Entendiendo a Cristina

Carla Carrizo

Serena. Fresca. Sagaz. Coloquial y divertida. ¿El regreso de Cristina hacia sí misma? Si el inicio del kirchnerismo sorprendió a todos con un revival setentista en un país donde el lenguaje militar se había sepultado con el Nunca Más, el cierre abandona el espejo retrovisor del peronismo fundacional –D’Elía offside- y nos convoca a la reconciliación nacional (Macri, CGT y, Zamora mediante, los radicales). En efecto, pétalos de rosas multicolores en lugar de descalificaciones fue el tributo de las tribunas kirchneristas a los sectores de la oposición desde los palcos del Congreso de la Nación el pasado 1º de marzo.

Tres reflexiones a propósito de que lo importante del discurso de la Presidenta no fue lo que dijo sino lo que sugirió.

Lo primero. El retorno al peronismo, que es lo mismo que decir el regreso a su posición de centro del espectro ideológico y su disposición a negociar desde ese lugar la sucesión presidencial: no defiende a Maduro; dice que no está bien protestar violando el derecho a circular y, en particular, atenderá a todos los que la quieran llamar.

Lo segundo. Las herramientas de negociación con la oposición para garantizar esa transición. La reforma al Poder Judicial, la reforma al Código Penal y Civil y el control de la comunicación en el marco del nuevo juego de incentivos que aporta la ley de medios. ¿Los sindicatos estarán incluidos?

Lo tercero. Lo que no dijo, o dijo al revés. No es verdad que todos estamos controlados por la Justicia y que nadie controla a la corporación judicial. La verdad es que la dirigencia política en la Argentina (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) controla todo lo que, en cambio, debiera poder controlar la ciudadanía. Pero no se trata sólo del Poder Judicial. Se trata además de la Presidencia como institución, que no es de la Presidenta. De la administración pública, que no es de los funcionarios. De los sindicatos, que no son de los sindicalistas. Del Congreso, que no es de los senadores ni de los diputados. Se trata de que a 30 años de democracia, el planteo no es, o no debería ser, “negociemos quien controla el patrimonialismo, porque el Estado y sus instituciones son de los dirigentes y militantes políticos”, sino precisamente al revés. Devolvamos las instituciones a los ciudadanos porque son sus bienes. Bienes públicos, no privados. Invitar a repartir el control es, sin duda, una forma de reconciliación pero seguro ninguna revolución.

¿Sin la épica del kirchernismo y con lo peor del peronismo? Eso es lo que el aroma de los pétalos de rosas no pudo ocultar. Algo huele mal en Dinamarca. Saberlo, sin embargo, no dependerá del gobierno ni de los sectores que disputan la continuidad del peronismo en el poder sino de la oposición. De la sagacidad y firmeza con que la oposición no peronista desee devolverle ciudadanía efectiva a la Argentina. Y, si cordial y divertida también, mejor aún.