El rompehielos freezado

Fernando Morales

Muy original es por cierto la historia que se inició en el atardecer del 20 de abril de 2007, momento en que el tranquilo y rutinario regreso expedicionario del rompehielos Almirante Irizar, se vio abruptamente abortado por un incendio fuera de control que obligó a su comandante a ordenar el abandono de la nave arrojando botes y balsas a las nada amigables aguas del Atlántico Sur y a unos 250 kmts de las costas de Puerto Madryn.

Todos recordamos las imágenes posteriores del capitán Tarapow solo en el puente de navegación, con el alto mando naval ordenando, pidiendo y hasta suplicando que se baje de una vez, por un lado, mientras que por otro los medios más sensacionalistas especulaban con las truculentas imágenes que obtendrían mostrando a un buque yéndose a pique mientras su capitán saludaba militarmente antes de desaparecer de la superficie.

Afortunadamente, antes de que el Papa fuera argentino, Dios ya lo era y la cosa no pasó a mayores. Los tripulantes y pasajeros del buque fueron rescatados a salvo. Tarapow no se inmoló y regresó con su buque remolcado a Puerto Belgrano, ingresando “victorioso” con prismáticos colgando de su cuello, uniforme de combate y gorra de gala. Todo muy pintoresco. Fue premiado por el Ministerio de Defensa, días antes de cambiar de rumbo  no me refiero al buque sino a su vida) e incursionar en la política de la mano “del Adolfo”, no siendo electo diputado por un pelito… y volviendo finalmente a la vida marinera pero en esta oportunidad revistando en la marina no militar.

Hasta allí muy bonito todo, la historia da para una película, que podría ser, según cómo se encare el relato, realizada por Martín Scorsese o Woody Allen.

Y ya que hablamos de cine, podríamos incluso vislumbrar no sólo un film sino -como se dice habitualmente- una zaga en varias entregas , ya que la historia del Irizar tiene más tela para cortar que una empresa textil.

Una vez amarrados los restos humeantes de nuestro único rompehielos en un muelle de la base naval de Puerto Belgrano, al mismo tiempo que sus planchas de acero naval se fueron enfriando comenzó a calentarse la situación del sostén logístico de nuestras bases antárticas (en las que entre otras cosas vive gente). Si algo bueno tenía la situación es que el barco venía de regreso, con lo cual todo lo relativo a la campaña estaba cumplido y de abril del 2007 a febrero del 2008 había tiempo para pensar algo.

Soberanía o dependencia

Una de las frases que quedaran en la memoria de marinos y allegados a las cuestiones húmedas es la frase con la que el capitán Tarapow le “entregó” la nave al por entonces jefe de la Armada almirante Godoy. “Rompehielos Almirante Irizar de regreso, señor almirante. 15% del buque dañado, 85% a salvo”. Lo que el comandante no tuvo en cuenta es que ese 15% en superficie dañada contenía el 90% del valor del barco.

Pesos más pesos menos, un barquito de segunda mano “patentado” alrededor de 2003 costaba un 100 millones de dólares (dólares verdes de esos con la cara del ex presidente de USA). El incendio había salido más caro de lo que se pensaba y las autoridades políticas del área de defensa se inclinaron por jugarse a la reparación y modernización de la nave en aguas del Río de la Plata apostando a transformar el percance en victoria.

Se hicieron las cuentas, se consideraron proyectos, se adjudicó la tarea al astillero Tandanor y con total precisión se dispuso que el 17 de octubre de 2011 el buque hiciera sus “pruebas de hielo” con Néstor y Cristina en el puente de mando. Todo perfecto.

Dentro de los costos de reparación se añadieron los correspondientes al alquiler de buques sustitutos para las campañas antárticas sucesivas a efectos de que no peligrara el abastecimiento a las bases y el relevo de sus dotaciones.

Esta tarea no es para nada sencilla; existe un periodo ventana durante el cual se puede acceder a las bases ya que la noche antártica y la cerrazón de los hielos suelen no respetar los tiempos de la política o la burocracia administrativa, por lo cual no se puede comparar el margen de error de una licitación pública para pintar el obelisco, con la asistencia a cientos de argentinos que hacen “Patria” en el continente blanco.

Deberíamos conceder la derecha a la idea de que una vez decidida la reparación y no la compra de una nave de reemplazo, la ejecución de la tarea en astilleros locales era auspiciosa, al menos la inversión del Estado quedaría en el país, generaría mano de obra, potenciaría la industria naval y pondría a punto al astillero estatal Tandanor en su rol de confiable ejecutor de tareas navales de gran envergadura.

El sueño de un 17 de octubre glorioso con la pareja presidencial a bordo no fue posible, no sólo por el fallecimiento anterior a esa fecha del ex presidente sino por los sucesivos atrasos que sufrió la obra. Tampoco fue posible hacerlo el 17 de octubre de 2012 y no lo será tampoco en octubre de 2013.

Incumplimientos, demoras, abandono de contratistas, tareas mal ejecutadas y que deben hacerse una y otra vez, denuncias cruzadas, informes y acusaciones de las autoridades de control del propio Estado Nacional y una larga lista de pendientes de resolución han hecho que a más de 6 años del accidente, se lleven gastados cientos de millones de pesos, se sigan alquilando buques de reemplazo (el último, a todas luces inepto para la tarea ) y que nos vayamos acercando a un nivel de gastos proyectados que bien podrían haber servido casi para comprar dos barcos en lugar de uno.

El Irizar es hoy una brasa tan caliente que podría cumplir su tarea no rompiendo el hielo con su proa , sino más bien derritiéndolo. Y el nivel de ineptitud demostrado en la ejecución de la tarea lleva necesariamente a repensar si la obra fue confiada a las manos adecuadas; las que por ahora ni siquiera son capaces de aventurar un pronóstico sobre su terminación.

Imagine el lector una noche fría y lluviosa; imagine ahora que está solo en una esquina esperando un colectivo que no llega. Imagine que tiene no sólo frío, sino hambre, sed y ganas de ver a su familia. Imagine que enciende su smartphone y se entera que hay paro de transportes y que el transporte que espera no llegará. Desesperante, ¿no?

Imagine ahora una noche más fría, más oscura y muchísimo más larga a miles de kilómetros del hogar, imagine a un militar o científico argentino en medio de la infinita extensión del continente blanco pensando en el momento del regreso a casa, mientras que entre la estática que se filtra en un receptor de radio escucha esta historia, ¿cuál sería la palabra para definir lo que sentirá esa gente?

Como dice una célebre pensadora latinoamericana, “lo dejo librado a su criterio”.