Eterna pobreza

Adam Dubove

El 25 de mayo de 2013 en el escenario montado para la exhibición de un recital pagado con dinero proveniente de impuestos, la presidenta Cristina Kirchner brindó un discurso en el cuál presentó “La Década Ganada”, un concepto para englobar todos los logros del kirchnerismo, según el propio gobierno.

Ese día se lanzó extraoficialmente la campaña electoral. En los sucesivos meses, el concepto de década ganada se iba a traducir en el constante recuerdo de que todas las “conquistas” como los planes asistencialistas, los planes de cooperativas de trabajo, el régimen jubilatorio estatal o las convenciones colectivas de trabajo, entre otras, corrían peligro de continuidad en caso de una derrota oficialista.

El tono amenazador de la campaña no fue suficiente para posicionar en primer lugar al intendente de  Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, candidato a diputado nacional en  la Provincia de Buenos Aires por el Frente para la Victoria, y mucho menos a Juan Cabandié y Daniel Filmus, los candidatos porteños. Los publicistas que definieron la campaña parecieron ignorar qué estaban diciendo los otros candidatos.

Los candidatos opositores se enfocaron principalmente en tres ejes: las cuestiones institucionales, la inflación, y la seguridad. Todos los programas anunciados por la campaña kirchnerista o bien fueron omitidos en sus críticas o hasta criticados por ser poco profundos. Incluso se llegó a debatir acerca de la autoría de uno de esos proyectos, luego adoptados por el oficialismo. Ninguno de ellos planteaba que el énfasis debía ser puesto en otro lado.

Las coincidencias entre oficialismo y oposición son más de las que parecen. Para todos los signos políticos el remedio frente a la pobreza es un rol activo del Estado dando una lucha sin cuartel. Sin importar que cuando se implementan estas políticas se está logrando el efecto contrario al deseado, se eterniza la pobreza.

Las falsas ilusiones que generan los políticos en cada elección tienen como causa la firme creencia de que es únicamente con la intervención del Estado que se va a reducir la pobreza y elevar los niveles de vida de la sociedad.

La historia de la pobreza es la casi historia de la humanidad”, escribió el periodista especializado en economía Henry Hazlitt, en un minucioso estudio del tema llamado La conquista de la pobreza. Durante los último doce milenios, los seres humanos se veían expuestos a hambrunas, enfermedades, plagas, pestes, epidemias, sequías, guerras, y la expectativa de vida a nivel mundial oscilaba entre los 25 y 40 años según la época. Así se vivió en el mundo la mayor parte de nuestra historia.

Recién en los últimos 250 años algo cambió. Un proceso de transformación político y económico, y las innovaciones tecnológicas de la época, hicieron posible una expansión  del capital disponible que permitió que hacia mediados del siglo XIX el mundo hubiera cambiado por completo. La población mundial se multiplicó por seis; el ingreso per cápita del mundo se multiplicó por diez, la expectativa de vida se duplicó en menos de 100 años, los salarios comenzaron a aumentar en términos reales como nunca antes, y las personas tuvieron acceso a un nivel de vida con el que los monarcas que habían reinado por Europa unos siglos antes ni siquiera podían soñar. La posibilidad de acceder o a medicamentos o a productos de higiene y de limpieza, impensados unos siglos antes, tuvieron como efecto que la gente dejara de morir por enfermedades fáciles de prevenir. ¿Qué sucedió en esos años? ¿Comenzaron a implementarse planes sociales como políticas de Estado? ¿Quién estuvo detrás de este crecimiento?

Para desgracia de los políticos, nadie. En la Revolución Industrial los héroes no fueron los políticos o generales de algún país o de un grupo revolucionario, los protagonistas fueron los individuos que sin ningún tipo de planificación centralizada estaban construyendo los cimientos del período, por lejos, más próspero de la historia de la humanidad.

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Población mundial (10.000 a.C. – 2011 d.C.)

No fue un rol activo del Estado lo que permitió la posibilidad de generar las condiciones para que más gente pueda sobrevivir y dejar de morir por causas que eran comunes antes debido a la falta de productos de higiene o sencillamente por la falta de comida. No fueron las decisiones del político de turno los responsables de generar una mejora en la vida de cientos de millones de personas en una parte del mundo.

Lamentablemente para nosotros, el primer paso que deberían dar los políticos para es generar las condiciones para poder crear riqueza. Algo que Juan Bautista Alberdi, autor intelectual de la Constitución Nacional comprendía muy bien cuando en su libro Sistema económico y rentístico se planteó y contestó la siguiente pregunta  “¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra.”

La falta de humildad es un defecto común a los políticos que desfilan por los medios con sus propuestas, todos ellos tienen la seguridad de tener la solución y de estar capacitados para controlar todas las variables y asegurar resultados positivos. Mientras persista esta actitud en el debate político, la posibilidad de ver un progreso en esta materia seguirá siendo inexistente.