Las confesiones de un rudimentario

Carlos Mira

No recuerdo si Jorge Asís tiene reservado un sobrenombre para Axel Kicillof en su popular sitio web, pero si no lo tuviera le sugeriría que usara “la lumbrera”. La estelar figura del marxista viceministro de economía no para de dar certezas sobre su precaria formación intelectual. Resulta francamente sorprendente que la UBA haya hecho egresar con medalla de oro a alguien que afirma tantos desatinos.

Días atrás, en 6,7, 8, Kicillof planteó que hay argentinos que desean que otros argentinos sigan siendo pobres. Nunca antes una estrella del gobierno de esta magnitud había sido tan frontalmente verídico en una afirmación. Lo que dijo el múltiple funcionario -y otrora encandilador del pensamiento presidencial- es, efectivamente, una de las verdades más claras que jamás haya dicho una figura del gobierno, si es que alguna vez, desde el gobierno, se ha dicho alguna verdad.

Kicillof insinuó que frente a la distribución del ingreso nacional lo que existe es una “batalla” entre los que ya tienen esa renta y los que no la tienen. Según “la lumbrera” los que la tienen no la quieren perder y los que no la tienen, la quieren; estando el gobierno, obviamente, del lado de éstos últimos.

Esta sola afirmación sirve para revelar una notable falla de formación de Kicillof y, al mismo tiempo, dejar claro que quien quiere que siga habiendo argentinos pobres es, justamente, el gobierno; porque será más fácil hacer de Júpiter un planeta habitable que sacar a un pobre de la pobreza con esas ideas.

De modo tal que vamos revelando interrogantes: efectivamente hay argentinos que desean que otros argentinos sigan en la pobreza. Pero esos no son los dueños de la renta, sino el gobierno, con “la lumbrera”, en primera fila.

¿Por qué, siguiendo los lineamientos de Kicillof, los argentinos pobres no saldrán de la pobreza? Muy sencillo: porque siguiendo esas políticas no se creará riqueza adicional que supere el crecimiento vegetativo de la población con lo que la “riqueza” tomará un formato estático frente al cual la única alternativa de adquirirla será el copamiento o el robo. Es la estupidez rudimentaria de la suma cero: no es posible lograr que todos tengan más; lo que unos ganan, otros lo pierden.

Es lógico que alguien formado en una ideología tan elemental y odiosa como el marxismo piense de esta forma. Por su innato escaso alcance, el marxismo nunca se planteó como posible generar más riqueza para todos, sin robarle nada a nadie. Por eso la arenga del Manifiesto comunista consiste en “ir a arrancarle la propiedad a la burguesía” (es decir, quitársela y, además, violentamente). En su pobre cosmovisión, Marx no concebía la idea de construir un sistema en donde todas las partes “ganaran” a la vez. Para él, necesariamente, si alguien no tenía renta, tenía que ir a “arrancársela” al que la tenía. Esa era la única manera de obtenerla.

Por supuesto la historia del mundo moderno se habría estancado con la foto de 1850 si la humanidad se hubiera guiado por estos principios. El mundo tenía, en 1850, 1.262 millones de habitantes. Si la riqueza fuera un quantum estático cuyas porciones sólo pudieran ser adquiridas por apoderamiento, la diferencia de población entre ese momento y hoy (el mundo tiene en 2013 aproximadamente 7000 millones de habitantes) sencillamente se habría muerto. Esa cantidad de gente (5738 millones) pudieron vivir (e incluso -en la mayoría de los casos- mejor que en 1850) gracias a que la economía liberal capitalista generó recursos que excedieron las necesidades de los seres humanos, haciendo que todos “ganaran” al mismo tiempo (en distintas proporciones, claro está, pero sí que todos recibieran el producido del crecimiento).

Es posible que “la lumbrera” diga lo que dice porque sigue aferrado al principio atávico del “igualitarismo” (según el cual el ingreso debe ser igual para todos) del que hasta el mismísimo Raúl Castro está pidiendo a gritos salir bajo el argumento de que se trata de una especie de peste que hace que “algunos no hagan nada, mientras otros trabajan duro” (Nota: recientemente Castro dijo “Cuba debe luchar para ser cada vez más una sociedad menos igualitaria, pero cada vez más justa”).

Pero que el señor de todos los sillones tenga un pensamiento arcaico no puede condenar a un país a seguir perdiendo las oportunidades que el mundo le ofrece. “La lucha por el ingreso” es un verso porque el ingreso puede aumentarse para todos, sin que ninguna lucha sea necesaria para ir a sacárselo al que ya lo tiene. La gracia es generar un sistema económico que produzca ingreso nuevo para los que no lo tienen, sin que ello implique ir a robarle nada a los que lo tienen. Y ese sistema, mi estimadísimo Kicillof, es el capitalismo, no el marxismo. Con el marxismo, el que demuestra querer que siga habiendo argentinos pobres es usted, no los “dueños de la renta”.

Veamos si no cómo le fue a la gente que tuvo la desgracia de que el marxismo le cayera en la cabeza. Fijémonos en la antigua URSS y en la Europa oriental y comunista. Fijémonos en Cuba, en Belarus o en Vietnam (antes de que se dieran cuenta de que haber matado a millones en nombre del marxismo había sido un tremendo error). Todos esos países daban lástima, Kicillof. Mientras EEUU y Europa occidental producían el más fenomenal desarrollo de la historia humana, los soviéticos no podían producir una docena de huevos en tiempo y forma; se morían literalmente de hambre, hasta que toda su alquimia voló por los aires, luego de 73 de yugo estúpido.

Sólo la envidia puede servir para interpretar el marxismo. Sólo alguien que no es que quiere tener más, sino que quiere tener más a fuerza de ir a sacárselo al otro (para que el otro tenga menos) puede ser marxista en el siglo XXI. De otro modo no es posible concebir cómo alguien puede seguir hablando seriamente de marxismo. Entonces, Kicillof, si su problema es que es un envidioso, dígalo. Pero no enmascare su odio detrás de teorías cuya tosquedad no puede ser disimulada por ninguna medalla.