El peligro de quedarse afuera

Pascual Albanese

El vigésimo aniversario de la entrada en vigencia del NAFTA, rubricado con una reunión cumbre de “Líderes de Norteamérica” entre el presidente estadounidense Barack Obama, el primer ministro canadiense Stephen Harper y el mandatario mexicano Enrique Peña Nieto, en la ciudad azteca de Toluca, puso de relieve las transformaciones impulsadas desde la firma de aquel tratado, que fue el punto de partida de un proceso de integración que recorre hoy América Latina y golpea las puertas del Mercosur.

La aprobación del NAFTA, impulsada en Estados Unidos durante la administración de Bill Clinton y en México durante la presidencia de Carlos Salinas de Gortari, implicó una dura prueba política en ambos países. Clinton logró la ratificación parlamentaria del acuerdo gracias al apoyo de los republicanos, ya que la división de la bancada demócrata hacía imposible esa homologación. En México, la oposición de izquierda del Partido Revolucionario Democrático (PRD), unida a un sector del gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI), se movilizó para frenar el tratado. Sólo la firme voluntad política de los dos presidentes permitió remover los obstáculos.

En veinte años de aplicación, el tratado modificó la estructura económica de sus tres signatarios. No sólo representó un incremento exponencial de su intercambio comercial, que se multiplicó por cuatro, sino también una integración de sus estructuras productivas. En los hechos, la economía norteamericana configura hoy una unidad sistémica, constituida por un mercado unificado de 490 millones de consumidores con un producto bruto regional de 19 trillones de dólares anuales.

El acuerdo posibilitó quintuplicar el comercio entre Estados Unidos y México, casi el doble de lo que aumentó, en ese mismo lapso, el intercambio estadounidense con otros países. El 73% de las exportaciones mexicanas van al mercado estadounidense. A la inversa, Canadá y México, en ese orden, son los principales destinos de las exportaciones estadounidenses. El tercer lugar lo ocupa China. En volumen, México es el tercer socio comercial de Estados Unidos y Canadá.

El NAFTA es la zona de libre comercio más importante del mundo. Estados Unidos es la primera economía mundial, Canadá la novena y México la onceava. Cada día, entre Estados Unidos y Canadá hay un intercambio de alrededor de 2.000 millones de dólares y entre Estados Unidos y México de unos mil millones de dólares.

Al mismo tiempo, el convenio multiplicó las inversiones estadounidenses en Canadá y México y alentó la radicación de firmas canadienses y mexicanas en Estados Unidos. Hay 310 billones de dólares invertidos por compañías estadounidenses en Canadá y 200 billones de dólares de corporaciones canadienses en Estados Unidos. México también recibió una oleada de inversiones estadounidenses. La reforma energética impulsada por el gobierno de Peña Nieto permite augurar un alud de inversiones de las compañías petroleras estadounidenses para la explotación del petróleo mexicano.

Esa ola de inversiones recíprocas motorizó la integración entre las cadenas productivas de los tres países. En cada dólar exportado desde México a Estados Unidos, hay 40 centavos de insumos estadounidenses. Por cada dólar exportado desde Canadá a Estados Unidos, esa participación es de 25 centavos. Para establecer una comparación, vale decir que las exportaciones chinas a Estados Unidos tienen una participación de insumos norteamericanos de sólo cuatro centavos por dólar.

El ALCA por otros medios

En la era de la globalización, el NAFTA fue el primer tratado de libre comercio suscripto entre una economía desarrollada y un país subdesarrollado. Representó un leading case en relación a la viabilidad de acuerdos de integración entre naciones con desiguales grados de desarrollo. Esa originalidad, que hace rato dejó de serlo, fue uno de los reparos surgidos en los tres países.

México estableció luego un acuerdo similar con la Unión Europea y tiene ya celebrados convenios de ese tipo con 44 países, lo que lo erige hoy en una de las economías más abiertas del mundo. Su experiencia abrió el camino en América Latina para los acuerdos bilaterales de libre comercio que Estados Unidos puso en marcha en los últimos años. Para Estados Unidos, el NAFTA constituyó el punto de partida para una estrategia de integración económica con América Latina, que Clinton intentó llevar a su máxima expresión con la propuesta de la Alianza de Libre Comercio de las Américas (ALCA), enterrada en 2005 en la recordada cumbre presidencial hemisférica de Mar del Plata.

El fracaso del ALCA llevó a George W. Bush a ensayar una estrategia gradualista, que dio mejores resultados. Desde entonces, Estados Unidos estableció tratados de libre comercio con el Mercado Común Centroamericano, Chile, Perú y Colombia. Fue lo que sus críticos definieron como “el ALCA por otros medios”.

La apertura de las economías latinoamericanas posibilitó luego el lanzamiento de la Alianza del Pacífico, una propuesta de integración regional motorizada precisamente por México y que contó con el rápido consentimiento de Chile, Perú y Colombia y la posterior adhesión de Costa Rica. No es casual que este flamante bloque, que en los hechos compite con el Mercosur en materia de comercio internacional y de atracción de inversiones extranjeras, esté integrado por los tres países sudamericanos que tienen acuerdos de libre comercio con Washington.

La prioridad asiática

Pero la cumbre de Toluca reflejó cabalmente la prioridad asiática que caracteriza a la nueva estrategia estadounidense. El centro de las conversaciones fue la conversión del NAFTA en un puntal del Acuerdo Transpacífico, que uniría a la economía norteamericana con un grupo de países asiáticos, encabezados por Japón, e incluye asimismo a Centroamérica, Chile, Perú y Colombia. Dicha entente comercial reemplazaría al NAFTA como la más importante del mundo, al menos hasta que se concrete un tratado de libre comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea, cuya materialización, aunque no inmediata, está más cerca que lo que muchos suponen.

Luis de la Calle, ex negociador mexicano en las tratativas del NAFTA, explicó con precisión por qué para Estados Unidos “la competencia con Asia tiene que pasar por el NAFTA”. Subrayó que, por los costos de producción, las empresas automotrices estadounidenses “difícilmente puedan vender en China un auto fabricado en Michigan pero sí un vehículo fabricado en México”. Ese ejemplo puede multiplicarse.

Estos avances en el NAFTA, la Alianza del Pacífico, la negociación para el Acuerdo Transpacífico y las conversaciones para un tratado de libre comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea reflejan una fuerte aceleración de la tendencia estructural hacia la globalización dela economía mundial y contrasta con la parálisis del Mercosur, agravada por la crisis política de Venezuela, el más reciente y problemático socio del bloque comercial sudamericano.

Las consecuencias de esa parálisis comienzan a ser advertidas por los sectores más influyentes del empresariado brasileño, que alerta contra el peligro de un “desvío de exportaciones”: los países que profundizan su integración tienden a aumentar su comercio recíproco, en detrimento de los que permanecen más aislados. En ese escenario, en términos de mediano y largo plazo, salvo en el rubro agroalimentario, las exportaciones industriales brasileñas tienden a desaparecer. Fácil es presumir que Brasil está en vísperas de un “giro copernicano”. La Argentina está obligada a seguir atentamente la rápida evolución de estos acontecimientos regionales, porque, como decía Perón, “en política, el que no tenga cabeza para prever, deberá tener espaldas para aguantar”.