Mirar para cuidar: yo paso

Luis Novaresio

O es la década ganada o es el pasado. O es el apoyo progresista o es el golpismo. O es la hermosa juventud que no deja en la puerta los ideales o es el conservadurismo de las corporaciones hegemónicas que desestabilizan. En el medio, racional, nada. Ahora se agrega “Mirar y cuidar” o… vaya a saberse qué nuevo opuesto.

Nadie ha explicado hasta este momento qué será esto de desplegar por “todo el territorio” fuerzas políticas y juveniles para aplicar la campaña “Mirar para cuidar” anunciada ayer por la Presidente con el fin de combatir el alza de precios. De paso, ¿eso significa que se reconoce que hay inflación y mayor a la consignada por el Indec? ”Mirar qué: los precios; cuidar qué: los bolsillos”, agregó Cristina. Las dudas son muchas. Una cosa es segura:  es una nueva expresión del signo de estos diez años. Es la irreconciliable dogmatización impuesta deliberadamente por quienes son los inquilinos temporarios del poder de estar con ellos o en su contra. Si los 90 fueron la exaltación de la cultura de la frivolidad, esta parte de los 2000 es la consagración de la intolerancia.

No se puede imaginar, en serio, a delegaciones, conjuntos o brigadas de militantes juveniles recorriendo comercio por comercio, super chino o granja para saber a cuánto está la manteca o litro de leche fluida. Primero porque es materialmente imposible y porque no existen precios máximos o de referencia consignados (hasta ahora) por el gobierno. Y luego, porque si se pudiera y se encontrara un costo alto, no se imagina qué se haría. ¿Escracharlo? ¿Sancionarlo sin tener esa potestad? ¿Ponerle un sello con la leyenda “responsable” como en la triste historia nacional?

La culpa, en este juego disparatado de “buenos y malos”, es, como el infierno, siempre ajena. El gobierno puede decir que no aumentó ni precios ni impuestos un par de días después de haber subido las tarifas de Aerolíneas Argentinas (estatal), YPF (Estatal), el monotributo y el pago de autónomos, los precios de los micros de larga distancia (controlados por el Estado), etc., etc., etc. ¿Impuestos? El más generalizado y creciente es la inflación.

A uno se le ocurre que la raíz de este programa, que quizá (ojalá) quede en una expresión de deseos, es algo más profunda. Hace unos seis años, Cristina Fernández de Kirchner inauguraba el Congreso argentino de filosofía en San Juan y en su discurso de apertura se declaraba “absolutamente hegeliana”. Por esa misma época, un pensador notable de estos tiempos daba un curso todos los jueves a la noche en el auditorio del Club Armenio totalmente colmado sobre la “Filosofía y el barro de la historia”, que recorría, en ideas básicas, el pensamiento desde Descartes hasta nuestros días.

Allí, José Pablo Feinmann sintetizó para los que éramos (y somos) aprendices de la madre de todas las ciencias la dialéctica del amo y el esclavo del mismo Hegel. De esas conferencias nació un libro muy recomendable de historia de la filosofía y un programa de televisión que es siempre atractivo. Releo los apuntes tomados entonces y siento que la iniciativa de “Mirar y cuidar” lanzada ayer por la Presidente se explica mejor.

Feinmann enseñaba que el amo persigue dominar el deseo del esclavo. No se interesa por cosas materiales para poseer porque ellas, en sí, como objetos inanimados, son fácilmente accesibles a la hora de tenerlos (dominarlos) y generan una interminable carrera de frustraciones.  El amo desea el deseo de su par, de otro hombre. Conseguido, esclaviza al otro (que, de paso, sólo persigue aquellas cosas desechadas por él)  y lo reduce a la categoría de su esclavo. Claro que más tarde descubrirá la frustración final de dominar a alguien a quien ha cosificado. Pero aquí no viene al caso.

La presidente ha hecho un culto expreso de esta dialéctica. Su ambición de poder no se reduce al manejo de lo material (que no ha despreciado, por cierto) sino al dominio de los otros y sus deseos. No someterse a esa potestad es declarar abiertamente “una guerra” dialéctica que no admite armisticios o negociaciones. Todo o nada. Amo o esclavo. Los empresarios enemigos que aumentan precios. El Estado progresista que vela por nosotros. Ni un gris. El amo, no admite grises.

Mirar y cuidar se parece mucho a “vigilar y castigar”. Alguien tan afecto a las citas en sus discursos de atril como la Presidente debería recordar el emblemático texto de Michael Foucault que describía los métodos de dominaciones en instituciones como psiquiátricas o cárceles. Y si no, repasar el texto de su admirado José Pablo Feinmann. Allí se contaban las dedicaciones físicas e intelectuales para crear un sitio panóptico en donde los vigilados se sintieran irremediablemente custodiados y observados y los vigiladores cubiertos por barreras de cemento o de tecnología para no ser visibles en la tarea de gendarmes autoritarios.

Algunos creen que Mirar para cuidar es fruto de la variopinta creatividad de un secretario de Comercio. Otros nos inclinamos por releer con trabajo pero con atención a Hegel y a Foucault. Y, sin buen ánimo, repasamos las consecuencias históricas de esos pensamientos. Por eso es que se prefiere que, así, ni me miren ni me cuiden.