Burroughs para todos y todas

Pablo Mancini

William S. Burroughs cumpliría hoy 99 años, pero murió a los 83 en 1997. Quizá usted lo leyó, o no lo conozca. Aunque seguro lo vio alguna vez en la portada de un disco de los Beatles al lado de Marilyn Monroe, en algún video almorzando con Andy Warhol, en un videoclip de U2 o en uno de The Doors, o incluso en un comercial de Nike.

La de hoy no es una columna. Es un fragmento del libro Los sentidos y las máquinas. La red Burroughs, que escribí y publiqué el año pasado. Un pequeño ensayo sobre algunas de sus ideas.

Nosotros, sus fans, siempre encontramos actualidad en su obra. La fecha de su nacimiento me pareció una buena excusa para compartir algunos párrafos sobre su vida.


Un mapa de Interzona

La última palabra que escribió en su diario no lo representa. Escribió “Amor”. Nadie en su círculo más íntimo, mucho menos sus fans, hubiese podido predecir que horas antes de morir William S. Burroughs intentaría una definición del amor. Escribió el 1º de agosto de 1997: “¿Amor? ¿Qué es eso? La cura del dolor más natural que existe. AMOR”. Y se murió de un ataque al corazón al día siguiente, en Lawrence, Kansas, en los Estados Unidos. Tenía 83 años. Había nacido en San Luis, Misuri, el 5 de febrero de 1914.

William S. Burroughs fue un desengañado. Un tipo triste. Paranoico y despiadado. Es muy difícil de clasificar. Tres grandes categorías lo encierran una y otra vez: la de novelista, la de drogadicto y la de ícono popular. Aunque también su figura ostenta otras etiquetas: la de padre del punk, la de homosexual, la de pintor, la de ensayista, la de amante de las armas, la de autor postmodernista, la de figura primaria de la generación Beat, entre unas cuantas más, como místico, teórico de los medios, gurú de la ciencia ficción, etc. Cualquiera de ellas puede funcionar bien como una puerta de entrada a su mundo.

Es probable que su influencia no haya impactado sobre la plataforma desde donde desarrolló buena parte de su producción: la palabra escrita. La porción de su legado que interesa en este libro está distribuida en fragmentos dispersos, no sistemáticos, a veces redundantes, otras confusos. Se ha dicho que Burroughs fue uno de los escritores más influyentes del siglo pasado. Norman Mailer consideraba eso y un poco más: dijo que estaba “poseído por el genio”. William Gibson también ha expresado su reconocimiento. Anthony Burgess lo admiró: “Si algún escritor hay que puede reanimar una forma agotada y mostrarnos lo que todavía es posible hacer con una lengua que Joyce pareció exprimir hasta dejarla seca, ese es William Burroughs”. Aunque esto no está ni cerca de ser un consenso. Buena parte de la crítica cultural lo considera quizás más influyente por los conceptos que desparramó y por su actitud, que en sus aportes literarios. Es probable que encontremos más William S. Burroughs en el futuro que en el pasado. El presente lo mantiene en el túnel oscuro en el que caen muchos de artistas después de morir y que, a veces, conduce al reconocimiento tardío, tan eufórico y peligroso como el desconocimiento y la marginalidad que su contemporaneidad le ofreció.

William S. Burroughs buscaba novios que fuesen distintos a él. En general eran pobres condenados, buscavidas, taxiboys. Sus relaciones no se destacaron por la estabilidad ni el compromiso, sí, en muy pocos casos, por la amistad incondicional. Algunos creen que el gran amor de su vida fue uno de sus amigos más cercanos, el poeta e ícono de la generación Beat Allen Ginsberg. Para otros fue el pintor Brion Gysin, a quien Burroughs definió como alguien que “sí podía contar una historia; fue alguien clave en mi desarrollo como escritor”. Un hombre que aparece recurrentemente entre sus amores es Ian Sommerville. Ginsberg le preguntó una vez a Burroughs: “Querés ser amado?”. Respondió: “Mmm Bueno, en realidad no. ¿Depende por quién o qué? Por mis gatos, sin duda”.

Aparentaba ser un tipo muy extraño. Muy solitario. Detrás de esa fachada de caballero, siempre bien vestido, elegante, con traje de tres piezas, sus amores reconocidos fueron sus gatos. Los gatos para él eran seres espirituales. Una vez contó que lloró cuando pensó en la posibilidad de morir en condiciones de una guerra nuclear. Lloró, dijo, porque no podía imaginar qué sería de sus gatos si él muriese. Finalmente, sus gatos murieron muy poco tiempo antes que él, como si supieran que Burroughs no descansaría en paz si lo sobrevivían.

En 1996, un año antes de su muerte, comenzó el final. Murieron dos personas de su círculo más íntimo y, sus gatos, uno a uno. El primero fue Timothy Leary: lo fulminó un cáncer el 31 de mayo de 1996 (New York Public Library adquirió en el 2011 sus archivos personales, que incluyen textos, videos, fotos, e incluso correspondencia que Learly intercambió con Allen Ginsberg, Aldous Huxley, William Burroughs, Jack Kerouac, Ken Kesey, Arthur Koestler, G. Gordon Liddy, entre otras personalidades. En julio de 2013, ese material estará abierto a ser consultado por el público). Allen Ginsberg murió el 5 de abril de 1997 y es muy probable que esa pérdida haya sido la más difícil que Burroughs tuvo que afrontar en toda su vida. En los tres meses posteriores a la muerte de Ginsberg, dos de sus gatos fueron atropellados por un auto. Después murió Fletch, dicen que su gato favorito, el 9 de julio de 1997, sólo unos días antes que el escritor. Burroughs estaba listo para morir. Y así fue.

La de Burroughs fue vida marcada por el dolor y la soledad. El 6 de septiembre de 1951 asesinó por accidente a su esposa Joan Vollmer, dos años después de casarse con ella. Los había presentado Jack Kerouac. Vollmer murió de un disparo en la frente, jugando a Guillermo Tell con Burroughs. Ella era una joven estudiante de periodismo y él todavía no había escrito casi una palabra. La escena de la muerte de Joan Vollmer está recreada en la película de David Cronenberg Naked Lunch, basada en buena medida en la novela de William S. Burroughs que lleva el mismo nombre y que lo catapultó a la fama.

Sus amigos lo recuerdan como un tipo al que le costaba abrirse a otras personas. Un paria. Un extraño para todos. Alguien muy liberal pero que no vivió como si todo fuera muy confortable. Al contrario. Burroughs vivió obsesionado con la alteración de los estados y el conocimiento, y el consecuente reordenamiento y conflicto de poderes fácticos. Estaba obsesionado con la idea del control. “¿Cómo cortas el circuito del control?”, preguntaba cada vez que tenía oportunidad.

Nació en el seno de la clase media, y su niñera lo introdujo al opio. Fue abusado por el novio de ella. Su tío fue Ivy Lee, el inventor de las relaciones públicas modernas, quien fue el encargado de relaciones externas de la familia Rockefeller. Laura Lee Burroughs, su madre, procedía de una familia sureña de abolengo, entre cuyos ancestros estaba el general sudista Robert E. Lee.

El capital económico familiar, del que no gozó toda su vida, procedía de la máquina de sumar, la Burroughs Adding Machine, inventada por su abuelo. Ese invento fue el embrión de la calculadora. La empresa se llamaba American Arithmometer Company y funcionaba en St. Louis. Producía y vendía calculadoras. Seis años después de la muerte de su abuelo, la compañía se mudó en 1904 a Detroit y cambió el nombre a Burroughs Adding Machine Company. Fue líder en su sector por muchos años. La familia Burroughs vendió la empresa y los derechos de la invención por $200.000 dólares, poco antes del derrumbe financiero de 1929.

Burroughs disparó por primera vez con un arma de fuego a los ocho años. A la misma edad escribió su primer relato, The Autobiography of a Wolf (La autobiografía de un lobo).

Mientras estudiaba medicina en Viena se casó con Ilse Klapper. Se querían, pero Burroughs se casó sólo para que ella obtuviese una visa de entrada a los Estados Unidos y pudiese escapar de los nazis. Se divorciaron y siguieron siendo amigos durante varias décadas.

En 1942 Burroughs se estableció en Chicago. Allí trabajó como exterminador de plagas. En 1944 fue arrestado junto a su amigo Jack Kerouac, como posibles testigos de un crimen pasional entre homosexuales. En 1946 fue arrestado otra vez: en este caso por falsificar recetas de narcóticos.

William S. Burroughs estudió literatura inglesa en Harvard. Mientras estudiaba, en los veranos trabajaba en el diario St. Louis Post-Dispatch. No disfrutaba para nada de ese empleo. Durante años vivió de amigos y de los 200 dólares mensuales que sus padres comenzaron a enviarle luego de graduarse.

Empezó a escribir en 1950, cuando tenía 35 años: “No tenia especial motivación por escribir, simplemente quería exponer periodísticamente algunas experiencias sobre la adicción y los adictos (…) Escribir significaba para mí algo que hacer todos los días. No siento que los resultados hayan sido espectaculares. De hecho, Junkie no es un gran libro. Sabía muy poco sobre lo que era escribir entonces”.

Su libro Junkie lo convirtió en una celebridad entre los adictos y entre quienes años después de esa publicación serían los hippies. Ellos saben que las drogas que tomaron eran caramelos en comparación con la que Burroughs consumió: verdaderas píldoras de locura para caballos. Los drogadictos de la época que estaban cerca de él, compraban sustancias e iban al “Bunker”, así siempre se llamó donde fuera que él viviese, a drogarse con él. Eso era “lo cool”. Siempre con más conciencia, jamás se infectó con SIDA: Burroughs siempre se inyectaba primero. Todos los adictos que lo frecuentaban caían como moscas.

Quien lea con atención todo lo que William S. Burroughs escribió sobre la heroína y las drogas en general, entenderá que advirtió, cada vez que pudo, de no usarlas. En su obra las drogas son una imagen y símbolo de control. En ese sentido, Iggy Pop dijo sobre él y las drogas: “Abrió el túnel a una salida”.

Su vida en 1965 era algo así como la describió en una entrevista: “Me levanto a eso de las 9 de la mañana y ordeno el desayuno. Odio salir a buscarlo. Usualmente trabajo hasta las 2 de la tarde, o 2 y media. Almuerzo un sandwitch con vaso de leche, lo cual me toma 10 minutos, y sigo trabajando hasta las 6 o 7 de la tarde. Si veo gente, salgo. Cuando regreso me voy a dormir o leo un poco. No me hago trabajar”.

Una vez le preguntaron qué clase de satisfacción le daba escribir. Respondió: “Sólo escribir, hacer el mejor trabajo que pueda. Es todo. No tengo una audiencia en mente mientras escribo. Se trata sólo de hacer el mejor trabajo que pueda producir. Suponga que usted está haciendo una silla, usted quiere hacer la mejor silla”. Y agregó: “No tengo idea por qué escribo. No entiendo por qué la gente no se sienta a escribir sus propias historias en vez de ir a comprar las de otras personas”.

Apareció en la portada del disco de los Beatles Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967). Está al lado de Marilyn Monroe. Vivió 24 años (1954-1974) fuera de los Estados Unidos. Pasó por muy malos momentos económicos. En Londres vendió su máquina de escribir para comprar heroína. En una carta de 1977 escribió: “He leído en People que Keith Richards tiene una mansión en el norte de Nueva York, un piso en París, elegantes casas en Londres y Jamaica y un castillo en Chichester. Y aquí estoy yo, comprando la ropa en el Ejército de Salvación”.

En 1977 fue uno de los primeros estadounidenses en recibir un trasplante de hígado. Su único hijo, William S. Burroughs Jr., murió a los 33 años a causa de los excesos. William S. Burroughs tuvo una relación de indiferencia con él. Publicó dos novelas, muy malas y muy en la dirección de Junkie, como si estuviese intentando ser aceptado por su padre. Cuando empezaban a reencontrarse, murió.

Ya mayor, William S. Burroughs tenía un verdadero arsenal de pistolas y escopetas. Andaba siempre calzado con una 38 en el cinturón, incluso dentro de su casa. Sólo la dejaba para ir a la peluquería y al médico. Dormía con una pistola bajo la almohada. Explicaba que siempre tenía las armas cargadas para evitarse el problema, precisamente, de recordar si estaban o no cargadas. Tenía un silenciador enorme en el sótano de su última casa: un tubo de metro y medio de largo, grueso, como si fuese un colchón enrollado, y disparaba ahí y en el patio. Decía que siempre hay que tener tres líneas de defensa. Estudió todas las artes de autodefensa. Tenía serpientes en su casa.

En la última etapa de su vida también pintó. Hay unas cuantas obras plásticas de Burroughs exponiéndose por todo el mundo. Muchas de ellas, las realzaba con un método muy particular: le disparaba a pomos de aerosol frente a una madera. Tuvo un relativo éxito comercial cuando comenzó a exponer ese trabajo. Aunque nada que haga la diferencia. Quizá la pintura es sólo un capítulo más en su vida experimentalista. Cuando a finales de los años ochenta comenzó a pintar había dicho que ya no podía expresar lo que sentía a través de la escritura. Sin embargo, siguió escribiendo y publicando.

Burroughs participó de numerosos proyectos musicales con bandas y artistas actualmente muy reconocidos. Algunos de ellos son Patti Smith -con quien fueron amigos muy cercanos-, Frank Zappa, John Cage, Philip Glass, Laurie Anderson, John Cale, Donald Fagen, Lenny Pickett, Chris Stein, Sonic Youth, R.E.M., Nirvana, The Doors, entre otros. Poco antes de su suicidio, Kurt Cobain comenzaba a desarrollar una amistad con Burroughs. Circulan fotos en la web que muestran a los dos en la casa del autor de Naked Lunch. También se lo puede ver a Burroughs, muy poco tiempo antes de morir, en el videoclip del tema Last Night on Earth de U2, que se grabó en Kansas. También protagonizó un comercial de Nike para la televisión de los Estados Unidos a mediados los años noventa.

Uno de sus mejores libros, el más conocido y, en sus días, polémico, Naked Lunch (El almuerzo desnudo, 1959) fue rechazado por obscenidad por la editorial hippie City Lights. El editor de la revista liberal Chicago Review fue despedido por publicar un adelanto. Burroughs logró colocarlo en una editorial francesa.

Burroughs fue políticamente incorrecto entre los hippies. Los punks son neo-beats. Él fue también considerado el padre del punk rock: se trataba de terminar con las autoridades y las jerarquías.

Su obra es diversa en formatos, soportes, personajes y obsesiones. No obstante, algunas recurrencias y redundancias temáticas son particularmente notables a lo largo y ancho de toda su producción. Como las ideas de virus, palabra, control, realidad y medios. Analizó sistemas de control, especialmente en sus fragmentos teóricos sobre la palabra y la imagen, y la naturaleza construida de la realidad. También los efectos sociales y cognitivos de los medios electrónicos. Produjo textos incomprensibles y aburridos para el canon literario y para el mercado de las letras. Como no “funcionan” según una lógica narrativa lineal y están lejos de todo parámetro convencional, dan lugar a quienes piensan que esas producciones son expresiones textuales de alguien poseído por el genio, como dijo Normal Mailer de William S. Burroughs, o, por el contrario, que en ese caos de sentidos sólo hay experimentación per se y no mucho más.

Rizomático, celebró la diversidad y la intencionalidad, creando puntos de ruptura. En su obra es posible encontrar referencias, a veces no tan explícitas pero sí evidentes, a ideas de André Breton, Manuel Castells, Marshall McLuhan, Paul Virilio, Daniel Bell, Anthony Giddens, Walter Benjamin, Ferdinard de Saussure, Ludwig Wittgenstein, Hilary Putman, Noam Chomsky, John Searle, Jacques Derrida, Alfred Korzybski, Martin Heidegger, Jean-François Lyotard, Roland Barthes, Michel Foucault, Giles Deleuze, Félix Guattari, Fredric Jameson, Guy Debord y seguramente la lista podría continuar. Aunque William S. Burroughs se jactaba en varias entrevistas de casi no dedicarle tiempo a la lectura.

Con frecuencia se dice que Burroughs tuvo la capacidad de, siempre, de algún modo, ser representativo de la época en que se lo analizaba, o incluso un ejemplo de las enfermedades y obsesiones de la sociedad de esas épocas. Es verdad que hay un William S. Burroughs de los años cincuenta, otro de los sesenta, también uno de los setenta, de los ochentas, y noventas, y seguramente es posible decir que hay uno también versión 2010-2020.