Las consecuencias de salirse con la suya

Carlos Mira

Las declaraciones del titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, en el sentido de que la oficina de impuestos efectivamente está investigando al presidente de la Corte y a sus hijos, ha dejado inaugurado un nuevo tiempo en la Argentina.

No se trata, sin embargo, de una situación nueva ; lo nuevo es que lo que todo el mundo sabía que ocurría por debajo de la superficie, ha salido al aire libre. Se trata de la horrible comprobación de que el país vive bajo el dominio del temor.

Quienes cínicamente pretenden explicar esta situación echan mano del famoso silogismo “quien no tiene nada que esconder no tiene por qué tener miedo”. Pero esa perogrullada más que un silogismo es un sofisma, esto es, una falacia.

A la gente no le gusta tener que andar por la calle dando explicaciones por más que “no tenga nada que esconder”. Además quienes efectivamente sufran la persecución deberán enfrentarse a la pulsión del Estado que buscará probar con todo su poderío la culpabilidad del señalado. Frente a ese embate muchas veces no alcanza con “tener todo en orden”

El ex jefe de la bancada oficialista de diputados y actual ministro de Defensa, Agustín Rossi, salió a decir que veía como normal la investigación a Lorenzetti porque “todos somos iguales ante la ley”. Es caer nuevamente en la ciencia de los cínicos. Eso ya se sabe Rossi, pero, como dijo Orwell, parece que frente a la igualdad ante la ley hay algunos “mas iguales” que otros, porque da la enorme casualidad que la investigación al juez sucede justo cuando la Corte declaró inconstitucional una ley que el poder ejecutivo consideraba vital para su proyecto político. También Echegaray anotó algo verdadero pero que suena a cínico, dado el contexto. El titular de la AFIP dijo que la presentación de la Corte -pidiendo explicaciones sobre la investigación a uno de sus miembros- era “impropia”. Es verdad. Pero, de nuevo, la situación ocurre, sugestivamente, cuando el máximo tribunal dicta un fallo contrario a los intereses del gobierno. Se nota mucho…

La combinación del miedo y el cinismo no es, efectivamente, un combo interesante para vivir plácidamente y para que, quienes tienen la posibilidad física de invertir, lo hagan sin temor. Un país en el que estas prácticas comiencen a ser cotidianas y abiertas tendrá serios problemas para mantener vivo un organismo que -como todo organismo- necesita sangre o savia para vivir.

La sangre o la savia de un país son las inversiones. La circulación de ese capital es la que absorve el crecimiento vegetativo de la población y que permite mejorar el nivel de vida con el paso de las generaciones. Un país que corte la circulación de esos nutrientes se condenará a sí mismo a la inanición y a la miseria.

De modo que lo peor de las confesiones a las que venimos asistiendo (que el gobierno esta efectivamente dispuesto a gobernar por el terror) no es la desagradable comprobación de vivir con el corazón en la boca, sino que, nadie, con el corazón en la boca, estará dispuesto a poner un peso para generar trabajo.

¿Cuál puede ser la señal que el hombre común esté desentrañando, en este mismo instante, de lo que Echegaray confesó ayer? Pues muy sencillo: esa persona piensa que si eso le pasa al presidente de la Corte, nada mejor puede esperar para sí mismo.

Y no hay dudas de que pese a la declinación política del gobierno de la Sra. de Kirchner, su elenco conserva una enorme capacidad para meter miedo.

Una combinación de formas, herramientas, personajes y antecedentes llevan necesariamente a esa conclusión. Hay muchos personajes que efectivamente son “pesados” a la hora de infundir miedo. La Cámpora es una agrupación filoviolenta que no ha dudado en enviar a uno de sus emisarios a amenazar al juez Maqueda en plena calle. Moreno es ya hasta folcloricamente conocido por sus bravuconadas y por poner en vigencia un “orden juridico” verbal cuya sanciones no están escritas en ninguna parte y se parecen más a una extorsión que a una pena legal.

La propia presidente ha hecho gala del ejercicio de ese temor cínico cuando ha mencionado por nombre y apellido a ciudadanos privados en cadena nacional, dejando expuesta su situación impositiva y haciendo caso omiso de su obligación de respetar el secreto fiscal que tiene todo funcionario público.

Hasta el episodio aparentemente menor de la estatua de Colón sirve para seguir arrimando a la mente del hombre común la idea de la indefensión: ni una orden judicial expresa de no mover el monumento logró parar al gobierno, que lo desmontó de todos modos. “Colón”, piensa el ciudadano de a pie, “‘tenía todo en orden’ (como dice Agustín Rossi); una orden judicial lo defendía, y se lo llevaron puesto igual… ¿Qué me asegura que a mi no me pase lo mismo?”.

El mundo civilizado es la consecuencia del triunfo de la previsibilidad de la ley sobre la arbitrariedad discresional del Estado. Antes de que el orden jurídico del Estado de Derecho garantizara que a los ciudadanos no les ocurriría nada como consecuencia de las decisiones viscerales de un gobernante, esos ciudadanos vivían, efectivamente, bajo la espada de Damocles de ser un día “señalados”.

Ese simple hecho explica la miseria en la que el mundo se debatió 4000 años, antes de la llegada del imperio de la ley. Sólo el ambiente de tranquilidad que trajo el sistema de garantías individuales inventado por el liberalismo le permitió al mundo dejar atrás la oscuridad, las pestes y la enfermedad para embarcarse en 400 años de progreso.

La Argentina está invirtiendo ese camino. Por la vía de instaurar el gobierno del temor desalentará a todos aquellos con capacidad de multiplicar la riqueza y los expulsará de su territorio hacia otras tierras más seguras, condenando, con ello, a millones de argentinos a la miseria. Una consecuencia demasiado penosa pare el capricho inexplicable de salirse con la suya