La Argentina no es Finlandia

Edgardo Zablotsky

“Fue la lucha tu vida y tu elemento; la fatiga tu descanso y calma; la niñez tu ilusión y tu contento, la que al darle el saber le diste el alma”. El himno a Sarmiento, ¿en cuántas escuelas saben hoy los niños siquiera tararearlo?

Pero al fin y al cabo ¡qué importancia tiene!, si el gobierno de la provincia de Buenos Aires eligió justamente el 11 de septiembre para hacer pública una reforma educativa mediante la cual, por ejemplo, los alumnos podrían pasar de grado con materias sin aprobar. ¿Qué opinaría al respecto el ilustre sanjuanino? Probablemente, conociendo su carácter, lo mismo que al descubrir que el día de su fallecimiento no se dictan clases en las escuelas de nuestro país.

El ministro de Educación Alberto Sileoni defendió la reforma señalando que “las nuevas medidas escolares no implican un viva la pepa”, a lo que agregó: “En buena parte del mundo no hay repitencia en toda la educación y no es un viva la pepa”.

Por su parte Nora de Lucía, Directora General de Cultura y Educación bonaerense, expresó que la reforma tiene como objetivo “no excluir chicos del sistema, (…) priorizamos la educación, no la nota”. Y, al igual que Sileoni, se preocupó por aclarar que es un método que ya se utiliza en varios países. En ese sentido enfatizó que países con modelos exitosos en educación, como Finlandia, ya trabajan con “la aprobación o desaprobación de saberes” de manera más integral.

Pero es claro que la Argentina no es Finlandia. Veamos nuestras similitudes y diferencias.

A partir del ciclo lectivo 2013 ambos países tienen, formalmente, un calendario de clases idéntico: 190 días lectivos, el cual por supuesto se cumple en Finlandia pero no en nuestro país, en virtud de los usuales paros docentes. Por otra parte, como señalan las autoridades educativas argentinas, en Finlandia no hay repetición, lo cual ahora aparentemente la provincia de Buenos Aires ha decidido adoptar.

Aquí terminan las coincidencias, los resultados de los exámenes PISA así lo atestiguan. Desde que el examen comenzó a administrarse en el año 2000, Finlandia ha sido consistentemente uno de los países líderes mundiales en educación, mientras que el desempeño de la Argentina ha sido paupérrimo.

En Finlandia prácticamente el 100% de los alumnos que han finalizado la educación primaria concurren a la escuela secundaria, el 93% de ellos se gradúa y el 66% de dichos graduados prosiguen estudios universitarios; por lejos, la tasa más alta entre los países europeos. ¿Algún parecido con nuestra realidad?

¿Dónde se generan las diferencias? Para empezar, en Finlandia los maestros ganan un salario digno, similar al de cualquier otro graduado universitario, gozan de una gran reputación y son socialmente muy respetados. Buscar similitudes con la Argentina sería demasiado creativo, cualquier respeto social es una utopía.

Tampoco los requerimientos para ejercer la profesión son, ni cercanamente, similares. En nuestro país solamente el 20 % de los profesores de educación secundaria tiene formación universitaria y capacitación pedagógica. En Finlandia, para llegar a ser docente, aun a nivel primario, es necesario llevar a cabo estudios universitarios: tres años de Licenciatura y dos de Maestría. Para poder acceder a dicha educación se requiere un promedio en el colegio secundario de, por lo menos, nueve puntos y además superar un estricto proceso de admisión. En virtud de ello, en los últimos años, de 1.600 candidatos a cursar los estudios de profesorado tan sólo fueron admitidos el 10% de los postulantes.

En su autobiografía Nelson Mandela recordó: “Sólo la educación de las masas (…) podía liberar a mi pueblo. Sostenía que un hombre educado no podía ser oprimido porque era capaz de pensar por sí mismo”.

Es difícil imaginarnos en nuestra sociedad que una reforma como la anunciada ayude, en palabras de Mandela, a la educación de las masas. Es difícil imaginarnos que ayude a generar hombres y mujeres educadas, capaces de pensar por sí mismos y, por ende, libres de ser oprimidos por el gobernante de turno.