Sergio Massa: sólo palabras fuertes

Christian Joanidis

Fue fortuito, alguien me recordó a Hamlet el otro día. Una conversación casual, una rememoración de aquella obra que leí hace ya muchos años y que hasta vi en el cine cuando se estrenó la adaptación de Kenneth Branagh. Ese personaje de Shakespeare siempre me resultó fascinante por la fuerza que tiene, por sus discursos maravillosos, intensos, llenos de palabras fuertes: Hamlet habla como un héroe. Pero en los hechos no hace nada. Toda la obra transcurre con sus maquinaciones y su combate retórico contra el asesino de su padre. Su misión es vengar a su progenitor asesinado, lo dice, pero demora la acción. Y cuando finalmente lo logra, cuando la venganza se concreta, termina, en su afán por lograr su objetivo, no sólo muerto, sino que entrega el reino que debía proteger al enemigo, lo deja indefenso y sin líder. Ha muerto el rey (el asesino de su padre), ha muerto incluso él mismo, triunfa el enemigo invasor.

En estas elecciones presidenciales estamos eligiendo entre dos proyectos de país completamente distintos: por un lado, tenemos al populismo y, por el otro, a la república. El primero no es más que una expresión moderada de autoritarismo y tiene muchos puntos de contacto con el concepto clásico de tiranía: la concentración de todas las facultades en una sola voluntad política y la representación de esa voluntad política que se plasma en el líder o tirano. La república, por el contrario, es la forma más avanzada de gobierno hasta el momento, en donde la división de poderes y la pluralidad de voces ejercen un control natural del sistema político, lo que reduce al mínimo las arbitrariedades y garantiza los derechos de los ciudadanos.

Daniel Scioli, no es necesario aclararlo, es el continuador de un populismo que ya lleva doce años atacando las bases de la República Argentina y de muchos de los valores por los que tantas personas han luchado en el pasado. Todos los demás candidatos, sin entrar en detalles, representan a la república y el fin del populismo: gane quien gane en este caso comienza un nuevo ciclo político para la Argentina.

Se ha discutido mucho durante este último tiempo sobre el voto útil. El concepto es sencillo: si queremos que gane la república, entonces tenemos que votar por el opositor que más chances tenga de ganar. Es un voto racional que deja de lado toda entraña para poner el sufragio en aquel que al menos pueda abrir un poco el horizonte político. No esperamos que este sea el mejor candidato, ni siquiera que sea un buen candidato, sólo necesitamos que trabaje por la república.

Quien quiere tener un gesto de independencia y vota por un candidato que no tiene chances de ganar sólo está poniendo el Gobierno en manos del continuador del kirchnerismo. Toda decisión difícil y sensata se basa en sacrificar mucho de lo que sentimos y pensamos en pos de un beneficio que no nos termina de satisfacer, pero que es, mirándolo de forma realista, el mayor beneficio al que podemos acceder. Y hoy este beneficio es que la Argentina tenga un cambio orientado a la reconstrucción de la república.

Las encuestas son tendenciosas, se construyen sobre aspectos técnicos que muchas veces no son del todo precisos. Cuando estamos hablando de un tema de tanto interés como las elecciones nacionales, hasta es posible que los aspectos técnicos sean superados por la necesidad de inclinar la balanza hacia el mecenas detrás del sondeo. El único dato real que tenemos es el de las últimas elecciones y son las que colocan a Mauricio Macri en el segundo lugar, convirtiéndolo en la opción realista frente a la continuación del kirchnerismo. Esto no significa que sea el presidente que todos anhelamos, ni siquiera que va a ser un buen presidente. Su función será la de dejar atrás esta oscura “década ganada” para comenzar a trazar el camino de la reconstrucción de la república.

Sergio Massa, al igual que Hamlet, es un personaje de discursos contundentes, de palabras fuertes. Y así como nos pasa con Hamlet, también nos gusta lo que dice Sergio Massa: es muy difícil resistirse a la seducción de discursos impetuosos y enérgicos. Nos pasa como espectadores en Hamlet, nos pasa como votantes al escuchar a Sergio Massa decir que va a “meter a todos presos”. Nos hierve la sangre, nos sentimos movidos. Incluso me atrevo a decir que nos sentimos atrapados por el encanto del antihéroe, que es el héroe que en realidad no es tal. En cierta medida nos fascina que a pesar de que Massa vaya a perder, de que no tiene ninguna expectativa de salir segundo, siga hablando como habla, siga empujando como empuja. En esto también se parece mucho a Hamlet. Pero los dos sólo se quedan en las palabras, porque no tienen la posibilidad de ir más allá. Los dos se enfrascan en una batalla retórica que, contrario a su voluntad, termina drenando la fuerza de muchos de los que están a su alrededor. Los dos erosionan su entorno, desgastan a oponentes y aliados. Pero al igual que sucede en la ficción, es fácil darse cuenta de que ni Massa ni Hamlet van a pasar de la épica retórica, porque los hechos los superan enormemente. Votar a Massa es condenar a la Argentina al mismo destino al que condenó Hamlet a su reino. Massa no ganará, Macri no ganará y sólo habrá un vencedor. El kirchnerismo tendrá otro período más en el Gobierno. Hamlet, en su esfuerzo estéril por llevar las palabras a la realidad, condenó a su reino a caer en manos del enemigo. Massa está haciendo lo mismo.