El kirchnerismo ya es pasado

Christian Joanidis

Fue un domingo que todavía me cuesta procesar. He visto a muchas personas de mi entorno que se han movido para fiscalizar. Fue algo histórico, por fin las personas empezaron a entender que el futuro depende de lo que cada uno de nosotros haga para crearlo y sostenerlo. Fiscalizaron y de esa forma se metieron en política. Estudiantes, profesores, gerentes, dueños de empresas, trabajadores, todos ellos se embarraron y salieron de su comodidad para trabajar por la república.

Fueron doce años de oscurantismo, doce años de destruir la embrionaria república que los argentinos habíamos construidos en democracia, doce años que nos enseñaron que la prepotencia y el sectarismo no pueden volver al poder. Así como los Gobiernos militares, con todo el dolor que trajeron al país, nos enseñaron involuntariamente la importancia de la democracia, el kirchnerismo nos enseñó la de la república. Fue seguramente un período doloroso, pero a la vez necesario para que los argentinos podamos hacer este aprendizaje.

No puedo disimular mi alegría. Desde hace ya bastante tiempo mis columnas giraron prácticamente en torno a un único tema: la necesidad de construir una república, dejando de lado todo lo que el kirchnerismo representa. Hoy puedo decir con tranquilidad que los argentinos ya tomamos la trascendente decisión de volver al camino de la república, ese camino que habíamos abandonado, tentados por una bonanza económica casi azarosa.

El cambio se sintió en todo el país. La provincia de Buenos por primera vez está haciendo un vuelco radical en su estructura: desaparecen algunos barones del conurbano para darle lugar a nuevos rostros que seguramente estarán más alineados con la república que con el sistema clientelista que hoy gobierna. Pero también fue derrotado un candidato que estaría fuertemente vinculado con el narcotráfico, lo que muestra el anhelo de la población por terminar con este problema delictivo que destruye a la sociedad.

En el interior se escucha el ruido de algunos históricos al caer: esa Argentina feudal a la que nos acostumbraron y de la cual creíamos que era imposible escapar, finalmente empezó a crujir. Ahora quienes se encuentran en el poder saben que no son eternos y que alinearse, reinventarse o pasarse de un lado a otro no funciona. Los argentinos demostramos que, como sucede en el resto del mundo, castigamos en las urnas a los Gobiernos corruptos y prepotentes.

Es el fin del kirchnerismo y el comienzo de la república. Finalmente la tranquilidad se impuso al terrible temor que sentía hace unos días: al temor de que por mucho tiempo más tengamos que vivir bajo este esquema de atropello constante, de división permanente y de autoritarismo creciente. Esta senda republicana recién comenzamos a transitarla, no está trazada, ni siquiera señalizada. Ahora necesitamos hacer un cambio cultural, volver a forjar entre todos las bases de una convivencia republicana y democrática. Pero este cambio no comienza en las altas esferas del poder, sino en cada uno de nosotros: es una cuestión actitudinal que cada argentino tiene que descubrir.

El kirchnerismo se va, ya no tiene cabida en el futuro: no sólo porque no gobernará, con el tiempo será sólo será una página oscura en los libros de historia de nuestro país. Pero entre todas las críticas tengo que reconocer que nos ha dejado sin quererlo un gran legado, grandes lecciones que hemos aprendido.

La primera lección es que nadie es invencible. No importa qué tan fuerte se crea un gobierno, no importa qué tanto poder concentre, no importa qué tanto esfuerzo y empeño ponga en callar a los que piensan distinto, puede ser derrotado. Allá lejos y hace tiempo el famoso 54% creó en todos nosotros la ilusión de que el kirchnerismo era invencible. Hoy lo sabemos: no lo es.

Hemos aprendido que sin república peligra todo lo que somos. El kirchnerismo quiso con sus políticas populistas hacernos olvidar que sin república no hay garantía de nada para nadie, que todo lo que somos, todo lo que tenemos se pone en peligro. La democracia por sí misma no es más que a la mayoría convalidando el atropello de los demás: y eso fue el kirchnerismo, una democracia sin república que se arrogó el derecho de despreciar y atacar a quienes no estaban en sus filas.

Y aunque no parezca evidente, también aprendimos que todos estamos involucrados en política. Independientemente de que no nos sintamos perfectamente identificados con un candidato, tenemos que estar presentes: es en esa arena en donde se definen las cuestiones que afectan directamente a nuestra vida. El ejército de fiscales que se autoconvocó en estas elecciones hizo posible que las urnas reflejaran el sentir del pueblo. Fue el compromiso de un país por la política lo que hizo posible este domingo republicano. El kirchnerismo logró algo inédito: finalmente los buenos se empezaron a meter, para que los malos no tengan más lugar.

Esto es sólo el comienzo, sobre lo que vendrá tendremos que seguir reflexionando. Pero hemos dado un primer paso y espero que en el ballotage terminemos de desterrar al kirchnerismo de nuestro país.