Entender el terrorismo fuera de la corrección política

George Chaya

Como es lógico, ante el desconocimiento las cosas parecen ponerse cada vez más difíciles para funcionarios, analistas políticos y periodistas occidentales frente a la creciente expansión del terrorismo, más aún cuando se trata de abordar y lidiar con algo que nunca han podido entender.

Días pasados, el primer ministro británico, David Cameron, pidió a los medios de comunicación ingleses no utilizar el término Estado Islámico para referirse al ISIS (conocido como Da’esh en árabe), porque según él, el Califato basado en Raqqa, Siria, no es islámico. En otras palabras, Cameron está erigiéndose como autoridad en cuanto a lo que es islámico y lo que no. Aplausos para Cameron y misericordia para su ignorancia.

En el otro extremo de estas declaraciones, el primer ministro francés, Manuel Valls, habla de “islamofascismo” y afirma que Occidente está ingresando en una “guerra de civilizaciones” con el islam. Pareciera que el primer ministro galo desconoce que no hay más que una sola civilización: la humana; lo otro, tal vez a lo que quiso referirse desde el grotesco de su declaración, debe ser puesto en el marco de una confrontación cultural, pero nunca civilizacional.

Cameron continúa la política de su antecesor, Tony Blair, quien declaró, luego de los ataques islamistas en Gran Bretaña, que: “aunque los ataques no tenían nada que ver con el islam, fueron cometidos por musulmanes” e invitó a “los líderes de la comunidad islámica” a Downing Street para discutir “qué hacer con esa situación”.

El primer ministro Valls, por su parte, parece olvidar que el islam, aunque engloba varios aspectos culturales, es una religión y no una civilización.

Si bien es importante comprender de qué estamos tratando, es aún más importante no malinterpretar el desafío para sortear el obstáculo de etiquetar el terror del estilo Da’esh como islámico. Lo concreto es que estas personas piensan que explicar algo que va en contra de la corrección política podría generar gritos de victimización sobre islamofobia, de allí que algunos funcionarios y comentaristas occidentales construyen su análisis en el aspecto sectario del fenómeno desde donde siempre es más fácil agradar y endulzar oídos. Así es que nos bombardean con seminarios, ensayos y discursos que tratan de explicar los horrores del ISIS y grupos similares como parte de una guerra sectaria en los feudos sunitas y chiítas que datan de hace quince siglos.

Sin embargo, el análisis de una guerra sectaria es improcedente y defectuoso. No hay duda de que gran parte de la violencia en el Medio Oriente de hoy tiene un aspecto sectario. Aun así, lo que tenemos no es una guerra de sectas islámicas, sino guerras entre grupos sectarios.

Nadie ha nombrado al ISIS como representante de todos los sunitas (que son el 85 % de los musulmanes de todo el mundo). Y, de hecho, hasta el momento ISIS ha masacrado a más sunitas que a miembros de cualquier otra secta o religión. El Califato ha decapitado a más de los suyos que al kuffar (infiel).

En el otro extremo del tablero, nadie ha nombrado a los mullah’s khomeinistas de Teherán como líderes de todos los chiítas. Y, el régimen khomeinista ha matado a muchos más chiítas que los miembros de cualquier otra secta o religión (según ONG de derechos humanos, el número de personas ejecutadas desde que Khomeini tomó el poder en Irán asciende a más de 150.000).

Igualmente absurdo es presentar a la comunidad alawita (o Nusayri) de Siria como una rama del chiismo, ninguna autoridad teológica chiíta ha hecho eso nunca. Incluso el régimen baasista del presidente Bashar Al-Assad nunca ha antepuesto credenciales religiosas, su ideología ha sido siempre secular y supuestamente socialista.

El respaldo de Irán en Yemen no se puede explicar en términos sectarios tampoco. Los huzíes pertenecen a la secta zaidí que, aunque originalmente fueron exportados de Irán a Yemen, nunca ha sido considerada como genuinamente chiita.

En cualquier caso, los huzíes, aunque representan una buena parte de la comunidad zaidí, no pueden equipararse con esa fe en su conjunto. El apoyo de Teherán para ellos está motivado políticamente, como lo es el caso de Assad en Siria y de Hezbollah en el Líbano (Días pasados veía un conocido presentador de internacionales -casi autoproclamado en experto- de un influyente canal de cable de Buenos Aires confundiendo zaydis con yazidis, insistiendo en que el expresidente de Yemen, Ali Abdulah Saleh es un yazidi.).

No hay duda de que las armas y el dinero de Teherán van a una serie de grupos chiítas, que incluye desde Hezbollah en Líbano hasta Hazaras en Afganistán. Sin embargo, también eso es compatible con algunos grupos sunitas, incluyendo al Hamas y la Yihad Islámica Palestina. Lo propio en Afganistán, donde Irán protegió y financió por años a Gulbuddin Hekmatyar -sunita del Hiz-al- Islam-, a pesar de que había masacrado a un gran número de chiitas afganos en los noventa.

Desde 2004, Teherán también ha mantenido contactos con los talibanes, un grupo terrorista afgano militante y declaradamente antichiita. Irán también está entrenando y armando a combatientes kurdos Peshmerga´s (casi todos ellos sunitas) para luchar contra el ISIS.

En el otro lado de la línea, varios adversarios del régimen iraní, entre ellos algunas potencias sunitas, han apoyado a los grupos chiítas contra el régimen en diferentes momentos. El dictador iraquí Saddam Hussein protegió, financió y armó los Muyahidines del Pueblo (chiitas) y en un momento los envió a luchar dentro mismo de Irán.

Con esto, espero ayudar a clarificar que no es suficiente ser chiíta de cualquier denominación. Si no se adora y se sigue al guía supremo, usted será considerado peor que un musulmán suní. En el otro extremo, ser un musulmán sunita no es suficiente garantía para vivir una vida razonablemente humana en zonas controladas por el ISIS si no promete fidelidad al Califato.

Lo que hacen los khomeinistas, los talibanes, Al-Qaeda, Hezbollah, ISIS, Boko Haram, Hizb-al-Islam y otros grupos terroristas es comercializar su discurso con una narrativa religiosa. Incluso pueden estar motivados sinceramente por las interpretaciones rivales del islam. Lo que no pueden reclamar es la representación exclusiva del islam como tal. Ellos son parte del islam, pero el islam no es solo de ellos.

Estos grupos son movimientos políticos que utilizan la violencia y el terror en la búsqueda de objetivos políticos. Pretenden hacer la guerra contra el “infiel” e incluso pueden ser sinuosamente sinceros en esa afirmación. Pero lo que ellos están librando, básicamente, es una guerra contra los propios musulmanes, independientemente de las escuelas teológicas o de las sectas.