Situaciones límite

Alberto Benegas Lynch (h)

En economía, ciencia política y en el territorio del derecho se conoce con el nombre de “life boats situations” a aquellas situaciones consideradas límite en cuanto a las relaciones humanas.

Por ejemplo, un naufragio propiamente dicho, donde se pierde la noción de casi todo. Cuando el dueño o quien al momento representa al propietario, en su caso el capitán o sus subordinados, declaran que deben subir a tal o cual bote los niños y las mujeres y, sin embargo, fulano o mengano atropellan a todos y se trepan con su familia a la embarcación sin reparo alguno. Se dice en las áreas de estudio mencionadas que naturalmente semejante situación no puede tomarse como guía de normas civilizadas, puesto que constituyen conductas descarriadas (por más comprensibles que resulten). Del mismo modo, en cuanto al combate a los terroristas, no puede tomarse como ejemplo de nada la declaración de un pariente de la víctima que sostiene que debe liquidarse al victimario sin juicio alguno.

Sin duda que las normas de convivencia deben sopesarse y meditarse en un clima de tranquilidad y objetividad fuera de situaciones límite.

Pero viene otro asunto de la mayor importancia estrechamente vinculado a lo que comentamos y son los “life boat situations, en otro plano de la vida social. Se trata de situaciones aparentemente excepcionales en las que supuestamente habría que proceder conforme a reglas diferentes a las habituales.

Por ejemplo, después de un terremoto de envergadura, gente que se queda sin lugar para vivir reclama que el aparato estatal controle los precios de los alquileres o de la compra de casas que han subido más o menos astronómicamente debido al sismo de marras. Se dice que esta es una situación fuera de lo normal y que, por tanto, deberían imponerse medidas también de carácter excepcional.

Pues bien, si se procede en esa dirección, ocurrirá que la demanda habitacional excederá la oferta debido a la destrucción del caso y, en segundo lugar, al colocarse los precios a niveles artificialmente bajos, la inversión será atraída hacia otros reglones cuando precisamente se necesitan estímulos para la construcción de viviendas.

Con mi familia vivimos un terremoto de grandes proporciones en Guatemala (7,8 en la escala Richter), caso en que la destrucción de viviendas fue devastadora. Hubo más de veinte mil muertos que, de más está decir, lamentablemente nada pudo hacerse al respecto. Afortunadamente, a pesar de insistentes consejos en otras direcciones, no se intervino en el mercado de viviendas, con lo que la reconstrucción fue relativamente rápida. Sin embargo, unos años antes, en Nicaragua, tuvo lugar también un sismo de similares proporciones, pero en ese caso el Gobierno decidió dejar el mercado abierto para habitaciones de lujo e intervenir en las más modestas (“para proteger a los pobres”). Esta política entonces hizo que la reparación fuera bastante veloz en el mercado de viviendas de alto precio, mientras que no sucedió lo mismo con las humildes, franja en la que la construcción se estancó junto a las mencionadas escaseces crecientes.

Es que el precio siempre limpia oferta y demanda. Si había mil viviendas antes del terremoto para mil familias y después del accidente geológico quedaron en pie cien, indefectiblemente habrá novecientas familias en la intemperie. Frente a esta emergencia hay dos caminos para transitar: controlar precios, con lo que irrumpirá el espejismo de la habitación barata, pero en la práctica, solo cien familias entran en cien casas y el resto se quedará con la ilusión. Pero lo realmente trascendente es que los precios achatados artificialmente no inducirán a la construcción para proceder en consecuencia, con lo que el drama se prolonga.

En cambio, si se dejan libres los precios, estos subirán sideralmente, lo cual resulta indispensable para acelerar al máximo la construcción. En cualquier caso debe tenerse muy presente que solo habrá cien viviendas inmediatamente después de la catástrofe, cualquiera sea la política que se adopte, pero, como queda expresado, en un caso se perpetúa y agrava el problema y en el otro se soluciona lo mejor posible dadas las circunstancias imperantes y al incrementarse la oferta los precios bajan.

Todo este cuadro de situación, en cualquiera de los ejemplos, no es para nada óbice al efecto de concretar actos de caridad por parte de aquellos que se preocupan de la tragedia. Pero para esto es indispensable recurrir a la primera persona del singular (“Put your money where your mouth is”) y no prenderse de un micrófono y usar la tercera persona del plural para coactivamente arrancarle el fruto del trabajo al vecino.

Y aquí viene un punto central en este análisis, las situaciones consideradas límite resulta que en último análisis no son tan límite. Por ejemplo, sabemos que hoy hay muchas personas en el continente africano que deben resignarse a la muerte de sus hijos porque no cuentan con los recursos suficientes para adquirir antibióticos. ¿Cuál es la solución? Si “por esta única vez” se implantan precios máximos a los productos farmacéuticos, sucederá lo que señalamos para la construcción: habrá filas de personas que pretenden comprar el medicamento, pero este no se encontrará disponible para la demanda inflada debido a precios artificialmente reducidos y, tal como apuntamos antes, lo más relevante es que las inversiones serán atraídas a otros reglones, con lo que en verdad se estará matando a más gente y extendiendo la situación límite a otros sectores.

Entonces, las situaciones límite resulta que son frecuentes y a veces diarias en distintas partes del mundo en muy diversos reglones. Recuerdo que cuando comenzó el transplante cardíaco realizado por un médico cirujano sudafricano, muchos se alarmaban por el volumen de sus honorarios, sin percatarse de que eso es exactamente lo que se necesita para atraer a futuros cirujanos a esa misma especialidad, de lo contrario, hubiera seguido en manos de uno o unos pocos médicos, lo que hubiera perjudicado severamente a pacientes que hubieran podido salvar sus vidas. Afortunadamente primó la cordura y no hubo intervención gubernamental “para beneficiar a los más necesitados”, un eslogan que usan demagogos para engatusar a los incautos.

Se repite en diversos foros que lo importante es tener en cuenta los intereses de la sociedad y que no prevalezcan los intereses personales del individuo, de lo contrario, se sigue diciendo, se abren las compuertas para situaciones límite que en definitiva perjudican a todos.

Este razonamiento adolece de varios defectos de cierta magnitud. En primer lugar, en una sociedad abierta no hay tal cosa como conflicto de intereses entre el conjunto y las partes puesto que la ventaja para el conjunto precisamente estriba en las ventajas de cada una de las partes. En otros términos, está en interés de la sociedad que sus componentes mejoren (es una forma de ilustrar la idea ya que, en rigor, no existen “los intereses de la sociedad” a menos que caigamos en un horrible antropomorfismo, puesto que la sociedad no existe fuera de los individuos que la componen, lo cual nada tiene que ver con que la cooperación social genera nuevas posibilidades y perspectivas, siempre se trata de relaciones interindividuales).

En segundo término, debe precisarse un concepto bifronte. Por un lado, no pueden concebirse acciones “desinteresadas”, todos actúan porque está en su interés hacerlo y, por otro, que cada cual pueda seguir sus proyectos de vida implica que cada uno debe respetar igual premisa en la vida del otro a los efectos de generar la necesaria e indispensable armonía. De este modo, no hay conflictos de intereses y el conjunto sale ganando siempre.

En este mismo contexto, se dice que en situaciones límite se muestra que la libertad tiene sus fronteras, pero es una forma falaz de presentar supuestas argumentaciones, ya que nadie en nombre de la libertad puede lesionar los derechos de otros. Hace algún tiempo, en otra columna periodística, hemos desarrollado extensamente este tema controvertido, por lo que no lo haremos en esta oportunidad, ahora solo reiteramos el primer párrafo apenas introductorio.

Conviene despejar ese mal entendido. Se ha dicho que la libertad de uno termina donde comienza la del otro. Esto, aunque expuesto con la mejor de las intenciones, puede prestarse a confusión, puesto que la libertad significa la de todos, lo cual naturalmente se traduce en el respeto recíproco. La invasión a las libertades de otros no es libertad, sino antilibertad, precisamente constituye un atropello a la libertad. No es que la libertad se extralimita, es que entra en la zona de la no libertad. Lo mismo va para el derecho, plano en el que se ha introducido la absurda teoría del abuso del derecho, una contradicción en los términos, puesto que una misma acción no puede ser conforme y contraria al derecho.

Por último, para consignar solo un ejemplo más, se mantiene que otra situación límite en la que deben dejarse de lado los principios económicos sería cuando en un lugar alejado los aparatos estatales deben ocuparse de establecer líneas férreas, conexiones de aviones y equivalentes para facilitar el acceso, aunque esos emprendimientos naturalmente arrojen quebrantos. Debe sin embargo comprenderse que las pérdidas las sufraga la comunidad, muy especialmente los más pobres, como consecuencia del derroche de capital y la menor inversión que repercute de modo muy contundente sobre las franjas de menores salarios, lo cual hace que se amplíen las zonas inviables porque la miseria se extiende a medida que se extienden las políticas antieconómicas. Todos provenimos de ancestros que vivían en “zonas inviables”, en cuevas miserables, sin caminos ni accesos. El progreso no consistió en destruir otras chozas, sino en el respeto recíproco. Las ciudades más prósperas del orbe no se construyeron con base en la rapiña. Como queda dicho, en la media en que las políticas se reviertan al saqueo las ciudades y los pueblos se empobrecen. Todo lo cual no es para nada incompatible con la caridad y la benevolencia entendidas en el contexto de la antedicha definición y no las actitudes hipócritas de quienes dicen estar afligidos por la condición de sus congéneres, pero, en lugar de proceder en consecuencia con sus recursos, prefieren echar el manotazo al bolsillo ajeno. Por otro lado, ya en otro trabajo me he referido al significado de la transición, que no constituye algo excepcional, sino que ocurre todos los días en la medida en que todos en sus respectivos trabajos proponen medidas para mejorar en las diferentes áreas, lo cual naturalmente reasigna recursos humanos y materiales constantemente.

En resumen, bajo la pantalla de las situaciones límite se adoptan medidas que, como decimos, terminan por ampliar las mismas situaciones límite que se desea paliar, ya que en economía no hay magias. Es indispensable entender que el aprovechamiento y no el despilfarro de los siempre escasos factores de producción constituye la solución, cosa que ha sido cierta desde que nuestros antepasados vivían en cuevas. Siempre la demagogia ha resultado una trampa fácil, pero que agrava la situación de los más necesitados, por lo que debemos ser cuidadosos si es que honestamente lo que más nos preocupan son los más débiles.