¿Cómo surge el valor del dólar libre?

Daniel Sticco

Si la respuesta la da un funcionario del Gobierno, sea de Economía, el Banco Central o la Secretaría de Comercio, será: “No hay ninguna razón para analizar el mercado paralelo de cambios, son operaciones muy marginales y pequeñas que no hay que prestarle atención”.

Si la da un opositor dirá: “Es el punto de acuerdo entre oferta (vendedor) y demanda (comprador), a partir de la realidad de la inflación a ritmo de 25 a 30% al año, la expansión del gasto público y la falta de políticas que incentiven la inversión para mejorar la oferta de bienes en un régimen de libertad de precios”.

Inicialmente, puede aceptarse que las dos explicaciones tienen algo de razón, pero ninguna arriesga una respuesta convincente sobre cómo se determina el valor del dólar paralelo, libre o blue en la jerga financiera, o al menos un rango de referencia para comenzar a hablar.

Y la respuesta no parece difícil, más aún porque los insumos para determinar su cálculo lo aporta día a día -o, con más precisión, semana a semana, por el atraso habitual de las estadísticas monetarias- el Banco Central.

Si se divide los pasivos monetarios (cantidad de dinero en poder del público y bancos, otras obligaciones con entidades, más la diferencia entre depósitos y préstamos en dólares) por las reservas en divisas, y se les descuenta el efecto de los instrumentos de regulación monetaria y los encajes en dólares, surge que a fines de diciembre esa relación era de $7,51 por dólar y a fines de enero había trepado a 7,79 pesos.

Se trata de un simple cálculo de convertibilidad que los agentes económicos más avezados hacen a diario, pese a que ya pasaron 12 años de abandono de la política del cambio fijo y rige una flotación sucia del peso, por las regulaciones conjuntas de la AFIP y Banco Central, y el clásico enamoramiento de los funcionarios con una moneda artificialmente fuerte.

Por tanto no parece curioso que los valores que rigen en la plaza para el denominado dólar fuga o contado con liqui, que es el que surge de la relación de precios de acciones y bonos públicos que cotizan simultáneamente en los mercados de la Argentina (pesos) y de Nueva York (dólares), se ubique en torno a la cotización del dólar libre o paralelo que volvió a aparecer en la primera plana de las noticias.

De ahí que la única manera para bajar la cotización de ese rango que el Gobierno aplicó, como en los ’70 y ’80, son las intimidaciones a las casas de cambios y mayor presencia policial en las cercanías donde operan los “arbolitos”, pero nada más que eso.

Incluso -en la City se sabe, y eso se transmite a los periodistas- existen puntos de compra y venta de dólares al cambio libre a los que concurren allegados al Gobierno en los cuales se advirtió un repentino aumento de la oferta de billetes, para alejar el precio del dólar real del techo ahora psicológico de $8 que testeó sobre el fin de la semana última.

Esas maniobras ya se han utilizado en el pasado y, como es de prever, otra vez no tendrán más que un resultado efímero, como ahora se intenta con el congelamiento de los precios de los alimentos y algunos electrodomésticos por 60 días.

Muy lejos de las causas
Como es común en la larga historia inflacionaria y de desequilibrios fiscales que la originaron en la Argentina, y que se creía hasta hace unos años casi superada, los responsables de conducir la economía del país se muestran más memoriosos por aplicar recetas que actúan sobre las consecuencias más que sobre las causas de los ahora insostenibles desequilibrios monetarios, fiscales y cambiarios, con sus consecuentes efectos sobre la economía real.

Todos quieren ser invitados a la fiesta, pero muy pocos se ofrecen a pagarla, y peor aún, a volver al día a día del trabajo para poder cumplir sin sobresaltos los compromisos que se asumen.

La causa de la disparada del dólar libre muy lejos está de responder a un único movilizador, como la estacionalidad del turismo, o el ritmo de liquidación de las cosechas que se exportan, o el pago de vencimiento de deuda externa, o a pagos anticipados de importaciones, entre otros.

Es mucho más simple: está en la concurrencia de una política monetaria laxa, con una política de gasto público, en un escenario de precios administrados, ahora congelados, cepo a la competencia abierta de importaciones y veda al acceso al mercado internacional de capitales para poder sacar provecho de tasas de interés inusualmente bajas.

Ahora, con cinco años en que se fueron acumulando severos desequilibrios entre los precios de la economía, sea del dólar, los salarios, las tarifas de algunos servicios públicos, el mínimo no imponible de Ganancias, etc., la vuelta a la ortodoxia no parece sencilla, más aún en un Gobierno que lejos se muestra de generar consensos y sigue apelando a la confrontación y al poder de policía para hacerse respetar.

Esto es lo que comenzaron a mirar más detenidamente los agentes económicos desde los últimos días de 2012, cuando el Banco Central apareció inundando los mercados con pesos con nadie quería conservar. Ahora el proceso de absorción de pesos, inyectando títulos como las Lebac, Nobac, pases, no luce creíble, y por tanto se ha tornado ineficaz para desandar los pasos recientes.