Carta abierta a la Corte Suprema

Horacio Minotti

Vuestras Excelencias

De mi mayor consideración:

Tengo el agrado de dirigirme a Ustedes en virtud de las leyes que son de público conocimiento, y que devienen en un inexorable camino de extinción del Poder Judicial que VE encabezan. Me refiero, claro, a las reformas al Consejo de la Magistratura, las nuevas restricciones para solicitar medidas cautelares contra el Estado y la creación de Cámaras de Casación. Y lo hago de este modo, porque resulta también pública y notoria la constante y mordaz sospecha que se ha desatado sobre la eventualidad de un acuerdo entre VE y el Poder Ejecutivo, que derivó en algunas modificaciones puntuales en los proyectos, en aquellos puntos que rozaban directamente el presupuesto de la Corte Suprema de Justicia y cuestiones de superintendencia (administración). Lo que me preocupa gravemente, y percibo que a buena parte de la población, es que no hay acuerdo sin contraprestación. ¿Por qué un gobierno que se ha caracterizado por su obcecación e irrazonabilidad llevaría a cabo una modificación en un proyecto de su autoría que demora 15 días la sanción definitiva de un paquete de normas que impulsa con fiereza, si no va a obtener nada a cambio de ello?

Por otro lado, dicha sospecha no se desprende únicamente de los dichos de algún diputado opositor que ha hecho de la denuncia pública su modus operandi político. He escuchado con mis propios oídos en ámbitos privados, de la boca de magistrados y camaristas, palabras de indignación en elevado y no habitual tono, por lo que también esas voces consideran un acuerdo.

Comprenderá VE que así la esperanza de obtener Justicia, la confianza en que normas de abierta y flagrante inconstitucionalidad encontrarán su límite en esa Corte Suprema de Justicia, se debilitan, y genera en el cuerpo social un estado deliberativo poco saludable, que históricamente ha sido el antecedente de las peores desgracias en la Argentina.

Porque resultaría insólito convalidar que los consejeros jueces, por ejemplo, sean electos por los partidos políticos. Imagínense VE a un señor magistrado que se postula por un partido y que no consigue la convalidación popular para ser consejero, pero que queda expuesto en cuanto a su inclinación política. Imagínenselo tratando, luego de ello, de ejercer su cargo frente a un Consejo ampliado, controlado por las mayorías políticas que ganaron esa elección y que además poseen la capacidad de enviarlo a juicio político con solamente la mitad más uno de las voluntades. La independencia, el carácter, la esencia misma del Poder Judicial, deja de lado su misma razón de ser. Imagínense VE una Corte Suprema de Justicia avalando esto en virtud a un acuerdo presupuestario, y permítanse imaginar también el futuro de una Argentina, donde no sólo ya la clase política ha defraudado, las instituciones en general tambalean y se muestran poco confiables, sino donde además, el más alto tribunal del país pierde cualquier resto de confianza pública en base a un acuerdo de este tenor.

Saben bien Ustedes que, más allá de la articulación de un plexo normativo, un sistema jurídico e institucional se sostiene sobre la base de la confianza pública. En mayor o menor grado, todo orden social deviene de la convicción más o menos intensa, de buena parte del cuerpo del cuerpo social, de que determinados preceptos básicos deben ser obedecidos inevitablemente. Y piensen luego en una sociedad donde esto no es así, una que depositó la confianza en un cuerpo que pudo ser la última valla institucional a la imposición de una autocracia de hecho, y que cedió por propia voluntad.

De hecho, debo decirles a VE que se percibe después de los fuertes rumores de acuerdo cierto alto grado de desconcierto en los agentes sociales, porque el depósito de confianza en la Corte era intenso, constituía un descanso espiritual para la sociedad, que hoy empieza a perder esa única y última referencia.

Es menester agregar que todavía algunos mantenemos la esperanza en que esas denuncias y esas corrosivas sospechas sean sólo eso, sólo una mala percepción producto de la triste costumbre que se nos ha hecho adquirir a la fuerza, de ser defraudados. Y que sostenemos la fe en que el máximo tribunal de la República, que VE encarnan, haya sido objeto de sospechas y denuncias infundadas; que esa Corte Suprema de Justicia de la Nación juegue el rol que la historia le impone, que los libros de historia de nuestros nietos contengan, un párrafo al menos, para esta Corte. Y que este párrafo destaque su virtud y su templanza para aplicar la ley. Sería una desgracia para las instituciones y el futuro que ese párrafo corrobore las actuales sospechas, una mancha indeleble en el juicio de la historia.

Por eso, aun con la esperanza debilitada y a sabiendas de que el desafío es extraordinario, pero también que quienes ocupan sitiales de semejante responsabilidad no pueden ser personas entregadas a maniobras de politiquería ordinaria, me permito recostarme y abrazarme al último y debilitado hilo de confianza que aún mantengo y que se sostiene en ese cuarto piso del Palacio de Justicia que VE ocupan.

Los saludo con la más alta distinción.

HM