Cambiar con los pies en la tierra y la mirada en el futuro

Fernando H. Cardoso

Los sondeos de opinión indican que los electores están empezando a mostrar cansancio. Fatiga de material. Hace 12 años que Luiz Inácio Lula da Silva y la política del Partido de los Trabajadores (PT) imponen un estilo de gobernar y de comunicarse que, si bien tuvo éxito como propaganda, ahora está dando señales de fragilidad.

Toda la comunicación política se centralizó, se creó una red eficaz de difusión de versiones y difamaciones oficiales por todo el país, los asesores de comunicación y los blogueros distribuyen comunicados y materiales a granel (pagados por las arcas públicas y las empresas estatales) y se difundió el ”Brasil Maravilla’‘ que habría empezado en 2002. Pero ocurre que la realidad existe y que a veces se produce lo que los psicólogos llaman ”disonancia cognitiva’’.

Mientras los efectos de las políticas de distribución de ingresos (creadas por los miembros del Partido de la Social Democracia Brasileño, los tucanes) eran novedad y la situación fiscal permitía aumentos salariales sin acarrear consecuencias negativas en la economía, todo iba bien. El cántico de alabanzas de la propaganda encontraba ecos en la percepción de la población.

Desde las manifestaciones de junio del año pasado, que tomaron por sorpresa al gobierno, a la oposición y a la sociedad misma, se hizo ver que no todo estaba bien. La insatisfacción estaba en las calles, a despecho de las innegables mejoras en el consumo popular y algunos avances en el área social. Es que la propia dinámica de movilidad social y de la mejoría de la vida, y principalmente el aumento de información, generan nuevas disposiciones anímicas. La gente tiene otras aspiraciones y ve con ojos críticos lo que antes no percibía. Empieza a desear más calidad, más acceso a los bienes y servicios y menos desigualdades.

El detonante inmediato de la reacción popular fueron los gastos para la Copa Mundial de Fútbol de 2014, el aumento del precio del transporte, la ineficiencia, la carestía y la posible corrupción en las obras públicas. Al lado de eso, la pésima calidad del transporte urbano, de los servicios de salud, de educación, de seguridad, todo en conjunto. Nada es nuevo, y la reacción provocada por este malestar no se orientó, en un principio, contra un gobierno específico o contra un partido. Significó simplemente el rechazo de todo lo que es autoridad.

En la medida en que el gobierno reaccionó proponiendo ”pactos’’ que no se implementaron, y asumió su papel, la tonalidad política cambió un poco. Pero en los rescoldos de las protestas – y no olvidemos que éstas tienen causas – hubo más el surgimiento de una vaga aspiración al cambio que un movimiento político con conciencia de lo que quería cambiar.

Los dueños del poder y de la publicidad se dieron cuenta de la situación y se apresuraron a presentarse con máscaras nuevas. Solo que tal vez la población quiera elegir gente con mayor capacidad organizativa y técnica, que conozca los nudos que aprietan al país y sepa desatarlos. Esa será la batalla electoral del año en curso. La política del PT, solidaria con los convictos del escándalo de las ”mensualidades’’ a punto de hacer colectas para pagar las deudas de los condenados, pondrá en marcha a sus magos para decirles a los electores que es capaz de renovarse.

¿Y la oposición? Tendrá que desenmascarar con firmeza, simpleza y claridad cada truco del adversario y, principalmente, deberá mostrar un camino nuevo y convencer a los electores que sólo ella sabe recorrerlo.

Los errores de la maquinaria pública, su costo exorbitante, la incompetencia política y administrativa están dando un espectáculo día con día. Las fallas aparecen en las pequeñas cosas, como en la confusión suscitada a partir de una simple parada de la comitiva presidencial en Lisboa, y en las más graves, como el inexplicable sigilo de los gastos de la Tesorería para financiar obras en ”países amigos’‘.

Eso abrió el espacio para que, por ejemplo, el futuro candidato del PSDB dijera con sencillez: ”Es una pena que la principal obra de la presidenta Dilma Rousseff se haya construido en Cuba y no en el noreste, tan carente de infraestructura’’. Ya sé que hay razones estratégicas que motivan esas decisiones. Pero en el lenguaje de las elecciones, el pueblo simplemente quiere saber ”cuánto de lo mío se le dio al otro’’. Y de eso se trata: en quién va a confiar el elector para que sean atendidos sus intereses, sus valores y sus expectativas. De ahí que la oposición deberá concentrarse en lo que aborrece el pueblo en la vida cotidiana, sin desconocer los errores macroeconómicos, que no son pocos.

En cuanto a la inseguridad causada por la violencia y el bandidaje, es precisa reprimirla y le corresponde al PSDB presentar un plan bien fundamentado de construcción de penitenciarías modernas, incluso algunas en la forma de asociaciones entre el sector público y privado como se hizo en Minas Gerais. Es el momento para rehacer la ley de ejecuciones penales e incentivar las iniciativas para sacar de la cárcel a quienes ya cumplieron su condena, como por fin se está haciendo en Sao Paulo a las condenas en delegación, e incluso incentivar a los jueces para que apliquen penas alternativas.

¿No será posible, sin negar los posibles beneficios de más médicos, mostrar que no ha cambiado nada en la desatención, las filas en los hospitales, la demora en la atención de los enfermos? ¿Y que eso se debe a la incompetencia y a la penetración de los militantes partidistas en la maquinaria pública?

¿Por qué no mostrar que el festejado programa Mi Casa, Mi Vida tiene un desempeño malísimo cuando se trata de viviendas para la capa de trabajadores también pobres pero cuyos ingresos superan a los de los menos afortunados, teóricamente atendidos por el programa? Queda una enorme porción de la población trabajadora que no tiene acceso a casa propia y que tiene que pagar rentas exorbitantes.

Y eso por no hablar de un estilo de gobierno más simple, más honesto, que diga la verdad, que muestre los problemas y no se fíe del estilo ”Brasil Maravilla’’. De un gobierno más ahorrador de impuestos, reduciéndoselos a todos, no sólo para beneficiar a las empresas ”campeonas’’ o ”estratégicas’’.

La oposición necesita ser más específica y mostrar cómo reduciría los absurdos 39 ministerios, cómo eliminaría la inflación de funcionarios y fortalecería los criterios profesionales para los nombramientos. También llegó la hora de una reforma política y electoral. No se puede gobernar con 30 partidos, buena parte de los cuales no pasa de la leyenda de alquiler.

En resumen, es hora de cambiar y quien tiene la boca chueca por la pipa de connivencias con la corrupción, el desperdicio y la incompetencia administrativa, por más que haga mímica no será capaz de esa proeza. El pasado reciente tuvo sus virtudes pero se agotó. Construyamos un futuro de menos arrogancia, con realismo y competencia que nos lleve a días mejores.