¿Le perdimos el miedo a la opo?

Alexander Martín Güvenel

Cuando los resultados de la pasada elección parecen haber sepultado el temor que, durante 10 años, tuvieron los ciudadanos de votar alternativas al kirchnerismo, vale la pena reconocer como parte de los éxitos del modelo en materia de comunicación la capacidad del oficialismo para lograr que muchísimos argentinos consideren todo lo hecho por sus antecesores en el poder como nefasto.

Fue realmente exitosa la demonización del pasado que vino haciendo el kirchnerismo desde el inicio de su gestión. La historia argentina en su versión virtuosa sería para ellos sintetizada en unos pocos personajes: Belgrano, Rosas, Irigoyen, Perón, Néstor Kirchner y su continuación, Cristina. Esto deja implícito un segundo mensaje: el kirchnerismo sintetizaría a quienes ellos consideran el mejor radicalismo y el mejor peronismo; sería algo así como la transversalidad concentrada en un matrimonio. Habría que recordar que el “razonamiento” que se impuso, sobre todo durante el primer lustro de los gobiernos kirchneristas, fue que de no acompañar el proyecto iban a volver la inflación descontrolada del radicalismo y la corrupción desbocada del menemismo entre otros flagelos. Paradójicamente, son éstas dos de las cuestiones que actualmente más se critican del gobierno; escupir al cielo, que le dicen.

El miedo, entendido como una emoción habitualmente desagradable provocada por un peligro real o supuesto, es muchas veces paralizante. Esto es lo que fomentó el kirchnerismo durante una década y lo hizo con argumentos similares a los de la campaña de Menem para su reelección en el año 95 y el denominado “voto cuota”. Es cierto que el kirchnerismo fue más allá al otorgarle cierta dosis épica al relato, pero lo subyacente fue siempre el miedo al cambio. Mucho ha influido en este temor la experiencia fallida de la Alianza. No hay mucho concienzudo material que analice el porqué del fracaso de ese gobierno que había levantado altas expectativas y el cual fracasó estrepitosamente. Habría entonces que recordar que el gobierno de Fernando De La Rúa tenía que modificar, aunque se negara a hacerlo, el régimen cambiario de la convertibilidad que ya ponía alertas rojas desde hacía tiempo, que la deuda se encontraba en niveles inmanejables y que el precio de la soja por aquellos años rondaba los U$D170 promedio contra los U$D450 aproximados de hoy, entre otras dificultades estructurales.

Estas cuestiones han cambiado significativamente y, entonces, ateniéndonos a esas diferencias que existen, sería importante que como sociedad terminemos de perderle el miedo a elegir oposición (la cual todavía genera dudas y resquemores a pesar del hastío por el gobierno mostrado en las recientes elecciones legislativas) y parte de esa superación puede venir de la mano de mirar hacia nuestros vecinos de la región. Vivir en la Argentina de la carencia de dólares, la inseguridad que mete miedo, el conflicto permanente, la inflación que carcome bolsillos y demás problemas cotidianos nos hace difícil tomar distancia crítica para contemplar lo que sucede en el contexto que nos rodea. Está bastante claro que desde hace años el mundo demanda los productos que la región produce basada en sus recursos naturales y que además está dispuesto a pagar precios elevados por ellos. Para Argentina será carne y soja como para Chile es el cobre y las uvas frescas, para Perú el oro, para Venezuela el petróleo, y para Colombia, el café. Como fuera, y pudiendo continuar con un ejemplo por cada país latinoamericano, la bonanza y los precios internacionales elevados resultaron bastante parejos para todos los países de la zona. En la mayoría de los casos, esto fue aprovechado para mantener controlada la inflación, bajar la pobreza, disponer mejoras en infraestructura, elevar los créditos a largo plazo para la vivienda, ampliar la gama de servicios en la economía acompañando ese crecimiento en el sector primario y fortaleciendo así a las empresas locales para mejorar su inserción internacional.

Previendo el clásico reproche que se nos hace a los “pregoneros de la primarización de la economía” quería hacer una acotación dirigida principalmente a los intelectuales de Carta Abierta: cuando piensan en un modelo de industrialización del país atrasan 60 años al menos; en la era postindustrial, los empleos de calidad, buenos salarios y cuidadosos con el medio ambiente están en otro lado, como por ejemplo en industrias tecnológicas, servicios de avanzada, conocimiento, educación, creatividad, etcétera. Para ser más concretos, no todo lo que hace ruido y saca humo por las chimeneas es lo que genera riqueza e incrementa el empleo.

En contraposición a este modelo virtuoso desarrollado por la mayoría de los países latinoamericanos están aquellos que, con la impronta populista a flor de piel, hicieron todo lo contrario; casos ejemplares, Argentina y Venezuela (sin olvidarnos de Bolivia, Ecuador y Nicaragua). Si bien ambos ciclos de gobierno, el chavismo en Venezuela y el kirchnerismo en la Argentina, redujeron los índices de pobreza, no recrearon las condiciones que les permitieran soñar firmemente con el desarrollo. En el caso de la Argentina inclusive habría que resaltar que la comparación por la que más apuesta el kirchnerismo pasa por el peor momento económico del país en su historia con lo cual dicho contraste se hace casi irrelevante en la actualidad.

Es importante señalar que, si bien la crisis mundial ha afectado bastante a nuestros potenciales demandantes, las circunstancias actuales siguen siendo favorables para el país y por eso debemos aprovechar el momento. Paradójicamente, el gobierno nacional, que sin dudas puede hacer gala de algunos logros puntuales, se empecina en llamar década ganada a una a la cual podemos llamar por contraposición, como muchos ya lo hacen, como “década desperdiciada”.

Sin dudas, el kirchnerismo se siente muy cómodo en la acción: proponiendo leyes, interviniendo mercados, innovando en materia financiera, manejando cada vez más sectores de la economía, etcétera. Aquello que no funciona bien según criterio del gobierno es intervenido y como consecuencia, al poco tiempo, funciona peor. Es casi una regla, sucede con las empresas estatizadas (Aerolíneas, Aysa, YPF y Fútbol Para Todos) como también con el mercado de la exportación (carnes, trigo) o el abastecimiento local.

Hubo que llegar al extremo de que los desbarajustes del gobierno golpeen directo a la cara para votar un cambio. Incluso el mayor ganador de las pasadas elecciones fue un ex jefe de gabinete de este gobierno que promete modificar las cosas que están mal y conservar las que están bien, con todo lo que esto NO significa. Siempre con las encuestas en la mano, el discurso de Sergio Massa fluctúa entre ser más o menos crítico del gobierno pero conservando siempre esa sensación de postkirchnerismo que al menos conserva parte del “modelo”. El temor al cambio de gobierno tiene mucho más de emocional que de racional. Siendo así, no quiero dejar de mencionar, evocando a Erich Fromm, el miedo a la libertad, un componente que si bien tiene matices muy diferentes respecto a la idea original del autor, creo que va a ser imprescindible tenerlo en cuenta para adentrarse en un proceso que nos permita recuperar iniciativa frente a un Estado que necesariamente va a tener que retirarse de algunas de las áreas que actualmente gestiona, y que ciertamente lo hace muy mal.

¿Qué podríamos exigirles nosotros como sociedad a los partidos de la oposición? Básicamente, que no intenten hacer reformas constitucionales, ni leyes inaplicables, ni acuerdos con países que apoyan el terrorismo, ni intenten controlar la justicia, ni propongan reformas agrarias que sólo hacen mermar la producción (tal como sucede hoy en Bolivia), ni traten de colonizar u hostigar a los medios de comunicación, ni propicien menjunjes cambiarios, ni utilicen los recursos del Estado como si fueran propios, ni agredan a quienes piensan diferente o proponen cambios, etcétera. ¿Es mucho? Tendrían que ser “normales”. En definitiva, no son tantas las malas políticas que se pueden aplicar para empeorar la calidad de vida de los ciudadanos, la mayoría de ellas están debidamente identificadas por cualquier analista serio y además, cada una fue celosamente ejecutada durante la década kirchnerista como para verse en ese espejo y tratar de no cometer los mismos errores.