África reza

Roberto Bosca

A fines de los cuarenta, en plena Guerra Fría, un famoso dúo actoral de esa época, Abbott y Costello, tuvo un éxito de taquilla cinematográfico con Africa Screams (‘África ruge’), un relato ambientado en clave de comedia en el entonces, para decirlo con un cliché de esos años, exótico continente negro. Como suele pasar, el gran suceso cómico (otra muletilla del periodismo de los cincuenta) tuvo unos años después su versión local en África ríe, esta vez protagonizado por los Cinco Grandes del Buen Humor, otro conjunto muy celebrado durante décadas por los argentinos.

¿África ríe o ruge? Quizás un verbo más adecuado a su propia circunstancia tendría que ser llora, porque el dolor es su verdadero signo existencial en un cuadro dramático donde se conjugan elementos que, si algún punto en común presentan, es un desconocimiento de la dignidad humana. África es un ejemplo palmario del apotegma consumista “Úselo y tírelo”, en medio de una gran indiferencia global.

El viaje del Papa a tres naciones africanas muestra una vez más la prioridad de Francisco por las periferias, y también constituye un modo de hacer real la opción preferencial por los pobres, una categoría evangélica redescubierta por las teologías de la liberación latinoamericanas a fines de los sesenta. Es esta una actitud particularmente asumida por su propio pontificado. De tal modo se percibe cuando todos los problemas, como lo hace Francisco con la ecología en su reciente encíclica Laudato si’, son contemplados en una perspectiva social desde el lugar de los que sufren injustamente.

Pero este nuevo viaje también trae al recuerdo el llamativo crecimiento de la Iglesia Católica en el continente durante los últimos años. Frecuentemente se considera que el cristianismo africano es el producto de las misiones del siglo XIX, que tuvieron un notorio desarrollo, sobre todo las enviadas por las naciones protestantes como un componente anexo de la situación colonial.

Sin embargo, esto no es tan así, puesto que entre las iglesias de aquellos tiempos apostólicos se encuentran en un primer lugar las africanas, cuya figura emblemática es nada menos que uno de los más grandes santos de la historia: Agustín, obispo de Hipona, en el norte del continente. Los africanos se cuentan entre los primigenios mártires del catolicismo romano, la nueva fe redentora de una comunidad de fieles que todavía no había sufrido desmembramientos del cuerpo místico original.

De todos modos, África ha sido tradicionalmente en la Iglesia el típico territorio de misión y muchos cristianos recuerdan hoy las periódicas colectas que antaño se hacían en los colegios confesionales con destino a las misiones. Hasta se ejercía un padrinazgo a un “negrito del África” mediante una donación más o menos periódica.

Pero si las cosas siguen así, cada vez habrá menos católicos en los países europeos de antigua tradición cristiana y cada vez más católicos en las tierras entonces categorizadas como de misión, con lo que puede llegar a invertirse el esquema tradicional. ¿Serán los nuevos paganos europeos de nuestros días evangelizados por los antiguos salvajes africanos?

Lo cierto es que a la religión tradicional africana, animista y politeísta, se le ha sumado de un modo hegemónico el islam, en el continente donde más se han difundido los cinco pilares del profeta Muhammad. La situación para los cristianos ha sido tradicionalmente la de una cierta tolerancia, pero la aparición de Boko Haram, en línea con el tenebroso ISIS, ha hecho cambiar sustancialmente dicho cuadro.

La cruel realidad es que el panorama social que presenta el destino del viaje papal no puede ser más preocupante: corrupción estructural, enfermedades nuevas como el sida que se suman a las antiguas y todos los problemas anexos de una pobreza no menos endémica. El Papa sabe lo que hace cuando habla de la opción preferencial por los pobres, porque aparte de ser una lectura auténtica del mensaje evangélico, un creciente número de católicos lo será cada vez más. No son católicos los ricos del mundo, sino los pobres. Al denunciar las injusticias sociales a nivel local e internacional, el Papa defiende en primer lugar a los suyos. La caridad empieza por casa.

En los últimos años se ha difundido también en nuestro país el estremecedor relato de Immaculée Ilibagiza sobre su experiencia personal en la masacre desatada en Ruanda durante los años noventa con motivo de las querellas entre los hutus y los tutsi. El caso de esta cristiana perseguida a la que le mataron cruelmente a padres y hermanos no resulta tan original en sí mismo, sino por el espíritu con que esta joven tutsi supo vivir esa tragedia.

Immaculée logró sobrevivir escondida con otras siete mujeres en un pequeño baño en el que permaneció tres meses, pero este calvario no sería para ella una fuente de odio y destrucción, sino una verdadera escuela de fe y de amor. No quedó prisionera de su tragedia, sino que supo superarla con el perdón. Toda una enseñanza de los salvajes africanos para los civilizados occidentales y cristianos, también para los argentinos. La política oficial del Gobierno fue de reconciliación, no de venganza. La sociedad hizo lo suyo. La convivencia humana no termina en una pura praxis de la política. África no ruge ni ríe, reza.