¿Cómo sigue esto?

No necesitamos saber cuántos grados hay para saber si hace frío o calor. Es una cuestión intuitiva. Acostumbrados a esperar mediciones duras y a basarnos en ellas, ignoramos muchas veces por completo nuestras sensaciones. Quienes estamos en el mundo de la gestión preferimos, y con razón, las mediciones concretas, pero hay momentos en que una sensación dice más que un número. Y el Gobierno, fiel a un estilo gerencial, evita prestar atención a las intuiciones.

Así que, como salgo a la calle y siento frío, también siento cierto cansancio con el Gobierno actual. Se respira en el aire, se escucha en cada comentario: la gente se está cansando. Es claro que la sensación se limita al ambiente en el que uno se mueve, pero casualmente ese ambiente, en mi caso, es el mismo que votó a este Gobierno.

Cada vez que un cartel desactualizado me recuerda a la dupla Daniel Scioli-Carlos Zannini respiro aliviado: estuvimos muy cerca del precipicio, pero nos detuvimos a tiempo. En aquella época en la que nos tocaba defender la República en las urnas, estábamos dispuestos a sacrificios, a cambios que nos resultaran incómodos, porque sólo queríamos que se terminara de una vez por todas esa década de degradación de las instituciones y de la libertad. Solucionado ese problema, ahora estamos poniendo los ojos en otro horizonte. Continuar leyendo

Del olvido no se vuelve

El kirchnerismo es el pasado. Y es justamente ese lugar, el pasado, del cual no se puede volver. Estuvieron en el poder durante doce años. Fueron una fuerza que se autofagocitó, porque lo cierto es que en las últimas elecciones no tuvieron candidato. Daniel Scioli, no importa qué tan sumiso se haya mostrado, nunca podría haber sido kirchnerista: le faltaba fanatismo e instinto suicida. Fueron doce años de hegemonía para desaparecer sin un continuador. Cristina Kirchner es la única, el alfa y el omega de toda la epopeya. El kirchnerismo es ella y nadie más. No se trata de un grupo de ideas, sino del culto a una persona.

Fueron doce años en los que creímos que la democracia y la república se iban a perder. La cordura de los argentinos interrumpió ese proceso absurdo en el que nos habíamos encerrado. Hoy esos doce años son para mí sólo un mal recuerdo. Se trata de un pasado del cual en el futuro nos avergonzaremos, un pasado que querremos dejar en el olvido. Lo que algunos quieren mostrar como una gesta heroica fue tan sólo el latrocinio mejor organizado de la historia argentina.

Pasaron casi cinco meses desde que cambió el Gobierno. El actual, con sus aciertos y sus desaciertos, exhibe una diferencia evidente con aquellos doce años absurdos. Hoy somos un país normal. No se trata de que me guste o no el actual Gobierno, se trata de entender que nuevamente la Argentina está en la senda de la cordura y que no importa quién esté o quién venga después, no volveremos a la locura de la década ganada. Continuar leyendo

El monopolio de la dignidad

Se suele identificar al peronismo con toda medida que tienda a beneficiar a quienes no están en una posición privilegiada. Y llegó a tanto ese sesgo obtuso que hasta Hugo Moyano dijo: “Macri se está peronizando”. Históricamente, el peronismo ha sido pionero en la Argentina en darle al trabajador una serie de derechos y hasta un lugar en la sociedad que nunca antes había tenido. Esto no significa que el peronismo tenga el monopolio de la dignidad, ni que tengamos que identificar como peronista a cualquiera que pugne por los derechos de los más débiles.

El kirchnerismo, que se decía peronista y tuvo en su interior durante mucho tiempo a quienes hoy se siguen llamando peronistas, implantó en la Argentina uno de los sistemas tributarios más regresivos. No sólo el impuesto a las ganancias, sino además el impuesto a los bienes personales y hasta la continuidad del IVA. En sí, no podemos decir que son impuestos regresivos, pero pasan a serlo cuando no se modifican los límites imponibles en un contexto inflacionario. A estos impuestos se sumó, obviamente, la inflación, que diluía el poder de compra de los menos favorecidos mientras beneficiaba a quienes podían invertir en bienes durables o en dólares. Evidentemente, de peronismo el kirchnerismo no tuvo nada. Continuar leyendo

El empleo estatal no es empleo genuino

Existe el mito popular de que el Estado tiene que darle trabajo a la gente: nada más alejado de la realidad que eso. El empleo estatal no es empleo genuino desde ningún punto de vista. Podrá ser un paliativo, podrá ser mejor que nada, incluso una solución transitoria, pero en la práctica todos quieren ser planta permanente.

Desde el punto de vista económico, el empleo estatal es el equivalente al del ama de casa en una familia. ¿Quién puede negar que el ama de casa contribuye al hogar? Nadie. El problema es que si en un hogar con seis personas tres estudian, dos se ocupan de la casa y uno sale a trabajar, las consecuencias son evidentes: la restricción presupuestaria se hará sentir. Todos hacen algo, todos contribuyen, no son vagos, pero lo cierto es que el aporte genuino viene del único que trabaja puertas afuera. Lo mismo sucede con el empleo estatal: no genera ingresos para nadie y se convierte indirectamente en un gasto para todos aquellos que no estamos en la función pública.

Esto significa que tiene que haber un equilibrio entre empleo público y empleo privado, porque llega un punto en que no importa qué tan útil pueda ser el aporte de las personas que trabajan en el Estado, lo cierto es que debemos generar lo que los argentinos necesitamos para vivir: y eso nunca vendrá del aparto estatal. El Estado no produce, sólo gasta. Esto no significa que tenga que desaparecer, pero tampoco puede crecer desmesuradamente y abarcarlo todo. Continuar leyendo

Cuatro años de desafíos

Este domingo triunfó la República, porque el PRO en estos momentos representa eso: un espacio que no sólo profesa los valores republicanos, sino que además los ha puesto en práctica. Tendrá aciertos y desaciertos, uno puede o no estar de acuerdo con cómo han hecho las cosas en la ciudad de Buenos Aires, pero nadie puede negar el carácter republicano que tiene el partido de Mauricio Macri cuando se lo compara con el kirchnerismo.

Los argentinos ahora podemos mirar hacia adelante con otra perspectiva, con otras expectativas, intentando olvidarnos de estos doce años de oscuridad para nuestra república. Y es en este plan que decidí escribir esta columna: dejando de lado el recuerdo del pasado, tomando las lecciones aprendidas y poniendo la mirada en el futuro. ¿Cuáles son hoy los desafíos más relevantes que tiene que enfrentar Mauricio Macri como presidente?

Es cierto que el kirchnerismo ha destruido todo y, por lo tanto, todo tiene que ser reconstruido. Sin embargo, existen algunas cuestiones clave que hay que atacar no sólo de inmediato, sino con una eficacia fuera de serie. Postergar estas cuestiones es llamarse al fracaso, es ignorar la realidad. Continuar leyendo

Sergio Massa: sólo palabras fuertes

Fue fortuito, alguien me recordó a Hamlet el otro día. Una conversación casual, una rememoración de aquella obra que leí hace ya muchos años y que hasta vi en el cine cuando se estrenó la adaptación de Kenneth Branagh. Ese personaje de Shakespeare siempre me resultó fascinante por la fuerza que tiene, por sus discursos maravillosos, intensos, llenos de palabras fuertes: Hamlet habla como un héroe. Pero en los hechos no hace nada. Toda la obra transcurre con sus maquinaciones y su combate retórico contra el asesino de su padre. Su misión es vengar a su progenitor asesinado, lo dice, pero demora la acción. Y cuando finalmente lo logra, cuando la venganza se concreta, termina, en su afán por lograr su objetivo, no sólo muerto, sino que entrega el reino que debía proteger al enemigo, lo deja indefenso y sin líder. Ha muerto el rey (el asesino de su padre), ha muerto incluso él mismo, triunfa el enemigo invasor.

En estas elecciones presidenciales estamos eligiendo entre dos proyectos de país completamente distintos: por un lado, tenemos al populismo y, por el otro, a la república. El primero no es más que una expresión moderada de autoritarismo y tiene muchos puntos de contacto con el concepto clásico de tiranía: la concentración de todas las facultades en una sola voluntad política y la representación de esa voluntad política que se plasma en el líder o tirano. La república, por el contrario, es la forma más avanzada de gobierno hasta el momento, en donde la división de poderes y la pluralidad de voces ejercen un control natural del sistema político, lo que reduce al mínimo las arbitrariedades y garantiza los derechos de los ciudadanos. Continuar leyendo

Ocultar la pobreza

Recientemente salió a la luz que el Instituto Nacional de Estadística y Censos demoró la salida de un índice de pobreza. A esta altura a nadie le puede sorprender eso, parece una maniobra más del kirchnerismo, que nos quiere convencer a fuerza de relato de que vivimos en un mundo feliz. Pero el relato se cruza con la realidad y todos sabemos que la pobreza aumentó en estos últimos años: Ya lo dicen las mediciones privadas.

Pero dejemos de lado la cuestión del relato y la indignación que nos provoca que nos quieran engañar, a las puertas del fin de ciclo se torna ya irrelevante. Hace cuatro años que no medimos la pobreza en nuestro país, pero en este caso no se trata sólo de un índice más, sino de un debate que los ciudadanos necesitamos tener para definir cómo concebimos a la Argentina. Parece exagerado pero no lo es, porque hablar de pobreza es hablar de casi todo a la vez.

El primer paso antes de comenzar cualquier medición es la definición de lo que se quiere medir. En el caso particular de la pobreza, tenemos que preguntarnos qué es ser pobre en la Argentina. De más está decir que las mediciones de ingresos son muy poco representativas, porque la pobreza no tiene que ver con un ingreso, sino con la forma en que uno vive, con el acceso a los servicios y el grado en que se respetan y garantizan los derechos de las personas. Pero este no es un debate meramente técnico, sino más bien todo lo contrario: Definir el límite por debajo del cual se encuentra la pobreza es reflexionar sobre qué cosas no estamos dispuestos a tolerar, qué cosas nos parecen lo suficientemente aberrantes como para trazar una línea a partir de la cual es inminente la intervención del Estado para poner algún remedio a la situación. Es una cuestión social, de proyecto de país y de sensibilidad de todos los argentinos. Continuar leyendo

Scioli en el teatro

No podría haber elegido un mejor lugar para presentar su plan de gobierno. Al mejor estilo de Hamlet, decidió mostrar toda la realidad del modelo en un escenario: toda la complejidad, toda la trama y las miserias de esta “década ganada” se vieron reflejadas en esta obra. Y todos los presentes supieron representar su papel. Hamlet quería combatir al rey, incomodarlo, Daniel Scioli, todo lo contrario.

El descastado finalmente se erigió en líder, tomó el papel. Pero no logra ser más que eso: un papel. Los mismos funcionarios que lo denostaron hoy están en primera fila, acostumbrándose a aplaudirlo, porque tienen la esperanza de perdurar como pieza fundamental del oficialismo por muchos años más. Puede ser muy difícil para todos ellos tener que salir a trabajar en serio. Y en esa gran representación tampoco faltaron las grandes palabras, apegadas a la tradición de la ficción, claro está. Un discurso inundado de imposibles, de enunciados que es muy fácil lanzar al aire, pero cuya concreción es casi inviable. Pero más absurdo es que quien con tanta convicción vocifera es el mismo que pasó ocho años de inacción en la provincia de Buenos Aires.

Pero, por otro lado, la palabra, sin que lo queramos, desnuda la realidad. Nadie asevera lo obvio, nadie se para frente a un grupo de personas para decirles con la mayor de las convicciones que la Tierra seguirá girando. Es lo obvio, es lo que esperamos. Pero Scioli dijo que la inflación será de un dígito: ¿Acaso hay inflación en la Argentina? El Instituto Nacional de Estadística y Censos y los funcionarios insisten en que no, pero el gobernador de la provincia de Buenos Aires en su puesta en escena nos habla de un país que tiene que bajar la inflación. Continuar leyendo

Hundidos en el presente

El problema que tenemos los argentinos es que estamos hundidos en el presente o en el corto plazo, que no es más que un presente extendido.

Los debates que se dan hoy en nuestra sociedad pasan por cuestiones económicas de corto plazo como el cepo al dólar y la devaluación. Incluso discutimos sobre cuestiones institucionales básicas, como la transparencia de los comicios. Llevamos más de treinta años de democracia, hemos celebrado nuestro bicentenario y nuestros debates continúan en la senda de lo embrionario, de aquello que los países más avanzados han definido y resuelto hace ya varios años.

Que estemos discutiendo sobre cómo hacer que las elecciones sean transparentes es un debate que nos regresa al momento en que se promulga la ley Sáenz Peña, más de cien años atrás. No digo que el debate no sea necesario, lo es, porque lo que pasó en Tucumán revela con contundencia que nuestro país es un gran reino lleno de feudos y eso se tiene que terminar. La Argentina, cien años después de que se declarara el voto secreto y obligatorio para romper con el régimen de fraude sistemático al que estaba sometida, se encuentra hoy nuevamente con barones del conurbano y gobernadores eternos. Continuar leyendo

Ni derecha, ni izquierda: república

La polarización de las cuestiones es algo natural. Comienzan a surgir en la sociedad las ideas y van decantando, lo que da como resultado que solo algunas de ellas se nos presenten como alternativas reales. Esto suele suceder prácticamente ante cualquier toma de decisión: se presenta un  problema, van sugiriendo soluciones y de todas estas sugerencias se selecciona una cantidad limitada de alternativas, que son las que en definitiva se van a analizar y entre las que se va a decidir. Es una cuestión de limitación humana: me cuesta imaginar a un grupo de gente eligiendo entre más de tres o cuatro alternativas reales.

Este mismo proceso se da a nivel nacional e incluso mundial. Después de la Primera Guerra Mundial todo el mundo se había polarizado en torno a dos opciones: capitalismo o comunismo. La derecha y la izquierda. Eran extremos nítidos: con solo escuchar hablar a alguien era muy fácil saber de qué lado estaba. Como siempre, había un enorme colorido entre una opción y otra, pero era innegable que esas dos eran las madres de todas las alternativas.

A veces nos cuesta dimensionar cuánto nos marcan, a todos, los hechos de la historia mundial. Los conceptos de izquierda y derecha han calado tan hondo que hoy, casi treinta años después de la caída del muro y el desguace del comunismo, esta polarización sigue vigente en los discursos. Muchos votantes rechazan a Mauricio Macri porque es de derecha y tienen afinidad con el Gobierno porque lo consideran de izquierda. Ambas afirmaciones no son más que la mezcla de nombres actuales con conceptos perimidos. Continuar leyendo