Una ciudad con transporte inclusivo

Christian Joanidis

En este último tiempo de elecciones en la Ciudad de Buenos Aires las distintas fuerzas políticas, en un esfuerzo por llamar la atención de los votantes, se han volcado a hablar en muchos casos sobre el estado del transporte público en la ciudad. Me pareció una buena oportunidad para repasar cómo ha cambiado el transporte en estos últimos años y sobre todo, para entender qué es lo que queda por hacer, que es mucho.

El Gobierno de la Ciudad ha puesto como prioridad del sistema de transporte al peatón, es decir a aquel que no tiene auto. Esta es una política, un lineamiento general, que ha resultado ser prácticamente revolucionario en estas latitudes. Cuando todos creían, apegados a un concepto setentista, que la solución a todo eran más autopistas y más autos, nació una política a tono con el resto del mundo y con las últimas tendencias en urbanismo. Finalmente se reconoció lo obvio y se dio prioridad al transporte público y colectivo más allá del discurso.

En este sentido se han creado el metrobus y las bicisendas, ambos logros hoy reconocidos, con cierta desilusión, por todos aquellos que han sabido denostarlos en los primeros tiempos. Pero la realidad se impone y todos hemos visto los grandes beneficios de esas obras.

El imaginario colectivo suele poner en el subte todas sus esperanzas y cree que cada vez que se abre una nueva estación de subte hemos alcanzado un nuevo nivel de desarrollo en el transporte público. Lo cierto es que si bien el subte es una solución ideal, está lejos de ser la mejor solución. El crecimiento de la red de subtes es, en primer lugar, extremadamente costoso. Esto significa que crece, pero muy lentamente. No es una cuestión de voluntad, sino de “billetera”: ni la ciudad de Buenos Aires, ni ninguna otra en el mundo tienen el presupuesto para realizar un crecimiento explosivo de este medio de transporte, lo cual se traduce en la necesidad de alternativas más económicas y versátiles para resolver la cuestión del transporte público.

Por eso, cuando los opositores al gobierno actual hablan de “más subte”, no puedo evitar sentir cierto malestar, porque sé que su promesa es una mentira desde su propia concepción, huele a engaño, a palabra fácil para endulzar al imaginario popular: no nos olvidemos que las propuestas de los candidatos surgen de las encuestas que realizan y no de la sensatez de sus ideas. Incluso es posible que la mayor expansión del subte no sea viable, porque las nuevas lineas tendrían tan poco uso que serían eternamente deficitarias. Y todos sabemos que para sostener algo que da déficit, es necesario que todos paguemos más impuestos.

Asumiendo que el subte ha alcanzado ya su máxima expansión sólo quedar comenzar a diseñar soluciones intermedias, más económicas y que tengan una eficacia similar a la del subte. El caso del metrobus es paradigmático en este sentido. No le demos al gobierno de la ciudad más mérito del que corresponde: el metrobus es una solución ampliamente conocida que carece de originalidad, pero  ha sido el PRO el único que tuvo el coraje de correr a los autos para darle prioridad a los colectivos. 

Fueron ocho años en los que por primera vez se adoptaron medidas inclusivas, de esas que hacen que la ciudad la disfrute la mayoría, porque aunque sea obvio, es necesario recalcarlo: la mayoría nos movemos en transporte público y no en auto. En el pasado, los gobiernos que se pregonaban “de izquierda” o “progresistas” no se habían ocupado siquiera del transporte público. Tuvo que venir un gobierno “de derecha” para poner en práctica lo que los otros sólo dejaban en palabras: es que seguramente le tenían miedo al votante, que enojado votaría al otro partido porque no puede circular con el auto a sus anchas. Pero “la derecha” hizo lo que debía hacer “la izquierda”, demostrando una vez más que la realidad no tiene ideología y que la política se construye desde el hacer.

Sin embargo, así como admito el cambio, también tengo que ser honesto y declarar todo lo que falta por hacer. Los automóviles que circulan en la ciudad utilizan hoy una infraestructura que pagamos todos los porteños, cuando la lógica indica que es el automovilista el que debería pagalos. El estacionamiento en la calle es una de las muestras más evidente de cómo todos sacrificamos nuestra calidad de vida para que los automovilistas puedan dejar sus autos en la calle. Si todos esos metros cuadrados de espacio público dedicados a estacionar los utilizáramos para generar espacios verdes, la ciudad sería muy distinta.

Otra cuestión relevante es la completa peatonalización del casco histórico. Si bien se ha avanzado en este sentido, las calles “peatonales” son ocupadas por autos y no por peatones. En esto le ha faltado coraje al gobierno de la ciudad. Incluso podrían cerrarse todos los estacionamientos dentro del casco histórico, lo cual no sería tan oneroso como se cree, porque no es necesario siquiera expropiar ningún terreno.

Las restricciones a los autos liberarían espacio para el transporte público y los peatones, transformando la ciudad en una de las más verdes del mundo. A esto se debería sumar el metrobus sobre todas las avenidas de la ciudad y la construcción de “bicicalles” por donde sólo puedan circular bicicletas. Todo esto no sólo mejoraría el transporte público, sino también la calidad de vida de todos.

Entiendo que todas estas ideas pueden resultar absurdas para quien piensa desde una perspectiva tradicional, pero son el camino que hoy siguen cada vez más ciudades. Pero no pretendo ni de este gobierno ni del próximo cambios tan radicales, sólo aspiro a que se siga manteniendo esta política actual que se ha convertido ya en un camino claro y llano que recorre nuestra ciudad: en algún momento llegaremos a tener una Buenos Aires diseñada para el transporte público.