Carta abierta a los jóvenes idealistas de hoy

Pablo Olivera Da Silva

Los he visto ayer en la plaza. Los observo y contemplo esos rostros iluminados por una alegría indescifrable, quizás de pertenencia a un grupo nacido gracias a una manipulación discursiva de significantes vacíos, tal como lo plantea Sir Ernesto Laclau.

He disfrutado con la abstracción de imaginar sus risas provenientes de la genuina defensa de la Democracia. También he pensado que sus remeras, sus pancartas y sus banderas hechas por sus manos- no aquellas que vienen manufacturadas y pagadas con dineros políticos- son una manifestación palpable de lo que realmente entienden por la política y lo que en ella comprende la búsqueda de consensos.

Tengo 35 años, nací en 1978 bajo la nefasta y asesina dictadura militar de Videla, Massera y Agosti. Sí, la más sanguinaria y perversa de toda la joven historia argentina. Aun así, hoy me siento viejo. No es porque no me sienta parte de lo que ustedes están acompañando (si es que son capaces de definirlo) sino porque realmente creo que ayer y hoy cuentan una historia duplicada, haciendo que mis años pesen el doble.

Lograron que hoy, un relato reemplace al otro y que todos no podamos finalmente encontrar la justicia y asumir las culpas como sociedad ante lo que creo fue un suicidio colectivo producto de no poder definir a la política como el arte de la búsqueda de los consensos y el respeto a la opinión del otro. Aprendamos que “política” es gobernar en beneficio de la sociedad, no en contra de ella.

Cada día que pasa veo que las acciones políticas tienden a instaurar una única lectura de la realidad ante la impasividad del resto que bien podría exigir el respeto democrático al disenso. Cada acción política se enmarca en una perversa construcción maniquea que exculpa a miles de personas de sus crímenes cometidos contra otros seres humanos en defensa de una ideología, en defensa de un modo de vida que intentaba forzar su existencia a como dé lugar.

El primer presidente que asumió en la vuelta de la Democracia tomó la decisión de llevar adelante el Juicio a las Juntas militares, con mucho coraje, -mucho más que el que ahora pretenden arrogarse desde una posición de poder económico diametralmente opuesta. A Raúl Alfonsín no le tembló el pulso para firmar esos decretos (el 157 y el 158) que comenzaran el largo camino en la búsqueda de la Justicia y la verdad. Valores que no pueden estar ausentes mientras creamos en la Democracia y en la Libertad. El primer decreto ordenaba enjuiciar a los responsables de los grupos terroristas Montoneros y ERP. El segundo, procesar a todos los militares responsables en las tres Juntas. Ese mismo día, Alfonsín creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP).

Hoy escucho con pavor cómo se reivindica la lucha armada setentista. Se reivindica y se pone en la categoría de jóvenes idealistas a verdaderos psicópatas que jugaban a ser dioses empuñando armas de guerra, en defensa de sus ideas. ¡Bárbaros! Aún no hemos aprendido que las ideas no se enseñan por la fuerza ni se mantienen gracias a ella. Nada de lo que nos obliguen a creer podrá hacerse carne por mucho tiempo. Y si utilizan la mentira y la manipulación caerán en contradicciones más rápidamente de lo que creen, puesto que como decía Abraham Lincoln a sus compatriotas: “Podrás engañar a todos durante algún tiempo; podrás engañar a alguien siempre; pero no podrás engañar siempre a todos.”

Queridos hijos de esta patria llamada Argentina, ustedes están hoy en condiciones de revertir todo el daño que sus mayores han cometido por décadas, casi un siglo diría. No hay mejor recomendación para los tiempos que corren que animarse a pensar. Immanuel Kant hablaba de la ilustración como la salida de nuestra minoría de edad, es decir, dejar de lado nuestra incapacidad de servirnos de nuestro propio entendimiento, sin la conducción de otro.

Despójense del lastre que significan los perversos, mentirosos, contradictorios y desvergonzados líderes políticos que usan un discurso que no le es propio. Saben cómo utilizarlo en su propio beneficio y de ello no quedan dudas a la hora de evaluar sus riquezas donde la primera contradicción estriba en vivir de la política hace décadas y ser multimillonarios. ¿Acaso eso no es suficiente como para comenzar a escarbar en su psiquis megalómana?

Busquen, lean a quienes hoy son estigmatizados (¡y no estigmaticen a nadie!), intenten resolver ustedes mismos las contradicciones en las que son forzados a caer permanentemente. Indaguen y busquen los resultados de sus políticas y constaten si lo que anuncian se cumple y cuánto se cumple. Desconfíen siempre de sus palabras, háganlo en defensa propia y como motor de búsqueda de la verdad. Nada es como se lo relata por parte de quienes no han sido capaces de asumir sus responsabilidades en la peor tragedia argentina.

Debatan con argumentos, construyan su pensamiento con la búsqueda de la verdad. Rechacen la mediatización de la política y el falso debate donde las agresiones y las acusaciones, a dedo levantado, sólo se visten de falacias y prejuicios. No construyan ídolos de la política y nunca olviden que nadie le debe rendir pleitesía a ninguno de todos ellos. Están al servicio de la Nación. Como funcionarios públicos, nos deben rendir cuentas siempre.  

Sin ustedes, no podremos terminar con el odio y el resentimiento. Porque la lucha y el combate sigue en esas perversas mentes. Sin ustedes, como buscadores de la verdad, no podremos terminar con la bipolaridad en la que quieren hundirnos. No debe existir jamás la categorización amigo/enemigo que muy bien han aprendido estos manipuladores, del propio Carl Schmitt. Somos un pueblo que busca crecer en sociedad y que debe reunirse a debatir políticamente de manera responsable y comprender la mirada del otro (adversario, quizá), como un desafío para la argumentación y construcción de esos maravillosos consensos que han convertido a pequeños países del mundo en verdaderas potencias.

¡Sapere Aude!

 

Tu hermano,

quien aborrece las tendencias autoritarias

y el culto a la personalidad.

 

Contra los fanatismos y los dogmas