Guillermo Moreno y la muerte cerebral

Luis Novaresio

¿Puede ser que Guillermo Moreno actúe como un obispo? ¿Hay similitudes entre el secretario de Comercio y monseñor Virginio Bressanelli? Quizá sea efecto de este (por momentos insoportable) tiempo político en donde todo es una guerra a matar o morir, en donde pensar y disentir es visto como gesto de traidores y  no embanderarse entre militantes autoritarios, conversos o visitadores de organismos de inteligencia es denostable. Pero los gestos de dos hombres públicos como los mencionados se mezclan. Casi, se parecen.

Guillermo Moreno chicanea a un periodista que “osa” preguntar por el dólar paralelo, blue o marginal recordándole que eso es ilegal. Y a las horas convoca a dos “cambistas” de la city para que bajen su precio a $6,50. Como nadie puede ser “un poco” virgennadie puede ser “un poquito” ilegal. O estás del lado de los que ya saben de qué se trata eso del sexo o todavía escribís a París. O estás de la vereda que no alumbra el Código Penal o merecés Caseros.

Ilegal a los $10. Ilegal a los $6,50, a estos expertos en alzar la mano para tapar el sol.  Pero, claro, el fin parece justificar los medios. Y si no, que vengan a explicarnos a los monotributistas o responsables inscriptos que pagamos todos los meses, que no vale la pena ser evasor y portador de bolsos negros de dinero no declarado con esta invitación con pompas de fiesta de 15 para incorporar al sistema productivo (sic) lo marginado hasta hora. ¡Gracias por tanto! ¡Gracias por el Cedin y el Bade!

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Marcelo Diez tiene 48 años y desde hace 18 se halla en estado vegetativo irreversible, tras un accidente de tránsito. Los primeros años, sus padres intentaron reanimarlo por todos los medios. Hicieron de su casa un hospital  para su rehabilitación y luego lo llevaron a la Fundación Favaloro,  a la Clínica Bazterrica y finalmente a ALPI. Nada se pudo hacer. Marcelo está en estado vegetativo definitivosituación irreversible de pérdida total de la conciencia en la que la precaria subsistencia sólo es posible por soportes vitales como el suministro de hidratación y alimentación artificial. Una sonda gástrica lo alimenta e hidrata. Él ni lo siente ni lo sabe. Su madre falleció en 2003; el padre, en 2008. Desde entonces, sus hermanas vienen reclamando que se les permita “dejarlo ir”.

Mientras Elaskar estacionaba su auto al lado del avión de Lázaro Báez y Fariña se arrepentía de haberse arrepentido, el obispo de los pagos de Marcelo llamaba a no cumplir la sentencia del superior Tribunal de Río Negro que decidió que retirarle la sonda a este joven era decisión íntima e indiscutible de sus hermanas. Que sólo ellas habían pasado por este trance y podían actuar. Monseñor Bressanelli dijo: “Entréguennos a Marcelo a nosotros. Lo podemos cuidar. Estamos frente al misterio de la vida de un hermano de la que no puede ser dueño ni administrador absoluto una tercera persona. Desde el punto de vista humano es una vida que hemos de respetar, cuidar y sostener hasta que su estado se revierta, como esperaban sus padres, o hasta que su curso se cierre naturalmente”.

Uno prefiere evitar consideraciones morales sobre un hombre tan encumbrado de la Iglesia, hoy renovada por la esperanza de un Papa que llama a estar cerca de los pobres o les pide a las monjas que sean madres amorosas de sus hermanos y no solteronas dedicadas a la crítica. Pero francamente que un discípulo del que llamó a evitar juzgar al prójimo haga pública una “chicana” a las hermanas que cuidaron 18 años (dice 18) de un hombre que tiene un coma irreversible, suena chocante. Quizá  autoritario. Que sea este mismo hombre que predica la resurrección del cuerpo y hoy se aferra dogmáticamente a la preservación de uno que ya no siente, es inexplicable.

No se puede, claro, terminar con la vida de manera artificialTampoco se debe prolongarla porque para la ciencia, no para los deseos, no es más vida. No se puede invocar un precepto moral para acompañar a alguien que sufre y sostenerlo al mismo tiempo para martirizar al que intenta que su familiar deje semejante padecimiento. El fin de creer en los milagros (al que nadie, ni los religiosos, están obligados a creer) no admite el medio de eternizar un sufrimiento degradante. Y hablo de la familia de Díaz porque Marcelo ya ni siquiera es dueño de sufrir humanamente.

El que actúa así luce como el dueño de la vara que determina hasta dónde llega la ilegalidad o lo que está bien, según su individual y egocéntrico parecer. Sin importar ni la ley ni el derecho de los otros. Para determinar si un poco de ilegalidad no está tan mal o un poco de padecimiento tampoco. Ninguno de estos dos hombres tiene el derecho a ser el fiel de ninguna balanza. Si lo hacen, trampean con gestos, caricaturescos en un caso y de efecto en el otro,  la libertad y los derechos ajenos. Aunque por quien lo haga (y sólo por uno de ellos) se sienta un especial respeto.