La Habana real

Iván García Quintero

Coqueta, a pesar del destrozo y la mugre. Arquitectura variada, portales lineales y altas columnas rematadas con figuras de yeso. Barrios con sabor propio. Atarés, El Pilar, Carraguao, La Víbora, Lawton, Sevillano, Mantilla, Párraga, Buena Vista, Pogolotti, San Leopoldo, Colón, Cayo Hueso, El Vedado o Miramar. Cada uno tiene sus contrastes.

Para un habanero auténtico no hay mejor equipo de pelota que Industriales. Ni malecón más espectacular. O una vista más hermosa desde el otro lado de la bahía.

El abandono y la desidia no han impedido que La Habana se una metrópolis única.

Es verdad que sus precios son del primer mundo y su infraestructura del cuarto. Salarios de miserias. Sitios devastados. Calles repletas de baches, por cuyas cañerías rotas se desperdicia el agua a raudales. Viviendas que piden a gritos una reparación general. Cines de barrio, donde por primera vez vimos a Charles Chaplin, hoy convertidos en almacenes estatales, parqueos de bicicletas o sitios donde las parejas practican el sexo entre los escombros.

En La Habana subterránea todos los días se reinventa una jerga incomprensible para el resto de los hispanos parlantes. Y por 2,50 cuc, en el mercado negro se resuelve una libra de carne de res. Camarones a 60 pesos. La Habana real, evidentemente, no es la que sale en los noticieros ni en los titulares de los medios oficiales.

La verdadera es la de la gente que vive del lucro y el invento. Donde los objetos nunca mueren. Como los viejos autos fabricados en Estados Unidos en las décadas 1940-50. Gracias al ingenio habanero siguen rodando. Un Chevrolet con motor de Hyundai sudcoreano, caja de velocidad alemana y bandas italianas de freno.

En las habitaciones de innumerables hogares continúan usando muebles de mediados del siglo XX pertenecientes nuestros padres y abuelos. Cunas, corrales y sillas infantiles se heredan de una generación a otra.

En La Habana no hay imposibles. Menos la nieve o un dinosaurio, todo se puede obtener por debajo de la mesa. Cocaína colombiana, pura o  adulterada. Marihuana sembrada en Guantánamo. Botellas de ron Santiago y Caney que salen por la puerta de atrás de la antigua fábrica Bacardí y se consiguen a mitad de precio. Celulares iPhone o Samsung Galaxy. Laptops y tabletas Apple. Televisores Sony de alta definición. Video juegos Xbox. Zapatillas Converse, Nike y New Balance. Jeans Guess y chaquetas de mezclilla Levi’s.

Pese al riguroso embargo, en algunos comercios por moneda dura, venden productos Made in USA, desde manzanas de California hasta Coca Cola. Todo eso y más, procedente de  gringolandia, se oferta a mejores precios en casas donde han montado suntuosas tiendas ilegales.

También en un solar de Jesús María usted puede adquirir leche en polvo importada de Brasil, a 40 pesos la libra. Jabones robados de Suchel. Jamón casero. Viagra. Vitamina C de una farmacia de Hialeah o dos tabletas de chocolate Hershey.

Los fines de semana, cuando cae la noche, son otras las ofertas. Discotecas de 10 cuc el cover con un reguetonero de moda. El Parque G, lugar habitual donde de emos, mikis, repas y roqueros. Discotembas a 2 cuc, donde entre cerveza Cristal y boleros, las mujeres y hombres de mediana pasan un rato de ocio. El Parque de la Calle G, lugar habitual de emos, mikis, repas y roqueros, es gratuito.

En los barrios marginales se localizan discos nocturnas. Afuera, con sus pelados exóticos, los jóvenes ocultan en la vegetación su  arsenal, compuesto por revólveres Colt de hace un siglo, pistolas domésticas, cuchillos, navajas de barberos y afilados punzones. No pocas veces las fiestas terminan con varios mutilados y algún muerto.

Si andas bien de dinero y con deseos de una noche movida, hay chicas para todos los gustos y precios. Despampanantes lesbianas a 25 pesos convertibles la pareja. Mulatas que cortan el aliento a 20. Rubias teñidas a 10. Adolescentes recién llegadas en tren desde Bayamo a 5.

En un trecho del malecón puedes ligar un homosexual. Y en una esquina de la Plaza Roja de La Víbora, una pasarela de travestis se prostituyen en moneda nacional.

La Habana no tiene rascacielos como Nueva York. Una Avenida Corrientes o una fuente Cibeles. Pero al contrario de Juárez o Caracas, aún se puede caminar por sus calles de madrugada. Tu vida no corre peligro si te topas con un ratero.

Dentro de 20 años, quizás, la capital de Cuba debe ser mucho mejor. Si los aires de democracia aterrizan por estos lares, y un proyecto inteligente la reanima, entonces tendremos La Habana que todos deseamos. Todavía debemos esperar.