que en esta última década y otras tantas frases hechas que no se condicen con datos objetivos de la realidad. En este sentido por ejemplo la Fundación LED, liderada por Silvana Giudici, ha emitido múltiples informes acerca de los ataques a la pluralidad de voces que se vienen verificando en estos tiempos. Pero más allá de los datos estadísticos quiero traer a colación una experiencia personal que servirá de ejemplo.

El 6 de agosto pasado, en el marco de la campaña electoral legislativa, en la que oficiaba como candidato a diputado nacional por Compromiso Federal, fui invitado a debatir junto a otros candidatos -Gabriel Solano (Partido Obrero – FIT), Itai Hagman (Marea Popular) y Lucía Rojas (Frente para la Victoria)- en el programa “Una tarde cualquiera”.

Celebré la posibilidad de que, para variar, en la TV Pública estuviesen presentes diversas voces, aunque el resultado fue que el kirchnerismo quedó mal parado por la representación poco feliz de su candidata. Aún así, en el canal de Youtube de la TV Pública subieron la grabación del debate.

El miércoles 18 de septiembre recibí un mensaje en el que me preguntaron por los videos en cuestión. Al buscarlos en Youtube, dichos videos no aparecían. Recordé en ese momento que los había vinculado en mi blog. Para mi sorpresa, al intentar reproducirlos pude ver que sobre los títulos figuraba la leyenda “No Publicables” y que, al tratar de acceder a los videos por medio del link, la página informaba que los videos eran “privados”.

Tras un poco de revuelo en las redes sociales que implicó adhesiones por parte de Gabriel Solano y de Santiago Siri, candidato por el novel Partido de la Red, los videos fueron nuevamente librados al acceso público. ¿Por qué motivo un canal estatal que debe expresar la pluralidad de voces decide ocultar contenidos?

“La única verdad es la realidad” idea de Aristóteles que Perón repetía. Como ya sostuve en la nota sobre el programa 678, todo medio público puesto al servicio de un gobierno tiende a la corrupción. Lamentablemente la TV Pública lo ha demostrado una vez más. Para el kirchnerismo hay ciertas cosas que es mejor que se mantengan ocultas en privado lejos del público.