Maestros, a las aulas

Luis Novaresio

El marco general hace que sea difícil decirlo. Pero los maestros deben volver a las aulas. Los de la provincia de Buenos Aires, los de Neuquén y todos los que han decidido en este país más días de paro que de clases en este año deben hacerlo.

Parece ofensivo reclamarlo, ante una dirigencia que se ha mostrado inútil para cumplir la más vapuleada consigna de campaña que es “mejorar la educación”, “invertir en la enseñanza” y, después de tanto tiempo de democracia en general y de estas gestiones en particular, les ofrece como todo esfuerzo 3500 pesos por mes a los herederos de Sarmiento. Y, encima, a pagar en cuotas hasta el 2014 que ni la Moreno Card se atreve a imaginar.

Resulta gravoso en un solo platillo de la balanza pedir que los maestros encuentren otro modo de protesta cuando todavía hay que escuchar a funcionarios de todo nivel (desde la Presidente hasta senadores y diputados que suelen cantar “combatiendo al capital”) que los docentes trabajan 4 horas y tienen 3 meses de vacaciones. Señores, a los que digan eso, ¡dan pena! Porque falsean la realidad con malicia o desconocimiento. Si es lo primero, semejante diatriba los califica a ustedes y no a los que enseñan. Si es por lo segundo, asómense a una escuela y vean que dar clases no es sólo estar 240 minutos diarios frente a 30 chicos sino, además, contenerlos, despiojarlos, saber si tienen familia y comen, protegerlos de la violencia de todos los días y un infinito número de etcéteras que no abarca descripción alguna.

Sin embargo, y a pesar de esto, es imprescindible que los docentes que enseñan en escuelas públicas de todo el país eviten proseguir con estas medidas de fuerza que, por dar un ejemplo, ha hecho que en provincias como el Neuquén haya habido más días de huelga que de actividad o que en Buenos Aires después de 6 jornadas de feriado santo vengan 3 de medida de fuerza.

No se puede defender la escuela pública demostrando que quien puede pagar un establecimiento privado tiene ventajas indescontables a la hora de aprender, formarse y saber. Un paro de 24 o 48 horas en una o dos semanas es un modo constitucional de llamar la atención. Un conflicto que amenaza con ser permanente y vacía las aulas es ser funcional al deterioro de aquella enseñanza pública impulsada durante muchos años por los que se llenan la boca hablando de educación y la condenan al peor reconocimiento social y económico. La Carpa Blanca de los 90 fue un incontestable modo de poner del mismo lado del mostrador a docentes, alumnos, padre y comunidad en general que con ciudadanos de a pie, artistas y dirigentes torció la voluntad neoliberal de entonces.

¿Y qué se propone? Nadie más creativo que un maestro que es capaz de hacer parir a un chico de 5 años el milagro de escribir su nombre. Imaginación que podría ir por proponer pagar los impuestos que no paran de subir (y sin espera) en las mismas cuotas que se ofrecen los aumentos salariales, demostrar con números que 300 pesos de incremento es lo que un senador provincial acusador de pocas horas de trabajo docente dispone diariamente como viático diario sin rendición de cuentas, etc., etc., etc.

No es bueno, en medio de este conflicto, jugar a lanzar consignas de maestros destituyentes porque se ve una pancarta que dice “fuera gobernador”. Ningún funcionario se golpeó el pecho cuando hace horas se proponía en plazas bajar cuadros de periodistas y escupirlos. Porque, con el mismo razonamiento, nadie creyó en la literalidad de la propuesta (¿no es cierto?). Tampoco ayuda jugar a la política desde un sector muy minoritario de algún gremio. Las internas son en agosto y las abiertas en octubre. Mucho peor e inadmisible es ver que bajo el lema de defender la enseñanza pública nacional y popular, las aulas sigan vacías.