Racismo, injusticia y olvido

Omer Freixa

Si todo sigue su acostumbrado cauce, el próximo viernes 8 de abril se cumplirá un mes sin justicia desde la muerte del activista senegalés Massar Ba, quien fuera encontrado muy malherido en una esquina del barrio porteño de San Cristóbal la madrugada del lunes 7 de marzo y derivado al hospital Ramos Mejía, en el cual, a causa de las heridas y los traumatismos infringidos, falleció horas más tarde, con muy escasa repercusión mediática en las horas inmediatas, más allá de los anuncios en redes sociales de agrupaciones de activistas, militantes y de los pocos a quienes el caso conmoviera.

Massar Ba tuvo una carrera en el activismo desde temprano, a su ingreso al país, en 1995, como uno de los tantos inmigrantes subsaharianos llegados desde comienzos de los noventa al país, donde también formó una familia y tuvo varios empleos para sobrevivir. Convertido en un referente de los suyos, fue invitado a la televisión como representante de los manteros (principalmente de sus compatriotas) para denunciar los abusos que vivieron de parte de las fuerzas policiales, las que en varias ocasiones les quitaron sus productos y los arrestaron violentamente. Eso motivó, en agosto de 2015, una concurrida manifestación de los vendedores ambulantes frente al Congreso, representados por Ba. Se especula con que el grado de compromiso asumido por el senegalés pudo haber sido la causa de su muerte. Los allegados a él afirmaron que en los días previos a su muerte mantuvo una actitud huidiza, como consciente del peligro que lo acechaba.

A unas 72 horas de la muerte, el primer medio masivo argentino recogió la noticia en su portal web, cuando los primeros en hacerlo fueron agencias noticiosas senegalesas. Luego, la nueva comenzó a circular y al sábado 12 fueron ya más de tres medios argentinos los que informaban del caso. En la televisión, el único canal que le dio cobertura fue Crónica Tv, señal que entrevistó al presidente de la Asociación de Residentes Senegaleses en Argentina, organización que anunció que se presentaría como querellante en la causa y fue la primera en denunciar que esta estaba inmovilizada.

La consigna no es echar culpas sobre esta demora y pobreza informativa, sino analizar las causas de una muy pobre cobertura mediática. La víctima es negra (y de origen extranjero), lo que ayuda a pensar que el racismo mediático impera; si hubiera sido blanca, seguramente el trato hubiera sido muy diferente.

La invisibilidad de la cuestión afro en Argentina es un motivo fundamental del desinterés evidenciado. Existe un país que niega su negritud, aunque esté presente, ya sea por los recientes inmigrantes subsaharianos (quienes comenzaron a llegar a partir de la década de 1990, como Ba), los antiguos descendientes de esclavos de la época colonial, los sostenidos en el tiempo inmigrantes afroamericanos (principalmente de Brasil, Colombia y Uruguay), y también una considerable diáspora caboverdiana que llegó desde finales del siglo XIX junto al aluvión inmigratorio europeo y continuó haciéndolo desde la década de 1920 hasta la de 1970, si bien con oscilaciones y picos de intensidad. En conclusión, la presencia africana y afrodescendiente es sostenida en el tiempo en nuestro país. Si bien no es tan visible como en Brasil (donde la mitad de la población es afrodescendiente), no por ello es inexistente o, como erróneamente se supone, desaparecida.

A pesar del desinterés por la negritud local, el último censo nacional arrojó la presencia de casi 150 mil afrodescendientes reconocidos a sí mismos, pero las organizaciones estiman que podrían ser dos millones, cerca del 5% de la composición demográfica de la República Argentina. Aunque haya un desinterés generalizado, la llegada de la última camada inmigratoria afro reavivó en cierta forma la motivación por indagar en el pasado negro de la patria. Pero el término ‘negro’ lamentablemente conlleva una carga negativa; hoy se ha convertido en un insulto clasista y cultural para denominar a los sectores populares, los marginales, los mestizos, en buena parte inmigrantes de países limítrofes y también los africanos producto de la diáspora mencionada. Incluso quien no es fenotípicamente negro podría ser catalogado así. Pero si se piensa en alguien de color negro, el razonamiento automático es que no podría ser argentino.

Es una afrenta a la humanidad, pero especialmente una ofensa para los afrodescendientes que llevan generaciones viviendo en el país y son argentinos, aunque el sentido común lo niegue. Llevado al extremo, a una reconocida activista afroargentina en 2002 le negaron la salida del país porque desde el control migratorio no podían entender que su pasaporte fuese argentino si ella no era blanca. No fue el único episodio de esta naturaleza.

 

Violencia y orden simbólico

La violencia simbólica es tan fuerte como la física. Creer que en Argentina los afros desaparecieron es el triunfo del orden simbólico de un Estado que construyó su memoria aniquilando discursivamente a los otros, negando rotundamente parte de componentes identitarios. Pero el Estado también atacó materialmente. El 5 de abril se cumplen 20 años (también sin justicia) del asesinato, producto de la brutalidad policial, de un afrouruguayo detenido en una comisaría por defender a dos afrobrasileños. Se trata de José Delfín Acosta Martínez, un estudioso de la cultura afro que residía en la ciudad de Buenos Aires. La Reina del Plata (denominación que hace honor a su pretendida carencia de negritud) fue testigo de varios episodios de violencia contra personas de origen africano. Una compatriota de Ba, vendedora ambulante que apenas había desembarcado en el país, recibió una golpiza por parte de un encargado de edificio en la zona de Once en julio de 2014, mientras que tres años antes otro senegalés fue asesinado en el puente La Noria, una noticia que pasó desapercibida por el mismo motivo que la de Ba.

El caso, acaecido el 7 de marzo, convocó a una marcha en protesta contra la impunidad el 21 de marzo, Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, hacia la fiscalía que tomó intervención en la investigación, para reclamar justicia. La búsqueda de la erradicación de la discriminación racial es un anhelo universal, un desafío complejo, cuando un orden simbólico a nivel planetario reproduce estereotipos negativos sobre lo africano y el diccionario asocia lo negro con ideas funestas, como tragedia, duelo, mala suerte. Es la carga de siglos de historia, cuando el africano resultó esclavizado en la trata atlántica, uno de los peores delitos de la historia universal. Quienes se oponen a utilizar ‘negro’ para hablar de africanos lo hacen porque esa categoría fue una imposición colonial para reducir a seres humanos a mercancías. Entonces, Argentina, como parte de un antiguo orden colonial, es un microcosmos que reproduce la pauta racista a nivel global de desprecio e inferioridad hacia ciertos individuos condenados por la modernidad.

Mientras tanto, la causa Massar Ba espera su resolución y justicia. Resta aprender sobre diversidad, respeto y convivencia.